Madre de la Consolación, causa de nuestra alegría. Tu que soportaste en pie, sin desmayarte, la muerte de Jesús, y en los primeros días de la Iglesia eras apoyo y consuelo de los cristianos. Tu que fuiste para Santa Mónica el paño de lágrimas, en sus preocupaciones por su hijo Agustín: en los momentos de dolor y tristeza quédate junto a nosotros, como una madre que anima y consuela con su sola presencia. Danos un corazón alegre, optimista, entusiasta, lleno de una esperanza invencible porque tenemos por delante una tarea inmensa por hacer: preparar el camino de tu Hijo. Amén.