II Llegando a la misión de China

Nuevos mundos se abrieron a sus ojos: Barcelona, Manila, Hong Kong, Shanghai,  y de ahí  a la anhelada misión de Kweitehfu, a la que llegaron el 19 de mayo de 1931. Allí, precedidas por Monseñor Ochoa y demás misioneros,  entran a la Iglesia de la Misión Central, donde se entona el “Te Deum”. Después del saludo de los Padres, Fray Mariano Alegría las condujo al “convento”, donde las esperaban las futuras postulantes y las niñas de la Santa Infancia para darles la bienvenida. Cuatro años más tarde, sabrían leer las palabras de acogida de aquel primer día.

Desde ese momento, todo fue aprender: costumbres, comida, lengua… El padre Alegría fue su profesor de mandarín. Al año ya podían entender bastante y algo “chapurreaban”.

En su momento fue elegida como superiora la madre Esperanza. A los pocos días repartió los oficios y la destinaron al cuidado de las huerfanitas.  Llegaron a entenderse a las mil maravillas, a través de la mímica y las medias palabras. Entonces, sin querer, ¡adiós al estudio del idioma chino! A las pequeñas, les enseñaba el amor a Jesús y a sus hermanitas. También a coser y a cocinar. Todo lo que les podría ser útil en su futuro como buenas esposas y madres solícitas. A veces salía con una monja china a visitar aldeas, cárceles, enfermos, en fin, a “pescar almas”. Era feliz en su misión, con sus niñas, con su trabajo.

A la madre Carmela le encargaron la formación de las catequistas y más tarde, la formación de las jóvenes religiosas “Catequistas Agustinas de Cristo Rey”, fundadas por Monseñor Ochoa, nueve de las cuáles hicieron su profesión religiosa el 29 de diciembre de 1934.

En mayo de 1938 se va experimentando el miedo a la guerra. Se construye un refugio para unas cuarenta personas. Pero los japoneses lanzan bombas sobre la misión. Dios las libró pero ya no había escondite seguro.

El 20 de mayo, la madre Ángeles acababa de dejar a las pequeñas en su habitación para que hicieran la siesta, cuando oyó y vio unos aviones japoneses, que lanzaban unos “papelillos”, y fue grande su sorpresa al sentir un fuerte movimiento y oír un ruido espantoso. Se vio envuelta en una nube de polvo y rodeada de tejas rotas y pollitos carbonizados. La tierra temblaba, los cristales se hacían añicos. Parecía el fin del mundo. Se creyó la única sobreviviente, pero al oír gritos, se dirigió hacia ese lugar. Tropezó con la madre Carmela y se abrazaron creyendo que morirían las dos ahí, en la misión. Al momento pensó en sus pequeñitas y corrió donde ellas, sin importarle las bombas que seguían cayendo cerca y le hacían perder el equilibrio. Al llegar al dormitorio, todas se le pegaron agarrándose de su hábito y nerviosas le contaban lo ocurrido. De pronto otro estallido las obligó a meterse debajo de las camas y los tirones y empujones, la hicieron aparecer también a ella, debajo de una cama. Las niñas se reían pero ya no tenían miedo, estaban con su querida madre.

Al día siguiente, orden de salida para todos los habitantes de la ciudad. Monseñor dirigió, a monjas, jóvenes y a niñas, al hospital San Paolo, pero el buen doctor Gilbert, protestante, venía ya de camino  a ofrecer su Hospital a los misioneros y misioneras europeos. Al saber que no abandonarían a las chinas, abrió generosamente sus puertas para todos.

Los ejércitos japoneses seguían su marcha, acabando con todo. Al llegar al hospital la oficialidad nipona, los frenó el encontrar tanto europeo. Pero eso sí, los bombardearon con preguntas capciosas  para cerciorarse de si eran o no, espías americanos.

Desde allí vieron pasar carros japoneses cargados con todo lo mejor de la misión.  Buscaban a las jóvenes, pero todas se habían convertido en improvisadas monjas, mientras a las pequeñas las tenían bien escondidas.

Varios días después, pudieron volver a la misión, estaba convertida en un gran basurero.   Las pequeñas, ahora libres, corrían por todos lados,  ¿Qué entendían ellas de pérdidas y reconstrucciones? En el patio de la casa, entre hierbas y arbustos silvestres, se encontraban ornamentos, casullas preciosas, misales, cálices completamente abollados, imágenes destruidas… A los pocos días fueron volviendo los habitantes a sus desmanteladas casas. Al ver la entrega y amor de los misioneros, muchos abrazaron la fe católica.

Continúa…

 

Este escrito es un resumen del lbro de la madre María Ángeles García, titulado «Una misionera agustina recoleta en China», hecho por la hermana Elsa Gómez. La foto con la familia Castaño es la primera vez que sale, fué enviada por Alejandro Archila Castaño.

 

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