1. El viaje

Hace 50 años, unlunes, 8 de septiembre de 1969(día en el que se celebraba el nacimiento de la Virgen María y, hasta 2013, la festividad de Nuestra Señora de los Remedios de Cali),la Hna. Elvira Ospina de los Sagrados Corazones (Leticia Ospina Jurado), se embarcaba en el “aeropuerto” de Monterrey (Casanare) en un avión tipo Douglas C-47 (DC3), operado por la empresa SATENA, con rumbo a Bogotá; para luego dirigirse a Tunja (capital de Boyacá, departamento al que en ese entonces pertenecía Casanare), con el fin de adelantar algunas diligencias ante la Secretaría de Educación Departamental.

La acompañaron hasta la aeronave algunas niñas de la Normal de Monterrey y hermanas de su comunidad, entre ellas sor Cristina Gil (Carmen María Gil Yusti). Sería un vuelo como todos los del Llano en ese entonces: fatigoso, largo, incómodo y, sobre todo, peligroso…

Este tipo de aviones tenían más de veinte años de haber sido construidos, algunos habían servido en la II Guerra Mundial y luego fueron adaptados para el transporte comercial de pasajeros. En los llanos de Colombia se convirtieron durante mucho tiempo prácticamente en el único medio de transporte por la carencia o mal estado de las vías, de tal manera que su uso era frecuente y obligado, y, por no haber más, cubría rutas con paradas en varios pueblos cuyos “aeropuertos” no eran más que potreros, algunas veces compartidos con el ganado que pastaba según el itinerario del avión.

Ese día, el vuelo número 742 originado en Bogotá, cubría la ruta de Villavicencio, Orocué, Trinidad, Paz de Ariporo, Tablón de Támara, El Yopal, Aguazul, Tauramena, Monterrey y Villavicencio para terminar de nuevo en Bogotá.

Cerca de las 2:00 p.m. llegó el avión a Monterrey, en donde se subieron dieciocho (18) pasajeros que se sumaron a los veintiuno (21) que ya venían a bordo. Una fuerte tormenta que azotó al llano ese lunes ocasionó averías en la pista, por lo que el avión al decolar una primera vez quedó enterrado al final de la misma, ocasión que aprovecharon cuatro (4) personas para apearse del aparato, argumentando una de ellas, la señora María de Campos que se “quedaba y mejor esperaba hasta el día siguiente. Tenía mucha urgencia de viajar a Villlavicencio, pero la vida valía más”…

  1. El accidente

Con treinta y cinco (35) pasajeros y en un segundo intento por despegar, el avión partió finalmente hacia las 2:05 p.m., después de lo cual se desató un terrible aguacero con vientos muy fuertes, según cuentan los testigos, preocupados por la suerte del aparato que acababa de salir y cuyo arribo a Villavicencio se esperaba cerca de las 2:55 p.m.; sin embargo, la aeronave por efecto del mal clima, la baja visibilidad y la insuficiencia de las ayudas tecnológicas para navegar en tales circunstancias, pocos minutos después de decolar perdió el rumbo e intentando hacer un aterrizaje de emergencia en algún aeropuerto de las muchas fincas de la región, se estrelló de frente contra las rocas de un picacho que no pudo superar, rebotando luego sobre unos arbustos, lo que ocasionó su destrucción total en la parte frontal y parcial pero letal en el resto de la nave, quedando algunos de sus restos esparcidos a 25 metros del golpe, consecuencia del cual murieron sus treinta y cinco (35) ocupantes (entre ellos sor Elvira): veinticinco (25) adultos, siete (7) niños y tres (3) tripulantes, sobreviviendo únicamente un par de pavos que se encontraron debajo de una de las alas, amarrados de las patas dentro de un costal.

