Unos ocho días después de decir esto, Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar (Lc 9,28).

A TODAS LAS HERMANAS DE LA CONGREGACIÓN

El Papa Francisco invitó en su mensaje para la Cuaresma a contemplar el pasaje de la Transfiguración del Señor, que se proclama el segundo domingo.

En este tiempo litúrgico el Señor nos toma consigo y nos lleva a un lugar apartado. Es una invitación clara, en medio de nuestros compromisos y nuestra cotidianidad a vivir un tiempo más fuerte de rumia de la Palabra y de encuentro con el Señor. En Cuaresma, dirá el papa Francisco, se nos invita a “subir a un monte elevado” junto con Jesús, para vivir con el pueblo santo de Dios una experiencia particular de ascesis”.

Subir a un monte elevado sería lo mismo que retirarnos al desierto; en concreto, al desierto de nuestro corazón y allí vivir la espiritualidad del desierto, la ascesis cuaresmal que se nos propone.

Vamos a celebrar el acontecimiento pascual y junto a él, como una prolongación del mismo, el capítulo general que debe ser también un acontecimiento pascual, tanto en cuanto, cada una de nosotras, dispongamos nuestro corazón para despojarnos de todo aquello que nos impide ver y aceptar la voluntad de Dios. El capítulo general tiene que ser para cada una de nosotras una verdadera transformación y resurrección de nuestros criterios humanos y una decisión fehaciente de construir la comunión, que será para nosotras la verdadera conversión que tanto necesitamos en este tiempo que estamos viviendo como congregación.

En una sociedad marcada por las prisas, la agitación y llena de palabras vacías, junto a imágenes tan agresivas y banales, y la tecnología que nos absorbe, se necesita retirarse al desierto para encontrarse consigo mismo y “construirse” por dentro. En nuestra sociedad, todo tiende a dispersarnos y sacarnos de nuestro propio centro, de nuestra interioridad, tan necesaria para encontrarnos con el Señor.

San Agustín en el sermón 205 nos da varias claves para vivir esta cuaresma que sería bueno recordar cada uno de estos días. Es un tiempo, dirá san Agustín, donde la Palabra de Dios, servida de mil formas, alimenta el corazón de quienes van a ayunar corporalmente; “pues quienes vamos a celebrar la pasión, ya cercana del Señor crucificado, nos hagamos nosotras mismas una cruz con los placeres de la carne, que han de ser domados, conforme a las palabras del Apóstol: Los que son de Jesucristo crucificaron la carne con sus pasiones y concupiscencias”.

Qué bueno, hermanas, que hagamos algunas renuncias durante esta cuaresma para que nuestra relación con el Señor sea más prolongada y más oyente de la Palabra. ¡Ayunemos de mensajes superfluos, de comentarios infundados, de consumo compulsivo de internet y redes, de tiempos perdidos en banalidades, de palabras ofensivas e indirectas, de consumismo exacerbado!

San Agustín nos remitirá a la cruz, y nos dirá:

El cristiano debe permanecer siempre pendiente de esta cruz durante toda esta vida, que transcurre en medio de tentaciones. Esta cruz, os lo repito, no dura sólo cuarenta días, sino la totalidad de esta vida, simbolizada en el número místico de estos cuarenta días.

Asumir la cruz es otra clave para vivir la Cuaresma y prepararnos para el capítulo general. Sufrimos grandes tentaciones y grandes embates del demonio que nos incita a soñar una congregación que no tiene nada que ver con la realidad que somos, pero que tenemos que acoger con misericordia y cuidarla en la totalidad de sus miembros, apoyándonos unas a otras y llevando la carga desde una oración confiada, una fraternidad fundada en el amor y una misión que acepta el sufrimiento, la decepción, el fracaso y el desprecio como parte del proyecto del seguimiento a Cristo que nos dice una vez más: “Si alguien quiere venir en pos de Mí, niéguese a  mismo, tome su cruz y que me siga (Mt 16,24).

El desierto espiritual o el subir a la montaña nos ayuda a tomar conciencia de nuestra fragilidad y también de nuestra grandeza, pues hemos sido creados a imagen de Dios. En nuestra interioridad donde Dios me habita, descubrimos y vivimos la presencia del Dios invisible, y allí nos sabemos amadas por Él. Cuando logremos este estado interior de intimidad con el Señor, ya podremos estar en medio de multitudes y del ruido y de tentaciones que nada nos alejará de la presencia de Dios y armonía con nosotras mismas. Esto producirá un efecto transformador en nuestra realidad comunitaria, tan necesitada de sanación y liberación.

Termino con estas hermosas palabras de san Agustín del sermón 205, que nos pueden ayudar a renovar nuestro amor al Señor, purificar nuestro corazón contaminado y mantenerlo bien dispuesto para acoger la voluntad de Dios en todo momento:

Vive siempre así, ¡oh cristiano!, en este mundo. Si no quieres hundir tus pasos en el fango de la tierra, no desciendas de esta cruz. Mas si esto ha de hacerse durante toda la vida, ¡con cuánto mayor motivo en estos días de cuaresma, en los que no sólo se vive, sino que se simboliza esta vida!

Feliz Cuaresma para cada una de nosotras, felices días disfrutados al calor de la Palabra y del encuentro con el Señor, feliz purificación que nos saque de nuestros criterios mundanos para hacernos mujeres nuevas que disciernen el paso del Espíritu a la luz de la Palabra y los acontecimientos que el Señor nos va presentando, sabiendo siempre que Él nos salva de toda tentación.

Nuestra Madre de Consolación nos acompañe en este itinerario de fe y experiencia cuaresmal.

Leganés, 19 de febrero de 2023

 

Nieves María Castro Pertíñez

Superiora general