La invitación a beber el agua que salta hasta la vida eterna es nuestra esperanza. Acerquémonos al Maestro.

 

Lecturas

 

Ex 17, 3- 7

Debemos leer relato desde el principio del capítulo y no desde el v. 3. Es muy complejo y el signo más evidente está en la doble indicación de que el pueblo, por falta de agua para beber, se querella contra Moisés (v. 2) o murmura contra él (v. 3). El problema se complica porque Nm 20, 2-13 relata algo semejante. Es difícil precisar las relaciones entre ambos textos o las etapas de composición del pasaje de Ex.

 

El texto final identifica la montaña  de donde brota el agua con el Horeb (v. 6). Por carecer de agua para beber, el pueblo la emprende contra Moisés: exige que le dé el agua necesaria. El recurso de Moisés es dirigirse al Señor. Él también tiene una queja para expresar, pues en esa situación teme lo peor: que los israelitas lo lapiden. El Señor le manda que con los ancianos y el pueblo, se dirija a una roca del monte con el bastón con que realizó prodigios en Egipto; así hará  brotar el agua y el pueblo podrá beber.

 

El doble nombre del lugar está relacionado con elementos del relato, aunque lo más evidente del relato está en Meribá (Querella), por la del pueblo contra Moisés; Massá (Rebelión) implica un valor moral de la actitud del pueblo frente a Yahvè.

 

Rom 5, 1-2. 5 – 8

 

Cabe destacar aquí los dos aspectos salvíficos del misterio de la Pascua: Cristo hecho maldición por nosotros en la cruz, que así nos liberó del pecado y Cristo resucitado, lleno de vida y de gloria, que  nos comunica la justificación obtenida. La fe en este misterio nos abre el acceso a la gracia (5, 2) y el efecto de esta nueva situación es estar “en paz con Dios” (5, 1). 

 

Por todo esto, como Abrahán, tampoco nosotros nos gloriamos en las obras, en el cumplimiento de leyes, sino que ponemos nuestra confianza en las promesas de Dios que se cumplen en Cristo; confianza que se fortalece más en las tribulaciones que en los éxitos (5, 3 – 4), como ya lo expresó Pablo en escritos anteriores (1 Cor 4, 7 – 13; 2 Cor 7 – 11).

 

Finalmente, Pablo manifiesta su firme seguridad en que la confianza del creyente no será defraudada, porque llevamos en nosotros  el anticipo de lo que esperamos: porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (5, 5). El gran don que recibimos por la fe es el mismo Espíritu que resucitó a Jesús y con ese mismo poder  puede darnos la  nueva vida (8, 11). Nos gloriamos por lo que  recibimos de Dios como regalo inmerecido.

 

Jn 4, 5 – 42 

 

Esta sección se ordena en torno a tres temas de conversación de Jesús con la samaritana: en primer lugar el tema del agua viva (4, 5- 15); en segundo lugar el tema de la adoración verdadera (4, 16- – 24) y en tercer lugar el tema mesiánico con la revelación de Jesús como Mesías a la mujer (4, 25- 26).

 

La primera sección es un diálogo centrado en los intereses de los dos personajes: Jesús, sediento junto al pozo y la mujer que viene a sacar agua. El evangelista prodiga los detalles: lugar, geografía, protagonistas, diálogo inicial… El núcleo del diálogo es la oferta del agua viva: si conocieras el don de Dios y quién es el que dice: <dame de beber>, tú le habrías pedido a él y él te habría dado agua viva>. Esta proposición, con una primera oración condicional y una oración en potencia es una forma de invitar al misterio. El don de Dios es personal, es el mismo Jesucristo.

 

Jesús ofrece el agua viva y aquí precisamente se nota una diferencia entre el agua que se saca del pozo y el agua que viene de la fuente y que es consecuencia es agua viva, pero en la expresión ya va encerrado el don de la gracia, el don de la revelación y el don del Espíritu Santo, y así aparece en los versículos siguiente. Hay un texto que es como una declaración  solemne de Jesús con la oferta del agua que salta la vida eterna  (vv. 14-15). El don de Dios, simbolizado en el agua, es totalmente diferente. Jesús habla del “agua que yo le daré”. Esta agua, a la luz del contexto inmediato y de las palabras de Juan, es la revelación, la gracia y el don del Espíritu Santo. El resultado de este don es quitar la sed para siempre, es decir, participar de la comunión con Jesucristo bajado del cielo. El don de Dios convierte al corazón del creyente en manantial perpetuo de vida eterna. La intervención de la mujer cierra el tema del  agua viva.

 

 Meditación

 

A veces confundimos la vida con sueños que a la postre no llegan y por lo tanto no nos llenan. Es una forma de escaparse de la realidad, optar por caminos fáciles y dejar de lado realidades que de hecho son las que dan sentido a la vida. Basta analizar el signo furioso de una búsqueda de cosas que diariamente nos atormentan y nos devanamos los sesos para ir de prisa a compensar nuestros vacios.

