INTRODUCCIÓN

La fiesta del Bautismo del Señor enlaza con la Epifanía por su condición de celebración de la primera manifestación pública de Jesús, al comienzo de su ministerio. Hemos pasado, en la celebración de los misterios, de la infancia a la edad adulta de Jesús.

La antífona de entrada (Mt 3,16-17) expresa bien el contenido celebrativo de esta solemnidad: «Apenas se bautizó el Señor, se abrió el cielo, y el Espíritu se posó sobre él. Y se oyó la voz del Padre que decía: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto».

Hay varios signos epifánicos: el abrirse el cielo, cerrado para la humanidad por su pecado, el posarse sobre Jesús el Espíritu en un gesto que recuerda la primera creación, ungiéndole como Mesías, y la voz del Padre manifestando que aquel hombre, aparentemente pecador, es su Hijo predilecto (prefacio). Esto mismo expresa la oración colecta: «Dios todopoderoso y eterno, que en el Bautismo de Cristo, en el Jordán, quisiste revelar solemnemente que él era tu Hijo amado enviándole tu Espíritu Santo»… El Bautismo de Jesús es la revelación solemne, la epifanía esplendorosa de quién es aquel que forcejea para que Juan le bautice.

Con esta fiesta se cierra el ciclo navideño de las manifestaciones de Dios en la carne, para dar paso al tiempo ordinario.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 3, 13-17

Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él. Juan se resistía, diciéndole: «Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi encuentro!»

Pero Jesús le respondió: «Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo». Y Juan se lo permitió.

Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia Él. Y se oyó una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección».

Palabra del Señor.

¿QUÉ DICE EL TEXTO?

La brevedad con que narra Mateo esta escena deja, aparentemente, muchas preguntas sin responder. ¿Fue Jesús discípulo  de Juan? Y si lo fue ¿qué le movió a formar parte del movimiento reformador iniciado por el profeta del desierto? Pero, sobre todo, ¿por qué se sometió El, al rito simbólico de purificación? En el relato del Bautismo se narra un hecho histórico (Jesús es bautizado por Juan) con ayuda de elementos de la apocalíptica. De ella procede el rasgarse el cielo que hace posible la aparición del Espíritu y la audición de la voz divina (relato de vocación sapiencial-apocalíptica).

Con el reconocimiento por parte del Bautista de la superioridad de Jesús, Mateo responde tanto a los discípulos de Juan que habían sobrevivido  a la muerte del profeta y que continuaban aferrados a su memoria, como los primeros cristianos que podían escandalizarse del gesto de Jesús. Pero es en sus palabras enigmáticas, que acallan la reticencia del Bautista, donde hay que buscar el sentido profundo de todo el episodio: “conviene que realicemos la justicia plena”.

Si el rito es para señal de arrepentimiento, para Jesús es plenitud de justicia. El evangelista adelanta así uno de los temas fundamentales que, junto con el reinado de Dios, va a desarrollar a lo largo del evangelio. La justicia de Dios no es otra cosa sino su voluntad de salvación gratuita ofrecida a todos sin discriminación, y es esta justicia la que Jesús llevará a su plenitud en cada palabra y en cada gesto de solidaridad y de perdón con que acogerá a los pobres. Bautizándose con los pecadores en el Jordán, Jesús carga todo el peso del pecado y del sufrimiento humano.

Sólo después de pasar Jesús por este bautismo del pueblo pecador se abre el cielo y el Padre lo señala como su Hijo “predilecto” y se hace explícita su misión. El gesto bautismal de Jesús viene completado con la visión celestial, en forma de estructura trinitaria, puesta de relieve por la posterior tradición cristiana: voz del Padre, presencia del Espíritu y título de Hijo. Es la segunda Epifanía, la manifestación solemne de una identidad que se  había perfilado en los capítulos de la infancia. La expresión “este es mi Hijo predilecto” es una adaptación de las palabras del Señor dirigidas al Siervo (Cf. Is 42,1), figura misteriosa que aunque inocente, sufre por su pueblo. Y así, al gesto de Jesús se une la palabra del Padre para indicarnos que este Hijo es también el Siervo sufriente de Dios (ALONSO SCHOKEL, L. La Biblia de nuestro pueblo. 1513-1514).

SAN AGUSTÍN COMENTA

Mt 3, 13-17: Bautice Pedro o Pablo o Judas, es Cristo quien bautiza

En efecto, ¿qué, hermanos míos? ¿Quién no ve lo que ellos no ven? No es de extrañar, porque quienes no quieren regresar de ahí son como el cuervo al que se dejó salir del arca. En efecto, ¿quién no ve lo que no ven ellos? Y son ingratos al Espíritu Santo en persona. He aquí que la paloma desciende sobre el Señor, y sobre el Señor bautizado. Y apareció allí esa santa y verdadera Trinidad que es para nosotros el único Dios. En efecto, ascendió del agua el Señor, como leemos en el evangelio, y he aquí que se le abrieron los cielos y vio al Espíritu descender como paloma y se quedó sobre él, y al momento siguió una voz: Tú eres mi hijo querido en quien me he complacido (Mt 3, 16-17). Aparece claramente la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la paloma. Veamos lo que vemos, a dónde fueron enviados en esta Trinidad los apóstoles, y que es extraño que ellos no vean, pues no es que realmente no lo ven, sino que cierran los ojos a lo que les hiere el rostro; a dónde fueron enviados los discípulos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo por el mismo de quien se dijo: Éste es quien bautiza. En efecto, lo dijo a los ministros quien se reservó esta potestad.