Pasado el tiempo reglamentario y en vista de que no se tenía noticia de la suerte del avión, fue declarado en emergencia por la aerolínea, con la esperanza de que hubiese aterrizado en algún lugar y confiando en alguna comunicación por parte de los pilotos, que no se habría dado por el mal tiempo. Pero nada de eso pasó. Al no saberse nada al respecto, se organizó preventivamente una comisión de rescate terrestre en inmediaciones de los farallones cercanos a Villavicencio por soldados del Batallón General Serviez, acantonado en esa ciudad; pero lejos estaban del lugar del accidente, que ocurrió cerca del Caño La Raya en el actual municipio de Paratebueno, Cundinamarca (en ese entonces llamado Inspección Departamental de Naguaya, que pertenecía al Municipio de Medina, Cundinamarca).

Los vecinos del lugar fueron los primeros que supieron del accidente por haber visto y sentido el avión encima de sus casas y rozando los árboles durante la tormenta, tras de los cual se oyó un ruido seco, pensando que había aterrizado, puesto que no se habla de explosión alguna. Cuando dejó de llover, un muchacho de nombre Salatiel se internó entre la maleza llegando al lugar del accidente, dando posteriormente cuenta del hallazgo a sus vecinos hacia las 5:00 p.m. Estos se dirigieron al lugar y se dedicaron a custodiarlo durante toda la noche, fumando tabaco y rezando por las almas de los difuntos, entre tanto llegaban las autoridades.

Aviones de reconocimiento sobrevolaron la zona en las primeras horas del día siguiente al del siniestro, confirmando la destrucción del aparato y lo improbable de encontrar sobrevivientes. Llegada al lugar una comisión proveniente de Villavicencio conformada por un médico y funcionarios civiles y militares, se empezó el reconocimiento de los cadáveres, hallando escenas, según se relató, dantescas, pese a que todos los cuerpos quedaron completos e identificables.

  1. El rescate

En cuanto a los restos de sor Elvira, al parecer éstos no se encontraron en una primera inspección. El día anterior cuando decoló el avión en medio de la tormenta, quienes despidieron a sor Elvira quedaron preocupados por las dimensiones de la misma, pensando en que quizás habría alcanzado al aparato. Hacia las seis de la tarde, en vista de que no había noticias del arribo de la hermana a Villavicencio o a Bogotá, se confirmó el extravío del avión, (cosa usual dadas las dificultades de comunicación de la época), pero como no llegaba ninguna información ni buena, ni mala, solo reinaba la expectativa. A las nueve de la noche se hizo una llamada a Bogotá, sin que se confirmara nada; luego de esto, mientras se intentaba una nueva llamada, llegó la noticia del hallazgo del avión destruido, lo que acabó con la esperanza y dio pie a la acción.

La Hna. María Cristina Fonseca (Flor de María Fonseca Castro), se comunicó con el capitán Fonseca, hermano suyo, y al día siguiente, martes 9 de septiembre en compañía del P. Samuel Giraldo Vélez, agustino recoleto y párroco de Monterrey, se embarcaron en una avioneta con rumbo a Villavicencio. En el recorrido avistaron los aviones de la FAC (Fuerza Aérea Colombiana) cerca del lugar del accidente, el cual sobrevolaron antes de aterrizar en un aeropuerto cercano. Ya en tierra, les comunicaron que había varias horas de camino a pie hasta el lugar de la tragedia, por lo que lograron hacerse a unos caballos en los que llegaron después de 35 minutos de camino.

