“La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel”

 

 Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 1, 18-24

Jesucristo fue engendrado así: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados.» Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros.» Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa.

Palabra del Señor.

¿QUÉ DICE EL TEXTO?

COMENTARIOS

En pocas palabras Mateo nos cuenta que José se encuentra ante una situación sorprendente: su esposa está embarazada de un hijo que no es de él. Entonces reflexiona qué hacer: ¿Poner fin a la relación con María? ¿Introducir en la familia a un descendiente al cual no tiene derecho? ¿Darle el nombre a un niño que sabe que no generó? El texto nos dice que José piensa en la primera posibilidad, pero quiere hacerlo con la mayor dignidad.

El hecho sucede en el tiempo en que María está “desposada” con José. En los tiempos en los cuales se ubica esta historia las costumbres judías en materia matrimonial respetaban las siguientes pautas:

La declaración pública de las intenciones matrimoniales, el noviazgo propiamente dicho (llamado ërûsîn), era en realidad el comienzo de la celebración del matrimonio. Se creaba vínculo jurídico entre las partes.  Cuando esto sucedía generalmente la edad de la joven oscilaba entre los 13 y 14 años, y la del hombre entre los 18 y 24.  La mujer continuaba viviendo en casa de sus padres, debiéndoles obediencia, en cuanto se preparaba la futura casa (y otros detalles) para la vida de la nueva pareja.

Cuarto. Transcurridos un año o año y medio más la esposa daba el paso a la casa del esposo en una celebración matrimonial solemne y extensa (llamada niSSûîn), comenzando con una procesión de los contrayentes en la que participaban doncellas de la novia y amigos de novio (los evangelios lo ilustran en varias parábolas y metáforas). Si la esposa en este período se comportaba, en material sexual, de forma indigna de su condición, era considerada adúltera. Se hacía entonces un proceso jurídico similar al divorcio: el procedimiento llamado “repudio”.

Antes de que iniciaran la vida conyugal en común, María se encuentra “encinta”. El dato “por obra del Espíritu Santo”, que por lo pronto sólo conocen María, el evangelista y sus lectores, es ajeno al conocimiento de José quien sólo ve el hecho externo. El Espíritu Santo, la fuerza creadora de Dios, ha actuado en María para hacer posible la concepción de Jesús (así también se dice en Lc 1,35: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti…”). Ni José, ni ningún otro medio humano, ha tenido que ver con el asunto. Por lo tanto, Jesús proviene de Dios.

José entra en conflicto. Reflexiona, discierne y toma finalmente una decisión: dejar libre a su esposa renunciado a efectuar el “repudio” al que legalmente tenía derecho. La intención de proceder “en secreto”, y no ante dos testigos –la forma oficial que mandaba la Ley–, está unida al calificativo que se le da a José: “era justo”.

En estos términos están los acontecimientos cuando la intervención divina le da a la decisión de José una nueva dirección.

Pero el afligido José sólo conoce un aspecto del acontecimiento. Falta escuchar el otro punto de vista: el de Dios. Sucede como en todo serio discernimiento que se haga para las decisiones importantes de la vida: siempre hay que escuchar el punto de vista de Dios. Por medio del Ángel, Dios ilumina el acontecimiento y le da instrucciones precisas a José. Enseguida, todavía dejando oír palabras que provienen de lo alto, ahora por medio de la Santa Escritura, el relato se permite una breve pausa de reflexión para contemplar el significado del nacimiento que está por venir. Al final lo que importa no es el hecho de que nazca un niño sino que, observando cómo nace, se llegue a saber su dignidad y su misión en el mundo.

Dios se comunica con José por medio de un sueño. No es la primera vez que esto sucede en la Biblia, más aún con este hecho. El Ángel se dirige a José llamándolo “Hijo de David”. Este título nos remite a las antiguas promesas mesiánicas conectadas con un descendiente de David (ver Mt 1,1: Jesús es “Hijo de David”); por eso el rey aparece en lugar destacado en la genealogía (1,6.17). A través de José, Jesús será conectado con David (1,16). Por eso el sólo hecho de darle este título a José, además de la invitación a “no temer”, es un llamado para que ejerza su responsabilidad como miembro del pueblo elegido que aguarda al Mesías.

José no sólo no debe tener recelo para recibir a María sino que es necesario que forme familia con ella y le de el apellido al niño, es decir, que ejerza la paternidad. Pero en el centro permanece Jesús: “Dará a luz un hijo”. La acción primera sobre él es la de Dios al engendrarlo con la acción del Espíritu. Luego el término “hijo” se enriquece: si María lo “genera” según la humanidad, José le da el “nombre” poniendo de manifiesto su identidad dentro la historia salvífica de su pueblo.

Inmediatamente el evangelista dice que ese nombre, el nombre histórico del Hijo, es “Jesús”. Éste no es puesto por casualidad, sino que es portador de la misión que va a realizar como Mesías, al mismo tiempo que compromete el nombre de Dios. “Jesús” es la forma abreviada “Jeshua” del nombre hebreo “Jehoshua” que, como lo recuerda el mismo evangelista, significa “Yahvé salva” (o “Yahvé es salvación”), (de Fidel Oñoro).

