INTRODUCCIÓN

San Mateo, sitúa la escena de la Ascensión en un monte sin nombre. Con esto nos indica que lo interesante de esta escena no es el lugar, sino el simbolismo. El monte significa el ámbito de lo divino, donde está Dios y donde el evangelista quiere situar también a Jesús.  A ese monte santo donde está Dios, es decir, donde está la plenitud de la verdad, de la belleza, de la libertad, y, sobre todo, del amor, ahí nos invita Jesús a subir para ser felices con Él para siempre.

LECTURAS BÍBLICAS

1ª lectura: Hech. 1,1-11.      

2ª lectura: Ef. 1,17-23.

EVANGELIO

Mt 18,16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos»

REFLEXIÓN

De este evangelio de San Mateo, en esta festividad de la Ascensión, sacamos tres ideas importantes:

1.– Jesús se va al cielo, pero se queda siempre con nosotros.  Precisamente este evangelio de Mateo ha destacado esta presencia de Jesús con nosotros. Al principio nos habla de Jesús como ENMANUEL. Su nombre, su esencia, es estar con nosotros. Sin nosotros Él ya no sería Él. Desde el misterio de la Encarnación Dios es Dios-con-nosotros.  Y al final del evangelio nos dice que estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.  Siendo esta presencia de Jesús tan arrolladora, ¿quién podrá decir que está solo?  En aquel que pasa hambre y sed, está desnudo, está encarcelado, está enfermo…ahí está Él (Mt. 25).  En la vida podemos experimentar la “amarga soledad” pero sólo la soledad de los hombres, pero nunca la de Jesús.

2.– El encanto de una despedida.  En el evangelio de Lucas, aparece la ascensión al final de todo, como el epílogo final, como el broche de oro a este evangelio de la bondad y la ternura de Jesús. Pues bien, ahí aparece Jesús “levantando sus manos y bendiciéndolos” (Lc, 24,50).  Esas manos de Jesús que se levantan por encima de la tierra para bendecirnos, es la mejor expresión de su cariño y de su ternura. El amor no se va; el amor se queda.  Entre el cielo y la tierra ya no habrá un muro que nos separa sino un gran “espacio acogedor” que nos une con Dios para siempre. “Aquella solemne bendición de Jesús no era sólo para unos apóstoles en un momento preciso; era la bendición del Supremo Sacerdote que antes de entrar en el Sancta Sanctorum de la Jerusalén celeste, nos dejaba una bendición permanente para toda la Humanidad”. (Benedicto XVI).

3.– La importancia de la Misión. Id y haced discípulos a todos los pueblos” Lo que nos manda Jesús a todos sus seguidores es que “hagamos discípulos”. Después vendrá el bautizarles. Hacer discípulos es hacer seguidores de Jesús, coger el soplo, el aliento, el talante de Jesús La lectura asidua y meditada del evangelio nos hace cambiar de vida y nos capacita para la misión. Hoy día, más que nunca, la Iglesia necesita “testigos de la fe”, gente que nos hable de Jesús con alegría, con entusiasmo, con ilusión. Gente que suba al monte de Dios y nos cuente las bellezas que, desde allí ha contemplado. Gente que ha respirado el aire sano y limpio de la montaña e invite a subir a los que sólo respiran aire contaminado de la ciudad.  Y, sobre todo, gente que, como nos indica María, estemos dispuestos a “hacer lo que Él nos mande”. Y, en nuestro caso, ir, marchar, salir con gozo a llevar el evangelio a todo el mundo.

SAN AGUSTÍN COMENTA

Pero, ya hemos oído -dicen los discípulos al Señor- en qué nombre hemos de bautizar; nos hiciste ministros de ese bautismo y nos dijiste: Id y bautizad en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Pero ¿adónde hemos de ir? ¿No lo habéis oído? A mi herencia. Me preguntáis adonde habéis de ir: a lo que he comprado con el precio de mi sangre. ¿Adónde, pues? A los pueblos, responde. Yo creí que había dicho: «Id y bautizad a los africanos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»1. ¡Gracias a Dios! El Señor da solución a la dificultad, enseña por la paloma. ¡Gracias a Dios! Los apóstoles son enviados a las naciones y, si a las naciones, a todas las lenguas. Esto es lo que significa el Espíritu Santo dividido en lenguas y unido a la paloma. Donde las lenguas dividen, la paloma une.

Hay unidad de lengua en las naciones, y ¿habrá división en la lengua de África solamente? ¿Qué hay más claro, hermanos míos, que este hecho: en la paloma está la unidad y en las lenguas de los pueblos la unión? Un día, por la soberbia, se dividen las lenguas, y de una se originan muchas. Después del diluvio, unos hombres soberbios, que se empeñan en fortificarse contra Dios, como si para Dios hubiera algo elevado o algo seguro para la soberbia, se construyen una torre para no ser destruidos si se repetía otro diluvio. Habían oído y recordaban que el diluvio había desecho toda la iniquidad. Ellos no quieren dejar la iniquidad, y, para defenderse contra el diluvio, piensan en la altura de la torre y, en efecto, comienzan a construirla. Vio Dios su orgullo y les hizo que se confundiesen al no entenderse cuando hablaban. Así en el origen de la división de las lenguas está la soberbia, mientras que la humildad de Cristo las redujo de nuevo a la unidad. Lo que disocia aquella torre, lo reúne la Iglesia. De una lengua se originan muchas; no tiene nada de extraño: es obra de la soberbia. De muchas lenguas se hace una; tampoco hay que extrañarse de ello: es obra de la caridad. Aunque el sonido de las lenguas es múltiple, en el corazón sólo se invoca a un único Dios y se mantiene una sola y misma paz.

¿Cómo, pues, amadísimos, debió mostrarse el Espíritu Santo, que designa cierta unidad, sino por la paloma? Así se puede decir de la Iglesia en paz, Una es mi paloma. ¿Cómo debió mostrarse la humildad, sino por un ave sencilla que se limita a gemir y no por una soberbia y escandalosa, como es el cuervo? 

Comentarios sobre el evangelio de San Juan 6,9-10

PREGUNTAS

1.– Jesús se queda siempre con nosotros.  ¿Dónde me encuentro con Jesús?  ¿Se buscarlo por los caminos que Él me propone?

2.- ¿Me entusiasma un Jesús tan delicado, tan exquisito, tan amigo de sus amigos? Y yo ¿Cómo le respondo?

3.- ¿Me tomo en serio la misión? ¿Soy consciente que mi primera obligación como cristiano es transmitir mi experiencia de fe?

Este evangelio, en verso, suena así:

En la Ascensión Jesús vuelve

junto a su Padre, a su lado.

Recibe el poder y gloria,

«a su derecha sentado».

Antes de marchar, transmite

a los Once su mandato:

Ser sus valientes «testigos»

del Reino que ha proclamado.

Ellos no pueden quedarse

«mirando al cielo», plantados.

Han de cumplir la tarea

que Jesús pone en sus manos.

Invocando al Padre, al Hijo,

con el Espíritu Santo,

harán de todas las gentes

un Pueblo de bautizados.

Es la tarea, Señor,

que heredamos los cristianos:

Hacer de hombres y mujeres

una familia de hermanos.

Preciosa misión, que exige

«sufrir dolores de parto».

No salvaremos al pobre,

si no pisamos su barro.

Hoy, Señor, te prometemos

cumplir, con amor, tu encargo.

Tú estás «siempre con nosotros»,

velando nuestro trabajo.

(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)

Fuente: tomado de la web de la diócesis de Aragón.