A TODAS LAS MISIONERAS AGUSTINAS RECOLETAS
“Cristo resucitó y fue exaltado para que nosotros no quedáramos abandonados en el abismo, sino que fuéramos exaltados con él en la resurrección de los muertos, los que ya desde ahora hemos resucitado por la fe y por la confesión de su nombre” (San Agustín, sermón 23) |
QUERIDAS HERMANAS:
Saludo a cada una, animada con el amor de Jesucristo, que ha resucitado y vive en su Iglesia y en el corazón de la humanidad.
¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN! “Cristo ya no morirá nunca. La muerte ya no tiene dominio sobre él” (Rom 6,9). Nuestra fe nos da la seguridad de que Jesucristo, muriendo, venció a la muerte. La asumió por amor a nosotros, para identificarse con nuestra pequeñez; pero también para asociarnos a su triunfo. Él vive para siempre.
¡FELIZ PASCUA! “Con esta efusión de gozo pascual, el mundo entero desborda de alegría” (Prefacio Pascual). En medio de tantas tristezas y angustias, preocupaciones y problemas, los cristianos ofrecemos al mundo un testimonio de alegría y esperanza porque no estamos solos para enfrentar la muerte. No desconocemos la marginación de tantas personas, la injusticia contra los pobres, el abuso contra los débiles, la creciente descristianización, el ambiente frívolo y libertino del mundo moderno; pero tenemos la fuerza de Cristo resucitado, para combatir el mal a fuerza de bien. Tenemos su Espíritu para renovar cada día nuestra esperanza en él, nuestra entrega y nuestro compromiso por un mundo que se transforma con los signos de la resurrección: el amor, la Palabra, la Eucaristía, la plegaria, la donación.
El misterio pascual que celebramos apunta a una plenitud de vida y de gracia que desborda y se difunde interminablemente. La fe cristiana es fe en la vida, porque es fe en Jesús que vive.
Apoyándonos en Jesús, resucitado por Dios, intuimos, deseamos y creemos que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el anhelo de vida, de justicia y de paz que se encierra en el corazón de la humanidad y en la creación entera. “Como misioneras somos llamadas a potenciar nuestro compromiso bautismal, extendiendo el Cuerpo de Cristo para llevarlo cuanto antes a la plenitud (CC 4), como lo hizo María Magdalena y los demás discípulos, que, buscando al Señor, vieron y creyeron en sus signos de Resucitado y difundieron la Buena Noticia del Evangelio.
Creer en el Resucitado es creer que un día escucharemos estas increíbles palabras que el libro del Apocalipsis pone en boca de Dios: “Yo soy el origen y el final de todo. Al que tenga sed yo le daré gratis del manantial del agua de la vida. Ya no habrá muerte ni habrá llanto, no habrá gritos ni fatigas, porque todo eso habrá pasado. Como recoletas buscamos cada día en el manantial de la oración la iluminación de Cristo, nuestro Maestro interior, sin el cual el Espíritu Santo a nadie ilumina, y donde encontramos a los hermanos (CC6).
Hermanas, es la hora del testimonio; hemos experimentado al Resucitado en nuestra vida personal, en nuestra vida comunitaria, en nuestra madre la Iglesia. Seamos mujeres de ESPERANZA. Entremos sin miedo en el sepulcro de Dios que es el mundo moderno tan secularizado, tan vacío de Dios aparentemente, para descubrir en él, contrastando los hechos con la Escritura, la presencia y la acción del Resucitado.
Estamos celebrando también nuestra propia resurrección, es decir, el hecho de que hemos sido transformadas en nuevas criaturas. Nuestra alegría consiste en que lo más profundo de nuestra persona, lo más íntimo, ese reducto que nadie ni nada puede llenar satisfactoriamente, se ha encontrado con Dios mismo.
La Resurrección es la verdad más importante, y es también la más decisiva. Es una verdad cargada de infinitas consecuencias para la persona que la acoge. Exige nuestra conversión; exige decir que “sí” a Jesús y a su evangelio con todas las consecuencias. Confesar y celebrar la resurrección exige vivir como Jesús vivió, vivir como Jesús nos enseñó a vivir.
Desde la experiencia con el Resucitado surgirá la misionera agustina recoleta que Dios quiere, una mujer nueva, que no se pertenece a sí misma, sino que pertenece a su Señor y vive para él y da testimonio. ¿Estoy dispuesta a renovar este compromiso cada día? ¿Mi vida, mi alegría, mi manera de amar a las hermanas y a los hermanos hablan de que Cristo vive en mí? ¿Encuentro en las dificultades del camino una oportunidad para discernir el querer de Dios a la luz de la Resurrección de Cristo?
¡Jesús nos acompaña!, ¡Jesús vive! Vivamos con alegría, en santidad y en justicia; difundamos con pasión la buena noticia de la Resurrección de Cristo y digamos siempre: ¡Aleluya, ha resucitado nuestro amor y nuestra esperanza!
¡Feliz Pascua de Resurrección! Reciban mi abrazo en Cristo resucitado.
Leganés, 30 de marzo de 2021
Nieves María Castro Pertíñez
Superiora general