+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 10, 37-42

Dijo Jesús a sus apóstoles:

El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí.

El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.

El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.

El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a Aquél que me envió.

El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo.

Les aseguro que cualquiera que dé a beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa». Palabra del Señor.

¿QUÉ  DICE EL TEXTO?

El pasaje que proclamamos hoy pertenece al final del «discurso de misión» del evangelio de Mateo (Mt 9,36-11,1).  Mateo regresará a la raíz del discipulado, el encuentro personal con Jesucristo. Este encuentro, de inestimable valor y ante el cual todo queda relativizado (Mt 13,44), es lo que caracteriza la vida del seguidor de Jesús. Esta visión positiva del seguimiento es el contexto donde hay que situar el evangelio de este domingo. ¿Cómo debe ser la relación entre Jesús y sus discípulos según el pasaje de hoy?

– En el pasaje de hoy podemos distinguir dos partes: una primera, en la que se pide al discípulo que se identifique con la persona de Jesús (w. 37-39), y una segunda, en la que Jesús no se muestra ajeno a quienes han identificado su vida con la de él (w. 40-42). La relación entre Cristo y su discípulo es estrecha, exclusiva, tan radical -sobre todo en los w. 37-39- que se nos antoja casi imposible en sus exigencias. Por eso es necesario leer con detenimiento, y comprender su contenido desde la mentalidad del siglo I.

-Las exigencias de la cruz cambian para cada generación de creyentes. En la época de Jesús existía la amenaza inminente de la muerte ignominiosa, bien fuera por la cruz, la espada o la lapidación. Los cristianos eran vistos como una amenaza para el imperio y, con frecuencia, se les acusaba falsamente de sedición. Con el tiempo, la pena capital fue cambiando de modalidad y sus cuerpos fueron quemados en locales públicos, o arrojados a leones, osos, tigres, toros y toda clase de fieras. Todos estos intentos de bloquear, anular o eliminar la novedad del evangelio fueron vanos porque la fuerza del cristianismo radica en la cruz de Cristo.

-El seguimiento incondicional que exige Jesús va más allá del mero sentimiento. No es cuestión de afectividad, sino de elección efectiva. Dicho de otro modo, Jesús no pide que el discípulo deje de querer a su familia; lo que exige es que si llegara a entrar en conflicto la adhesión a su persona y la permanencia en la familia -con lo que ello supone-, hay que estar dispuestos a romper los lazos familiares, aunque ello suponga caer en la marginalidad social.

SAN AGUSTÍN COMENTA

Mt 10, 37-42: Deduce del amor que sientes por tus padres cuánto has de amar a Dios y a  la Iglesia.

En esta vida, toda tentación es una lucha entre dos amores: el amor del mundo y el amor de Dios; el que vence de los dos atrae hacia sí, como por gravedad, a su amante. A Dios llegamos con el afecto, no con alas o con los pies. Y, al contrario, nos atan a la tierra los afectos contrarios, no nudos o cadena alguna corporal. Cristo vino a transformar el amor y hacer, de un amante de la tierra, un amante de la vida celestial; por nosotros se hizo hombre quien nos hizo hombres; Dios asumió al hombre para convertir los hombres en dioses.

He aquí el combate que tenemos delante: la lucha contra la carne, contra el diablo, contra el mundo. Pero tenemos confianza, puesto que quien concertó el combate es espectador que aporta su ayuda y nos exhorta a que no presumamos de nuestras fuerzas. En efecto, quien presume de ellas, en cuanto hombre que es, presume de las fuerzas de un hombre, y maldito todo el que pone su esperanza en el hombre. Los mártires, inflamados en la llama de este piadoso y santo amor, hicieron arder el heno de su carne con el roble de su mente, pero llegaron íntegros en su espíritu hasta aquel que les había rendido fuego. En la resurrección de los cuerpos se otorgará el debido honor a la carne que ha despreciado esas mismas cosas. Así, pues, fue sembrada en ignominia para resucitar en gloria. Sermón 344, 1-2

NUESTRAS CONSTITUCIONES

Como misioneras, somos llamadas a potenciar el compromiso de nuestro bautismo y de nuestra consagración religiosa, cooperando a la extensión y dilatación del Cuerpo de Cristo, para llevarlo cuanto antes a la plenitud. Nuestra profesión religiosa nos exige de un modo especial el cultivo perfecto de la caridad, a cuyo impulso nos ordenamos al servicio de Dios en la Iglesia, libres de impedimentos y disponibles para anunciar el Reino. CC4

¿QUÉ ME DICE A MI EL TEXTO?

– «El que quiera conservar la vida…»: ¿Qué inquietudes ha provocado en mí este pasaje?

– «No es digno de mí»: ¿Hasta qué punto mi opción por Jesucristo y sus valores es incondicional, como pide el evangelio de hoy?

– «El que ama a su padre o madre, a su hijo o hija más a que a mí…»: ¿Qué conflictos causa en tu vida familiar y social ser discípulo de Jesús? Desde lo que dice el evangelio de hoy, ¿qué puedo hacer y cómo?

– «El que os recibe a vosotros me recibe a mí»: ¿Qué sentimientos suscita en ti saber que Jesús se hace presente en cada uno de sus discípulos? ¿A qué te compromete?

– «No se quedará sin recompensa»: ¿Cómo cambiaría nuestro anuncio del Evangelio si fuéramos conscientes de que somos portadores de una recompensa celestial?

-¿Qué he descubierto de Dios y de mí mismo(a) en este momento de oración? ¿Cómo puedo en estos momentos de mi vida aplicar este texto de la Escritura? ¿Cuál ha sido mi sentimiento predominante en este momento de oración?

-Ora con la frase: “Toma tu cruz y sígueme”

¿QUÉ ME HACE DECIR EL TEXTO A DIOS?

Gracias, Señor, hoy me recuerdas la exigencia de tu Evangelio. Me recuerdas que seguirte no es un sentimiento, sino una gracia, y junto a ella una decisión.

Gracias, Señor, por tu testimonio de amor hasta la muerte, porque tu palabra veraz la acompañas con tu vida y tu manera de amar.

Gracias, sobre todo, porque me has llamado, y con gran misericordia, cada día me enseñas en la escuela de tu discipulado.

Gracias, porque a pesar de lo exigente del camino, cuento contigo, cuento con tu Espíritu, cuento con mi bautismo, con mi comunidad, con mi familia, con nuestra iglesia para sentirme acompañada, animada, y desafiada ante el testimonio de tantos testigos.

Gracias, Señor, por aquellos que nos precedieron, y que te siguieron hasta las últimas consecuencias, dejándolo todo, dándolo todo, hasta la propia vida, como hizo nuestra hermana Cleusa.

Gracias, por hacerme comprender que vaciándome de mi y de todo lo que tengo, es cuando me encuentro contigo y descubro la perla preciosa que Tú eres para conservarla hasta la muerte.

Gracias, por los que nos acogen cuando llevamos tu Palabra y por aquellos que acogemos cuando la recibimos. ¡No seamos ingratos, Señor, a tantas dádivas!

Oración colecta

Dios nuestro, que por la gracia de la adopción
quisiste hacernos hijos de la luz;
concédenos que no seamos envueltos en las tinieblas del error,
sino que permanezcamos siempre en el esplendor de la verdad.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.