SAN AGUSTÍN COMENTA Mt 1, 18-24:

Sospechas el mal en él, pero deseas hallar el bien El mismo que libró a Susana, mujer casta y esposa fiel, del falso testimonio de los viejos, libró también a la virgen María de la falsa sospecha de su marido. Aquella virgen a la que no se había acercado ningún varón fue hallada en estado. Su vientre se había agrandado con la criatura, pero la integridad virginal permanecía. Había concebido, mediante la fe, al sembrador de la misma fe. Había acogido en su cuerpo al Señor; no había permitido que su cuerpo fuera violado. Pero el marido, hombre al fin y al cabo, comenzó a sospechar. Creía que procedía de otra parte lo que sabía que no procedía de sí, y ese «de otra parte» sospechaba que era un adulterio. Un ángel le corrige. ¿Por qué mereció ser corregido por un ángel? Porque su sospecha no era maliciosa, sino de las que dice el Apóstol que surgen entre hermanos. Las sospechas maliciosas son las de los calumniadores; las benévolas, las de los superiores. Es lícito sospechar mal del hijo, pero no es lícito calumniarle. Sospechas el mal en él, pero deseas hallar el bien. Quien sospecha benévolamente, desea ser vencido, pues encuentra gozo precisamente cuando descubre que era falso lo que sospechaba. De éstos era José respecto a su esposa, a la que no se había unido corporalmente, aunque ya lo hubiese hecho mediante la fe. Cayó, pues, también la virgen bajo la falsa sospecha. Mas del mismo modo que el espíritu de Daniel se hizo presente en favor de Susana, así también el ángel se apareció a José en favor de María: No temas acoger a María como tu esposa, pues lo que de ella va a nacer es del Espíritu Santo (Mt 1, 18-20). Se eliminó la sospecha, puesto que se descubrió la redención. Sermón 343,

¿QUÉ ME DICE EL TEXTO?

  • ¿Cuál es el origen remoto y el origen próximo que nos presenta Mateo en el texto que leemos hoy? ¿Por qué es importante conocer el origen de Jesús?
  • ¿Qué aspectos de diferencia o semejanza podemos establecer entre las costumbres judías acerca del matrimonio y lo que sucede en la sociedad actual? ¿Qué podemos imaginar que Dios está pidiendo a nuestra sociedad? ¿Qué nos pide a nosotros?
  • La decisión que José toma respecto a María de repudiarla en secreto está relacionada con la búsqueda de la voluntad de Dios. ¿Cómo busco yo la voluntad de Dios? ¿En esta búsqueda estoy dispuesto/a a salvar a las personas aunque estas estén acusadas gravemente? Cómo familia, comunidad o grupo, ¿a qué personas concretas hemos tratado de salvar?
  • José pudo decidir porque escuchó el punto de vista de Dios. ¿Frecuentemente decido basándome sólo en “mi” punto de vista o contando solamente con el punto de vista de las personas que van conmigo? ¿En qué forma voy a proponerme escuchar y pedirle a Dios su punto de vista?
  • ¿Qué condicionamientos a nivel personal o comunitario nos impiden decidir según la voluntad de Dios? ¿Qué vamos a hacer para que esta Navidad que se aproxima no se quede sólo en fiestas y celebraciones de carácter social, sino que nos ayude a entrar en un camino de búsqueda y obediencia de la voluntad de Dios?
  • ¿Qué invitaciones recibo del Señor a través del texto? ¿Qué sentimientos me albergan?

¿QUÉ ME HACE DECIR EL TEXTO A DIOS?

Escuchemos al testigo:

“Aunque yo me callara, hermanos, el tiempo nos advierte que la Navidad del Cristo Señor está cerca; en estos últimos días se anticipa a mi discurso.

El mundo con sus propias angustias habla de la inminencia de algo que se renovará. Y desea con una expectativa impaciente que el esplendor de un sol más refulgente ilumine sus tinieblas. Al mismo tiempo que, por la brevedad de las horas, teme que su camino esté para llegar al fin, con una cierta esperanza descubre que el año está transformando su curso. Esta expectativa de la creación nos persuade también a nosotros para esperar el nacer de Cristo, nuevo Sol, para que ilumine las tinieblas de nuestros pecados. Que este sol de justicia, con la fuerza de su nacimiento, disipe la densa niebla de nuestras culpas y no permita que nuestra vida se encierre en una densa oscuridad, sino más bien que se expanda por la gracia de su poder. Y ya que podemos presentir la Navidad del Señor a partir de los mismos signos de la naturaleza, hagamos también nosotros lo que ella hace: tal como ese día comienza a aumentar la duración de la luz sobre la tierra, así también nosotros aumentemos la medida de nuestra virtud” (San Máximo de Turín, Sermón 61A, 1-2)

Oración colecta

Señor, Derrama tu gracia en nuestros corazones,

y ya que hemos conocido por el anuncio del Ángel la encarnación de tu Hijo Jesucristo,

condúcenos por su Pasión y su Cruz, a la gloria de la resurrección.

Él que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,

y es Dios, por los siglos de los siglos…

 

 Oremos a san José, Maestro de vida interior:

“José está con María y María está con el Padre.

Y también nosotros, para que Dios, en fin, pueda ser acogido

ya que sus obras traspasan nuestra razón,

para que su luz no sea extinguida por nuestra lámpara

y su palabra por el ruido que hacemos,

para que cese el hombre y para que vuestro Reino venga

y se haga vuestra santa voluntad,

para que reencontremos el origen con profundas delicias,

para que se pacifique el mar y comience María,

la que tiene la mejor parte,

y que, del antiguo Israel, acabe la resistencia:

Patriarca interior, José, consíguenos el silencio”

(Paul Claudel, “Feuilles de Saints)