DÍA MISIONERO DE LA CONGREGACIÓN

UN GRAN AMIGO, TÚ AMIGO[1]

Celebramos en este día nuestro ser misionero, recordando que “Nacidas por carisma propio para una necesidad de evangelización, estamos comprometidas con nuevo vínculo al misterio de la Iglesia en su misión salvífica, dentro del espíritu misionero agustino recoleto”. (Cfr. C.C. Nº.76).

A continuación compartimos con vosotros un poco sobre la vida de Monseñor Ochoa, gran misionero e impulsor del Reino de Dios, que el día de hoy celebramos su 82 aniversario de su Ordenación Episcopal, él mismo se va a presentar:

Hola mi querido lector, que bueno que estás leyendo estas líneas, me da alegría que puedas conocerme y conocer a toda mi familia, a mis hijas, las Misioneras Agustinas Recoletas.

Quiero presentarme y no ser un desconocido para ti.

Me llamo Javier Ochoa Ullate, aunque cuando me consagré como religioso y obispo adquirí el nombre de Francisco, un gran hombre y santo, patrono de las misiones.

Nací en Monteagudo, Navarra, España, el 31 de enero de 1889, mis padres son Marcelino y Pilar. Ese mismo día me bautizaron y mi primera comunión fue el 16 de mayo de 1901, un día muy especial para mí.

El 29 de septiembre de 1906 ingresé con los Agustinos Recoletos, quería servir a Dios entregando mi vida y sirviendo a los más pobres y así pasó, el 30 de septiembre hice mi profesión. Finalmente consagre mi vida totalmente a Dios el 1 de octubre de 1910. Y el 31 de mayo de 1914 fue mi ordenación sacerdotal, imagínate cuánta alegría sentí poder ser parte del misterio de Dios y hacer posible su presencia en la Eucaristía.

Pronto me mandaron a diferentes lugares de misión, a servir a los demás, estuve en Estados Unidos, Venezuela, Manila y finalmente, dónde crees que termine, si, ya sé que se te ocurren muchos lugares, pues los Agustinos Recoletos estamos en más de 30 países. Bueno,  me mandaron a China, te imaginas, un lugar distinto, costumbres diferentes.

En abril de 1923, Monseñor Tacconi, Obispo de Honan, China, escribió a los Agustinos Recoletos pidiendo su ayuda. Mis superiores me mandaron a ver el lugar y la misión que se nos proponía. Era impresionante todo lo que estaba viendo, desde el principio me di cuenta de la pobreza del lugar, de todo lo que los misioneros necesitaban, los catequistas, pero lo que más me impresiono fue todo lo que pasaba con las niñas, a quienes no se les tenía en cuenta, algunas eran vendidas, tiradas en las cunetas, muchas cosas hacían con ellas con tal de no tenerlas en sus familias.

Mis superiores decidieron mandarme a China, a Honan. En un principio me costó aceptar la misión, pensé que no podría hacer toda la labor que se necesitaba, pero Dios nunca nos pide lo que antes no nos da, así que gustoso me fui a la misión. Lo más difícil, fue el idioma.

Cuando llegué a la misión pasó algo muy importante en mi vida, Dios toco a mi puerta pidiendo ayuda. En la puerta del convento dejaron una niña pequeña, lloraba de tristeza y soledad, y yo no sabía qué hacer, así que entre con ella y pregunte a mis hermanos que podríamos hacer, mis hermanos dijeron que dejarían de comprar y disfrutar de algunas cosas que ellos podían comer con tal de darle de comer a la niña. Eso no paso sólo una vez, paso muchas veces y así llegaron muchas niñas y niños a nuestro convento. Surgió un grupo de catequistas que nos ayudaron con el cuidado de las niñas. Se veían tan felices con ellas. Pero pensé en que había que ayudarlas y sobre todo formarlas, yo quería unas mamás para estas niñas, así que me fui a buscar entre mis hermanas de clausura en España y se vinieron conmigo 3 hermanas: Esperanza Ayerbe, Ángeles García y Carmela Ruíz. Unas hermanas increíbles, incluso llegue a decir que valían tres mundos, cada una diferente, pero se complementaban y sobre todo unas grandes madres.

Llegamos a China, a la misión, allí las recibieron con gran alegría. Me ayudaron a formar a las catequistas y con ellas pude fundar una primera congregación: Las Catequistas de San Agustín en 1934. Fueron mis primeras hijas, todas nativas. Pero Dios seguía pidiendo más, la misión era tan grande que una sola congregación no bastaba.

Con el paso el tiempo, surge otra gran congregación, y ahora sigue en pie, mis hijas, las Misioneras Agustinas Recoletas, fundadas el 18 de enero de 1947. Mis hijas, de las cuales prometí a Dios que serían verdaderas Agustinas, verdaderas Recoletas, verdaderas Misioneras, hijas de María, entregadas a Jesús desde la humildad, la alegría, el amor… Con ellas continuamos trabajando por los más necesitados, por todos aquellos que necesitan escuchar la buena noticia de Jesús.

Hice todo lo posible porque salieran adelante. La guerra chino-japonesa nos obligó a salir de China, pero Dios siempre tiene sus caminos, así que hizo que nos moviéramos a otros lugares, así llegamos a España, Colombia, Brasil, Argentina, Cuba, Venezuela, Taiwán, Perú, Ecuador, México. Ahora mis hijas son MAR para todo el mundo.

Me encantaría seguirte contando más cosas de mis hijas, pero eso será en otro momento. Por ahora quiero agradecerte tu tiempo para leerme y conocerme, prometo que seguiré contándote más cosas de mi vida.

Ya sabes que ahora tienes un nuevo amigo.

Monseñor Francisco Javier Ochoa, OAR.

 

 

[1] Sandra Flores González