Al ver a la monja, lo soldados presentes le preguntaron el motivo de su presencia, (puesto que hasta ese momento no se habían encontrado los restos de sor Elvira), a lo que respondió que tenía una hermana entre los desaparecidos, por lo que, buscando entre los escombros del avión, por un trozo de su hábito, la hallaron. Tenía fracturas y muchas lesiones, pero completa y portando aun su cruz en el cuello(contrario a la versión de un periódico de la época donde decía que “estaba totalmente mutilada”). Fue rescatada delicadamente con ayuda de los soldados y envuelta en sábanas. Su cuerpo fue colocado al lado de los cadáveres de los oficiales, con los que salió en un helicóptero que los llevó a algún lugar para prepararlos antes de su traslado a Bogotá, a donde llegaron hacia las 3:30 p.m., en compañía de la Hna. María Cristina,a la que se sumó después la Hna. Carmen María Gil, siendo recibidas en el aeropuerto El Dorado por las hermanas de Bogotá que ansiosamente las esperaban. Terminado el rescate, el P. Samuel regresó a Monterrey para consolar y enterrar a los regiomontuos fallecidos en el accidente.

El cuerpo de sor Elvira Ospina fue velado durante toda la noche en el convento de la carrera 4ª,  y en la mañana del miércoles 10 de septiembre (fiesta de San Nicolás de Tolentino), se celebraron sus funerales en la Iglesia de La Candelaria, siendo presididos por el entonces Vicario Apostólico de Casanare Mons. Arturo Salazar Mejía.

  1. Su vida

En el momento de su fallecimiento, sor Elvira Ospina tenía 36 años de vida y 18 de religiosa. Había nacido en Manizales (Caldas) el 9 de diciembre de 1932 en el hogar formado por Juan Ospina y María Teresa Jurado, recibiendo luego el nombre de Leticia en la pila bautismal.

Siendo aún niña quedó huérfana de padre y madre, por lo que fue puesta bajo el cuidado de su tía materna Virgelina Jurado, quien al casarse con el señor Eliseo Marín le pudo proporcionar a Leticia una nueva familia y un hogar verdadero.

Superando situaciones adversas, un 9 de marzo de 1951, a sus 18 años, llega al Convento de La Merced de Cali con el propósito de hacerse religiosa. El 4 de octubre de ese mismo año recibe el hábito y le es asignado el nombre de sor Elvira de los Sagrados Corazones. Doce meses más tarde, el 7 de octubre de 1952 hace su primera profesión religiosa y cinco años después, el 7 de octubre de 1957, hace su profesión perpetua.

Su primer destino como religiosa fue Restrepo (Valle del Cauca). Luego, en 1954 es destinada al recién fundado Colegio de La Consolación de Cali. De allí pasa a los llanos de Casanare por primera vez, siendo su destino la casa de Sabanalarga. A continuación, es enviada a Bogotá, donde colabora en el kínder del Colegio Agustiniano de San Nicolás y luego en el Colegio de La Consolación de esa misma ciudad, donde se encontraba a finales de la década de los sesenta, siendo testigo de la visita de S. S. Pablo VI y del Congreso Eucarístico Internacional.De la capital regresa al Llano, primero a Tauramena y, finalmente, a Monterrey.

De su personalidad se destacaban principalmente su alegría y buen humor, características que contribuían a superar situaciones complejas y a hacer más llevadera la vida fraterna en las comunidades por las que pasó.  Así mismo, sentía un “amor especial por todo lo agustino recoleto”, y, según se desprende de “una de sus cartas escrita pocos días antes de su muerte trágica”: “Fue plenamente feliz en su vida religiosa”

Por: Alejandro Archila Castaño.

Cali, septiembre 7 de 2019.

 

Fuentes:

– Boletín de la Congregación de las Hermanas Agustinas Recoletas Misioneras de María. Año IV. Vol. I. Mayo – diciembre de 1969. Núm. 10. Págs. 271-273 y 388-390.

– Boletín de la Congregación de las Hermanas Agustinas Recoletas Misioneras de María. Año V. Vol. II. Enero – marzo de 1970. Núm. 11. Págs. 33-36.

– https://aviation-safety.net/database/record.php?id=19690908-0&lang=es.

– El Tiempo.10 sep.1969. Págs. 1 y 6. https://news.google.com/newspapers.

– El Tiempo. 12 sep. 1969. Pág. 14. https://news.google.com/newspapers.