Por cierto, esto vio Juan en él y conoció lo que no conocía, no porque no conocía que él era el Hijo de Dios, o cuando no conocía que era el Señor o no conocía que era el Mesías o tampoco conocía verdaderamente que ese mismo iba a bautizar con agua y Espíritu Santo; en verdad, conocía también esto; más bien, lo que mediante la paloma aprendió es esto: que ése iba a bautizar reservándose esa potestad y no traspasándola a nadie de los ministros. De hecho, mediante esta potestad que Cristo se reservó para sí solo y que, si bien se dignó bautizar mediante sus ministros, no traspasó a ningún ministro, mediante ésta se mantiene en pie la unidad de la Iglesia, simbolizada en la paloma de la que se dice: Única es mi paloma, única es para su madre (Cant 6, 8). En efecto, hermanos míos, si, como ya he dicho, el Señor transfiriese al ministro la potestad, habría tantos bautismos cuantos fuesen los ministros, y ya no se mantendría en pie la unidad del bautismo.

Atended, hermanos. Porque tras el bautismo descendió la paloma gracias a la que Juan conoció algo especial, pues se le dijo: «Sobre quien veas al Espíritu descender como paloma y permanecer sobre él, ése es quien bautiza con Espíritu Santo» (Jn 1, 33). Juan conocía ya esto también —que el Señor iba a bautizar con Espíritu Santo—, ¿cómo lo probamos de forma que se entienda que gracias a la paloma había aprendido esto: que el Señor iba a bautizar con Espíritu Santo, sin que esa potestad pasase a ningún otro hombre? ¿Cómo lo probamos?

La paloma descendió, bautizado ya el Señor. Ahora bien, por las palabras en que dice: «¿Tú vienes a mí a ser bautizado? Yo debo ser bautizado por ti», he dicho que lo conocía antes de venir el Señor a ser bautizado por Juan en el Jordán. Pero he aquí que conocía que era el Señor, conocía que era el Hijo de Dios. ¿Cómo probamos que ya conocía que él bautizaría con Espíritu Santo? Antes de venir al río, cuando muchos acudían a Juan a ser bautizados, les dijo: Yo os bautizo con agua, sí; quien, en cambio, viene tras de mí, es mayor que yo, la correa de cuyo calzado no soy digno de desatar; él os bautizará con Espíritu Santo y fuego (Mt 3, 11). Ya sabía esto también. ¿Qué aprendió, pues, mediante la paloma —no vaya luego a quedar él como mentiroso, cosa que no permita Dios que opinemos—, sino que en Cristo habría cierta propiedad tal, que, aunque muchos ministros, justos o injustos, iban a bautizar, la santidad del bautismo no se atribuiría sino a aquel sobre quien descendió la paloma, del cual está dicho: Éste es quien bautiza con Espíritu Santo? Bautice Pedro, éste es quien bautiza; bautice Pablo, éste es quien bautiza; bautice Judas, éste es quien bautiza (…) (Comentarios sobre el evangelio de San Juan 6, 5-8).

¿QUÉ ME DICE A MI EL TEXTO?

No es necesario responder a cada pregunta. Seleccionar las más significativas para cada uno/a. Lo importante es conocer y profundizar el texto, reflexionarlo y descubrir su sentido para nuestra vida.

  1. Jesús dice: «Conviene que cumplamos toda justicia…».No es tan sólo Él quien debe cumplir esa justicia. El verbo en plural quiere decir que también Juan debe formar parte de ese programa y, con Juan, todos nosotros(as) que nos llamamos seguidores de Jesús. ¿Cuál es la justicia (voluntad) que Dios quiere? ¿Falta mucho para que lleguemos hasta ella? ¿Qué podemos hacer?
  2. ¿Qué importancia tiene en mi vida la Epifanía del Bautismo de Jesús: ..”se abrió el cielo y vio al Espíritu de Dios”…
  3. ¿Qué sentimientos produce en mi la frase: “Este es mi Hijo amado, mi predilecto
  4. Para nosotros(as): ¿Qué sentido tiene el bautismo cristiano? ¿Me siento hija/o amada/o y predilecta/o del Padre?
  5. Como cristianos(as), hemos sido bautizados y hemos recibido el mismo Espíritu que Jesús recibió para cumplir su misión: ¿Qué nos falta para aceptar el compromiso de nuestro bautismo?¿Ponemos nuestras vidas al servicio de la justicia que Dios quiere? ¿Qué es lo que nos impide actuar con más decisión?
  6. ¿Qué disculpas usamos para no aceptar el compromiso asumido en nuestro bautismo (consagración)?
  7. ¿Cuál es el mensaje del texto para nuestra vida hoy y qué podemos hacer en concreto para que se haga realidad?

¿QUÉ ME HACE EL TEXTO DECIR A DIOS?

Escuchamos al testigo:

La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo.

Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar. (E.G. 273)

(Momento de plegaria, alabanza, bendición, acción de gracias)

Oración

Dios todopoderoso y eterno,
que proclamaste a Cristo como Hijo tuyo muy amado,
cuando era bautizado en el Jordán,
y el Espíritu Santo descendía sobre él;
concede a tus hijos, renacidos del agua y del Espíritu,
perseverar siempre en el cumplimiento de tu voluntad.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.