+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan  10, 27-30

En aquel tiempo, Jesús dijo:

«Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa.» Palabra del Señor.

¿QUÉ DICE EL TEXTO?

El Mesías, buen pastor

Los primeros forjadores del pueblo de dios fueron nómadas. De ahí que la imagen del pastor con su rebaño pasase a expresarlas relaciones de Dios con su pueblo. Frente a los dirigentes que no sirven ni pastorean al pueblo, Jesús se muestra Mesías bajo la figura del buen pastor. Así lo prueban sus obras. Él conoce a sus ovejas, las conduce a los pastos, las defiende de los peligros, se entrega totalmente y da su vida por ellas.

La nueva comunidad de Jesús: sus ovejas

La comunidad de Jesús, el nuevo pueblo de Dios, ya no es Israel. Los discípulos de Jesús (sus ovejas) se distinguen porque: 1) creen en él; 2) escuchan (reconocen su voz); 3) le siguen; 4) no se perderán/perecerán jamás. En relación a este cuádruple Jesús afirma, 1) que lo que le ha entregado el Padre, sus discípulos, es lo que más le importa; 2) él los conoce; 3) los defiende y 4) les da la vida para siempre. Ellos son el nuevo pueblo, y nadie podrá arrebatárselo. (Ulibarri, F).

SAN AGUSTÍN COMENTA

Jn 10, 27-30: Distingamos las dos cosas

Pero es poco convencerlos con ese argumento, si no podemos mostrarles un ejemplo tomado de la creación visible donde el que nace es coetáneo de quien lo engendra. Para expulsar las tinieblas de este error tomemos, como término de comparación, una candela que expande la trémula llama alimentada por la mecha que arde. Lo que arde es el fuego. El fuego es la sustancia, el resplandor lo que se ve; mas no se origina el fuego del resplandor, sino el resplandor del fuego. Pero, con todo, nunca existió el fuego sin su resplandor, aunque el resplandor se origine del fuego: desde el primer momento que aquel diminuto fuego comenzó a existir, se levantó ya con su resplandor, ciertamente simultáneo. Así, pues, el resplandor es coetáneo del fuego del que nace, y, si el fuego fuese eterno, el resplandor sería también, con toda certeza, eterno.

Lejos de nosotros el dar siquiera la impresión de haber hecho una injuria a nuestro Señor mediante esta imperfectísima comparación! Debemos mostrar eso con el evangelio, donde el mismo Hijo se muestra ya en la forma en la que dijo ser inferior al Padre haciéndose obediente hasta la muerte, ya en la que manifestó ser igual a quien lo engendró: Yo y el Padre somos una sola cosa. Ellos nos objetan: «Ved que el mismo Hijo dijo: El Padre es mayor que yo», sin entender que él dijo esto cuando existía en la carne, en la que no sólo era menor que el Padre, sino que también, según indica el salmo divino, fue hecho algo menor que los ángeles. Si esto es lo único que quieren escuchar con agrado, ¿por qué no consideran lo que también él dijo en otra ocasión: Yo y el Padre somos una sola cosa? Reflexionen, además, por qué dijo: El Padre es mayor que yo. Cuando se hallaba para subir al Padre, se entristecieron los discípulos, porque los abandonaba en su forma corporal; entonces les dijo: Porque os dije que voy al Padre, la tristeza inundó vuestro corazón. Si me amarais os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Lo que equivale a decir: «Sustraigo a vuestros ojos esta forma de siervo, en la que el Padre es mayor que yo, para que, apartada de los ojos de la carne, podáis ver con el espíritu al Señor».

Por tanto, en atención a la forma de siervo que había recibido, es verdad lo que dijo: El Padre es mayor que yo, porque ciertamente Dios es mayor que el hombre; y en atención a su verdadera forma de Dios, en la que permanecía con el Padre, dijo con verdad: Yo y el Padre somos una sola cosa. Ascendió, pues, al Padre en cuanto era hombre, pero permaneció en el Padre en cuanto era Dios, porque vino a nosotros en la carne sin apartarse de Dios.

Ascendió -digo- al Padre la Palabra que se hizo carne para habitar entre nosotros, pero volvió a prometernos su presencia con estas palabras: He aquí que yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. El apóstol Juan dice de él según su forma divina: Él es el Dios verdadero y la vida eterna. Según su forma de siervo, dice de él el apóstol Pablo: Quien, existiendo en la forma de Dios, no juzgó objeto de rapiña ser igual a Dios; antes bien se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo. Según su forma de Dios, dice de sí mismo: Yo y el Padre somos una sola cosa; según su forma de siervo, dice: Mi alma está triste hasta la muerte. ¿De dónde procede aquel atrevimiento? ¿De dónde este temor? Las primeras palabras tienen su origen en la propiedad de su sustancia; las segundas, en la debilidad asumida de que participa.

Sermón 265 A, 5-7

¿QUÉ ME DICE EL TEXTO?

Saber escuchar: “Mis ovejas escuchan mi voz”: ¿Reconozco la voz de Jesús en medio de tantas voces que nos, llegan a tropel? Nos bombardean a diario: ofreciéndonos, informándonos, ¿pidiéndonos…? ¿Sé discernir cuidadosamente la voz de Dios?

Yo las conozco: La suya es una voz amiga. Jesús no se deja engañar por nuestra fachada, él sabe llegar hasta lo más hondo de nuestro ser. Su voz tiene un tono inconfundible: el de la vida. ¿Genero vida en mi entorno? ¿Soy capaz de construir comunidad?

Ellas me siguen. Una voz así no puede caer en el vacío. Trae aires nuevos de esperanza. Seguirle es acoger y cuidar gozosamente todo lo que da vida, y proseguir su causa. ¿soy capaz seguirle saliendo de mí, y escuchar “los gozos y esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo”?

¿QUÉ ME HACE DECIR EL TEXTO A DIOS?

Silba, Señor, tu canción, como buen pastor; que se oiga por lomas y colinas, barrancos y praderas. Despiértanos de tanta indolencia. Condúcenos a los pastos de tu tierra. Danos vida verdadera.

Ulibarri, F.

Oración

Dios todopoderoso y eterno,
condúcenos hacia los gozos celestiales,
para que tu rebaño, a pesar de su debilidad,
llegue a la gloria que le alcanzó la fortaleza Jesucristo, su pastor.
Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.

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