En estos días, en Colombia, vivimos una realidad que resulta siendo la punta del iceberg. Hay protestas sociales, deseos de tener una calidad de vida más digna, no ser testigos de más leyes e impuestos, violencia encubierta a través de las manifestaciones. No queremos volver a sentir la zozobra de una violencia armada y conflictos por intereses para unos cuantos. En este contexto ha habido rosarios por la paz, horas santas por la unidad y la no violencia, esperanza de que se llegaran a acuerdos porque el Señor no nos deja solos. Pero cuando ya son casi dos meses de la misma situación empieza a surgir una pregunta- ¿Dónde está Dios?, ¿Por qué nos deja solos?

Un día en el convento de La Merced, creímos que no era solo orar, sino como dice el refrán “a Dios rogando y con el mazo dando”. No siempre vemos clara cuál puede ser nuestra acción, pero llegó la marcha del silencio donde lo único que se deseaba expresar era el deseo de no más violencia, no más bloqueos, sí a la justicia, menos impuestos, más oportunidades para una vida digna, pero no a través de la destrucción y violentando los derechos de los demás; entonces vimos la oportunidad de hacer realidad aquello de con el “mazo dando” es cierto que no todas podían salir, pero las que salieran representarían el deseo de todas.

Cuando la gente nos veía en la marcha, nos decían; gracias, gracias hermanas, otros nos criticaban porque para algunos era la marcha de un sector del pueblo, considerado “los ricos” pero en realidad habían de todas las clases sociales; unos que pedían ya los dejaran trabajar, otros que expresaban el despido de empleados porque ya no los podrían sostener. Ahí comprendimos que cuando algunos sectores fomentan la división de clases fracturan no sólo la unidad, sino que generan rencor, enojo, deseo de justicia por la propia mano y la creencia de que quienes tienen son malos y quienes no tienen son pobres buenos, a quienes les han robado y, por tanto, tienen el derecho de arrebatarle al otro.

Esa no es la justicia que queremos. Más equidad, justicia y vida digna sí. Entonces entender la defensa del pobre no desde clases sociales sino desde la dignidad del ser humano como hijo de Dios, responde a esta pregunta. Dios camina con el pueblo, se hace presente en el que sufre con la injusticia. La sagrada escritura no condena tener riquezas, sino que va en contra de la mala administración y de entregar el corazón a los bienes materiales, pero Dios no está con unos y abandona a otros, sufre por aquellos que se alejan como la oveja pérdida y camina con quienes manteniéndose firmes en la fe, buscan el bien común, la administración solidaria de los bienes y justicia para todos, todo esto porque sienten, experimentan y dan testimonio de la presencia de Dios.

De esta forma la oración es el ejercicio de la fe, que a su vez nos da una visión de esperanza en medio de las dificultades.  La oración ensancha el corazón para seguir amando y da nuevas energías para continuar luchando.  Mucha gente se escandaliza con Dios y pierde la fe cuando tiene que enfrentar problemas, y sobre todo, cuando no ve la respuesta inmediata a sus peticiones. Por eso Jesús se pregunta: “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará la fe sobre la tierra?” (v.8b). Y no olvidemos que al leproso la “fe” lo “salvó” (ver 17,19).

Que el Señor nos permita vivir con claridad y fe estos momentos de confusión.

Comunidad La Merced