Agradecidas por la misión que nos encomendó la Congregación de estar en Guatemala un mes y quince días.

La experiencia fue un descalzarse para entrar en la vida y en el santuario de la vida de nuestra gente. Una tierra santa y llena de la presencia de Dios. En el sol que despunta cada mañana, un cielo que irradia belleza a través de su azul constante y las nubes que juegan, todo eso nos habla de Dios. El verde de los árboles, la imponencia de los volcanes… todo hace que uno respire al Creador.

Compartir con la gente y dar a conocer nuestro carisma, nuestra vida, y principalmente con los jóvenes, invitando a que se puede vivir la vida desde la consagración religiosa en nuestro carisma Agustino Recoleto.

Lo que llamó la atención fue la cantidad de gente en las capillas de Totonicapán, una fe que se vive y se siente en el día a día de la gente, a través de su entrega, su servicio, su disponibilidad para la extensión del Reino de Dios. No ponen peros para seguir a Dios, al contrario, lo dan todo. Saben que parte de la misión es la entrega de la propia vida a Dios; no se puede dar parte de la vida: es la vida entera a Dios.

La cantidad de jóvenes en los encuentros en que se participó en cada ocasión fue impresionante. Los retiros, encuentros y charlas siempre los invitaban a reflexionar en: ¿quién soy yo?, ¿cuál es el latido de mi corazón?, ¿para qué fui creado? Para amar, amar y ser amado.

Esos días en Guatemala se sintió la presencia de Dios en cada actividad, en cada persona y en cada gesto.

Se hizo memoria de los inicios de la Congregación, cuando nuestros fundadores vivieron la providencia de Dios a través de la gente. Aquí la sentimos y experimentamos en la familia de la Hna. Irma, los laicos de las comunidades, los jóvenes y los Agustinos Recoletos. Hablamos de Totonicapán y de la Capital.

Bendito sea Dios por su Amor por nosotras, por hacer historia y caminar con nuestra Congregación.

El mes pasó volando, pero la experiencia vivida no se borrará; ha quedado impregnada en cada actividad que se realizó, y en especial, el calor de la gente, su acogida. Nos recuerdan que Dios está siempre presente cuando más se le necesita.

Cada persona con quien se compartió nos recuerda que, para seguir a Cristo, se puede responder desde cualquier estado de vida. Donde Dios nos llama, nos sigue llamando, sin peros ni pretextos, ya que Dios es quien nos regala todo, es quien nos sigue llamando en cada acontecimiento. Hemos de seguir respondiendo desde el corazón y lo que Dios quiere para cada una de las personas.

Nosotros también debemos quitarnos las sandalias cada vez que entramos en el corazón de las personas.

Isaura de Oliveira.