Al hacer un recorrido de mi historia vocacional he descubierto que Dios me fue llamando a la vida religiosa MAR a través de la Hermana Cleusa, aun sin ser su contemporánea. Su vida ejemplar como cristiana siempre me impactó. Ella proclamó la Buena Nueva con su testimonio de vida, siendo una cristiana que dentro de la comunidad humanó donde vivió, “irradió de manera sencilla y espontánea su fe en los valores que van más allá de los valores corrientes, y su esperanza en algo que no se ve ni osaría soñar” (cf. EN 21).
Todo el pueblo de Lábrea (Amazonas-Brasil) la reverencia, y esta admiración también llegó hasta mi casa. Me acuerdo siempre haber escuchado de mi madre, mis tías… sobre una hermana que fue asesinada por defender a los indígenas, esto de poquito a poco iba cayendo en mí corazón inquieto de joven. Hasta que por la ocasión de la celebración de los 25 años de su martirio, la Iglesia de Lábrea en la figura de las Misioneras Agustinas Recoletas y de los PP Agustinos Recoletos realizaron un gran triduo acentuando su entrega generosa a Dios que se culminó en el martirio. Fue en este momento cuando la conocí en profundidad. La sorpresa fue grande “nadie tiene mayor amor que aquel que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). De esta frase del evangelio surgieron muchas preguntas ¿Qué clase de amor es ese? ¿Cómo pudo donarse de esta manera? ¿Por qué Cleusa vivió de esa manera? ¿Qué o quién la inspira? ¿Por qué estuvo con los míos? Silenciosamente ella me anunciaba la Buena Noticia (cf. EN 21).
En la catequesis aprendí que Jesús murió por nosotros porque nos amaba, pero esta afirmación me era muy lejana y no causaba ningún efecto en mi persona, pero el testimonio que tenía delante de mí, de una mujer consagrada hizo que esas palabras cobraran vida ya que había hecho lo mismo que Jesús: entregó su vida por aquellos que amaba.
A partir de ese momento en ninguna otra persona veía más expreso el rostro amoroso de Dios, aun desconociendo su amor, que en aquella mujer sencilla que murió amando a Alguien que la impulsaba a salir de sí y entregarse a los demás, a los que la necesitaban.
Comencé a decirme en mi interior ¡Quiero ser como ella! Contemplando su ejemplo de vida iba dándome cuenta que existía algo mucho mayor y mejor de lo que mis ojos podían captar. Empecé a disponerme para buscar y a la vez dejarme ser encontrada y contagiada por esta misma fuerza que resplandecía en aquella mujer que, a pesar de una muerte cruel, permanecía viva en la memoria de las personas y de una manera u otra continuaba dando testimonio de Aquel que condujo su vida.
Hoy han pasado diez años de esta experiencia y como religiosa mar puedo decir que su ejemplo sigue fortaleciendo la convicción de que “vale apena arriscar”, vale entregar toda la vida a Dios en el seguimiento de su Hijo Jesucristo y en la extensión del Reino de justicia y de fraternidad.
Francisca Braga Malveira, mar