Al celebrar a nuestro padre San Agustín no tengamos reparo en volver al corazón, retornando por la gracia mediante la purificación de la humildad hacia sí mismas, hacia nuestra interioridad, donde habita la verdad, para ser iluminadas por Cristo, Maestro interior sin el cual el Espíritu Santo a nadie ilumina, y donde nos encontramos como hermanas (Cfr. CC6).

¡Qué gran necesidad tenemos de esto hermanas! Tenemos un carisma que nunca pasará porque Dios nos inhabita y allí está nuestra felicidad plena. ¡Cuánto tenemos que seguir trabajando, para que nuestra vida comunitaria sea un panal de miel donde podamos mirarnos desde los ojos de la fe y del corazón, tal como Dios nos mira, para que podamos pulir nuestras asperezas como hermanas, nuestros desplantes ante los imprevistos que nos desacomodan y nos sacan la versión menos fraterna y misericordiosa!

San Agustín difundió la Palabra de Dios, y difundió el amor de caridad. La gracia de Dios no se frustró en él a pesar de sus pecados, soberbia y autosuficiencia. Que este día agustiniano lo podamos sentir como una fiesta de la conversión a la fraternidad: más hermanos entre nosotros, más hermanos para la humanidad, mayor sentido de pertenencia a la Iglesia, a la congregación y a la Orden, tan querida, en la que se enraíza nuestra identidad carismática.

Hermanos, que nada nos turbe, porque nuestra vida está en sus manos y nada nos tiene que robar la alegría de servir al Señor.

¡Felices fiestas para todas!