 

El ejemplo de la samaritana, una mujer corriente en su quehacer diario, pero abierta a algo o a Alguien que pudiera aparecer en la vida en son de consuelo. La sed, por mucho que intentemos saciarla y ¡qué medios tenemos!, encara la situación de personas, también creyentes, que no están felices en su interior y tienen siempre una opción. o tapar su necesidad de respiro y seguir en una opaca continuidad respecto de su fe o marcarse una pauta entre exigente y entusiasmada para sacudirse en sí mismo una desorientación que desfigura su fe.

 

La solución no está en nosotros, siempre es gracia y como tal  son necesarias una inquietud para salir de la propia desidia o instar a sí mismo que el camino de la verdad exige valentía para no quedarse quieto y exponerse a la sorpresa. Podemos pensar que aquella mediodía era para la samaritana algo normal, cosa de todos los días y en una soledad multiplicada en el camino. Providencialmente, hoy se convierte en testigo del Señor y que asoma en nuestro mundo actual invitándonos a creer que nunca falta “el agua que salta hasta la vida eterna”.

 

Oración

 

La lección que nos das tiene gracia en todos los sentidos. De verdad que llegas a la realidad de todo hombre y mujer en un momento siempre significativo de sus vidas -¡lo bueno es que nunca dejas solo a nadie!- y sin forzar ninguna conciencia y, menos, dando plena libertad, invitas a encontrar un camino, el tuyo, con senderos capaces para llenar el corazón y vivir a gusto y en paz.

 

Nadie como tú conoce nuestros caminos, el interior y la imagen; nadie como tú ansía que nuestra sed tenga no solo una ráfaga de consuelo sino que sea tu propia presencia la que aparezca en el caminar de cada día y nos mire al alma tantas veces vacía de ilusión y de esperanza. La escena del manantial de agua es algo que tú prodigas y ¡con qué abundancia! en  favor nuestro. El caso, Señor, es que no somos nosotros los que buscamos un poco de agua que sea paz y un poco de luz; eres tú que no dejas de estar en tu sitio, “dentro de nosotros mismos”, y sin forzarnos nada, insinúas que hay agua y de la buena, que hay un Dios muy cercano, que es pura gracia y que… creamos que “tu Palabra nos da vida”.

 

Por lo visto, la escena de la fuente se multiplica a mares en el corazón de los hombres, todos nosotros, que vamos como locos  a buscar paz, serenidad, humildad, alegría, ánimo, luz,  verdad y…, al fin y al cabo, tu presencia, Señor. Ojala recordáramos, Señor, que Tú siempre acudes al pozo y nos esperas con amor eterno. ¡Cómo no pedirte: “Señor, danos esa agua; así no tendremos más sed, ni tendremos que ir a otras fuentes para sacar agua falsa”!

 

Contemplación

 

Se sentó, fatigado y sediento, junto al agua, porque, clavado en la cruz, su sangre se derramaba como agua: «me he derramado como agua» (salmo 21, 15), decía por boca del salmista y «tengo sed» por sus propios labios (Juan 19, 28)

 

¡Oh mujer samaritana, gentilidad adoradora de ídolos!, sal  a «sacar agua de las fuentes del Salvador». Saca aguas con gozo de sus dolores, saca aguas con alegría de sus padecimientos, aguas de gracias, aguas de sabiduría, las aguas de los sacramentos. Él está triste para que tú te alegres, él está sufriendo para que tú goces. Mira que está lleno de fuentes de heridas; fíjate en todo su cuerpo; está brotando por mil sitios agua de salvación, todo él manando sangre; acércate con humildad  al hontanar de la vida, al manantial de la salud, a la fuente de agua «que salta hasta la vida eterna». Acércate con devoción: llena del agua de las gracias la cántara de tu alma.

 

«Todos los que tenéis sed, venid a las aguas» (Is 55, 1). Es la hora sexta, la hora en que fue crucificado Jesús. Venid a las aguas, porque han reventado los grandes veneros del abismo. ¿De qué abismo? Del Verbo de Dios. Se han abierto las fuentes con los clavos y la lanza; han reventado las fuentes de los latigazos y azotes. Se abrieron las fuentes por las espinas y las torturas. «Acudid, sedientos, venid a las aguas; venid y comprad, sin ninguna permuta, vino y miel» (Is 55, 1). Comprad gratis.

 

Pero ¿cómo comprar eso sin pagar? Eso no puede ser una compra, porque nada se compra sin abonarlo, y lo que regalado se recibe, regalado se da. ¿Cómo puede ser entonces esa compra? Comprad a Dios y pagad a Dios con lo que padeció. Dadle de lo suyo para comprarle lo que es suyo. Ofrecedle dolores, recibid consuelos; ofrecedle la muerte, y recibid la vida; ofrecedle sus castigos, y recibid la gloria. ¡Oh qué suerte de compra! ¡Y sin engaño, con mucha ganancia! ¡Con dinero del vendedor se compra la mercancía del propio vendedor! (santo Tomás de Villanueva en Conción 117, 2)

 

Acción.- Este domingo se presta a estar ante el Sagrario y decirle muchas veces a Jesús: Señor, dame el agua de la vida.

 

Fr. Imanol Larrínaga OAR