Celebramos un año más el nacimiento de nuestra Congregación. Hacer memoria histórica de este acontecimiento nos lleva necesariamente a agradecer el paso de Dios por nuestras vidas, sus intuiciones y deseos de que el Reino se extienda y llegue a los pequeños de la tierra. Ser agradecidos es la memoria del corazón.

En el contexto de nuestra fundación como congregación de misioneras agustinas recoletas tenemos que mirar necesariamente a nuestros fundadores y lo que el Espíritu hizo en ellos, otorgándoles un carisma especial.

El Vaticano II redescubre el término carisma con su sentido más original: Dios suscita una inmensa variedad de carismas en la Iglesia, que la enriquecen, embellecen y contribuyen positivamente a la construcción del único Cuerpo de Cristo. La Perfectae Caritatis invita a los consagrados a que clarifiquen el propio carisma congregacional, el que Dios regaló a la Iglesia por medio de sus fundadores, a veces oscurecido por añadidos o desviaciones posteriores: «Reconózcanse y manténganse fielmente el espíritu y propósitos de los propios fundadores… Busquen un conocimiento genuino de su espíritu primero, de suerte que conservándolo fielmente al decidir las adaptaciones, la vida religiosa se vea purificada de elementos extraños y libre de lo anticuado».

 El primero que usa el término «carisma de los fundadores» es Pablo VI en la Evangelica Testificatio (1971) y el primero que habla de «fidelidad creativa al carisma de los fundadores» es Juan Pablo II en 1977. En la Mutua Relationes escribe: «El carisma de los fundadores se revela como una experiencia del Espíritu, transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el cuerpo de Cristo en crecimiento perenne. Por eso la iglesia defiende y sostiene la índole propia de los diversos institutos».

Y así nacimos nosotras, como fruto de la multiforme gracia de Dios. Fueron ellos, un hombre y tres mujeres quienes reestructuraron su vida para responder al carisma, a lo nuevo, que desde el tronco agustino recoleto, surgió en la Iglesia, como manifestación del Espíritu y en respuesta a los signos de los tiempos.

Fueron personas libres, que pudieron desengancharse de estructuras de poder para ponerse al servicio de los pobres, marginados y abandonados en medio de una sociedad que despreciaba la vida o tenía miedo a perderla.

Personas libres que dieron testimonio de vida fecunda y experiencia de un amor indiviso por el cual estaban dispuestos a apostarlo todo, dando señales de un Cristo libertador.

Entendieron como Agustín, que solo en la humildad se mantiene la fidelidad y abrazaron la teología de Pablo, donde se predica la Iglesia del crucificado, de la Iglesia que permanece al lado de los pobres. Y allí nació nuestra congregación misionera. Nuestro cristianismo se fundamenta en la persona de Jesús. Como mujeres agustinas recoletas somos terapeutas, compañeras de los pobres que llevan a Cristo liberador siendo la caridad el imán de esta expansión que nos hace misioneras de la Vida.

Celebrar estos 71 años de vida como congregación es poder otear también el horizonte profético de esta osadía con la que nacimos. ¿Vivimos hoy este profetismo característico de la vida religiosa? ¿Qué impide este profetismo en nuestras personas y comunidades? ¿A qué le seguimos apostando en función de la justicia para la que nacimos?

El Papa Francisco nos interpela.  En su carta Apostólica a los consagrados con ocasión del año de la Vida Consagrada escribe:

Espero que despertéis al mundo, porque la nota que caracteriza a la vida consagrada es la profecía…los religiosos siguen al Señor de manera especial, de ‘modo profético…ser profetas como Jesús ha vivido en esta tierra…

 

 

 

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