Crea en mí, oh Dios, un puro corazón,

un espíritu firme dentro de mí renueva  (Sal 51,12).

 

A TODAS LAS MISIONERAS AGUSTINAS RECOLETAS

 

Queridas hermanas:

La Santa Sede difundió el martes 26 de febrero el mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de este 2019 titulado “La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios”, en el que hace un llamado a la conversión mediante el ayuno, la oración y la limosna.

Que nuestra Cuaresma suponga recorrer ese mismo camino, para llevar también la esperanza de Cristo a la creación, que ‘será liberada de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios’. No dejemos transcurrir en vano este tiempo favorable. Pidamos a Dios que nos ayude a emprender un camino de verdadera conversión. Abandonemos el egoísmo, la mirada fija en nosotras mismas, y dirijámonos a la Pascua de Jesús; “hagámonos prójimas de nuestros hermanos y hermanas que pasan dificultades, compartiendo con ellos nuestros bienes espirituales y materiales”.

Para este año quisiera que nos invitáramos todas a entrar en los capítulos III y IV   de nuestras Constituciones. Serán, sin duda alguna, un itinerario de ruta, después de la palabra de Dios, que nos darán elementos para vivir este camino de conversión que tanto necesitamos puesto que la causa de todo mal es el pecado, que desde su aparición entre los hombres interrumpió la comunión con Dios, con los demás y con la creación, a la cual estamos vinculados ante todo mediante nuestro cuerpo, nos dirá el papa Francisco.

Como comunidad orante y en conversión nuestras Constituciones, nos recuerdan la necesidad de orar siempre sin desfallecimiento (cf. Lc 18,1) y nos presenta a Cristo, nuestro Maestro en la oración, que nos enseña a conversar con el Padre (CC 41). El amor a Dios, como búsqueda primera de correspondencia a su amor nos invita a una vida escondida en Cristo en Dios que será la que nos encenderá y urgirá en el amor al prójimo para la salvación del mundo y la edificación de la Iglesia (CC 42), pues como dice san Agustín, de la exuberancia del amor, brota la misión.  Revisar nuestra oración cotidiana, nuestra fidelidad a ella, su sostenibilidad y respuesta desde la Palabra discernida, los tiempos prolongados ante el Señor, el silencio meditativo, la interiorización de nuestras vivencias para darle sentido, pueden ser un momento oportuno para revitalizarla y encontrar en la oración la fuerza que necesitamos para transcender en lo cotidiano, interpretando a la luz de la fe los acontecimientos diarios y dando fecundidad a toda nuestra obra misionera (CC 46).

Así como también es necesario preguntarnos si nuestra liturgia comunitaria, la celebración de la Eucaristía (CC 43-45), las vivimos de forma plena, consciente y activa. La liturgia de las horas vivida en comunidad, donde consagramos al Señor el curso entero del día y de la noche, nos hace vivir el “nosotros”, de forma que desaparece nuestro yo, y nos convertimos en mediadores de Dios y la humanidad, intercesoras para implorarle, alabarle y bendecirle por los gozos y los dolores de los hombres y mujeres y por sus necesidades más profundas. Nuestra liturgia orada pareciera, a veces, demasiado rápida, medida y sin cabida a mayor preparación, sin darnos la  oportunidad de que todas entremos en el Misterio, uniéndonos íntimamente al Señor, en un solo cuerpo cuya cabeza es Cristo, que ora al Padre.

Y nuestro padre san Agustín nos invita a entrar dentro de nosotras mismas para lograr esta conversión, viviendo la novedad del evangelio, pero desde el desprendimiento del hombre viejo para nacer cada día, crecer y progresar (CC. 50). Oración y discernimiento van de la mano, si no oramos, no podemos discernir, y por tanto no podemos descubrir la voluntad de Dios. Necesitamos hacer del discernimiento una práctica habitual de vida. Sabemos sobradamente que la vida espiritual es un combate. La oración es el campo de batalla específico en el que combatimos por la gloria de Dios y por el testimonio de la verdad. Necesitamos allí percibir hacia dónde nos mueve el Espíritu bueno, de suerte que podamos desplegar las velas y dejarnos llevar; capacidad también que nos permite, además, reconocer el espíritu negativo, nefasto, de forma que nos opongamos a él para cambiar de dirección.

De nuestra vida de oración dependerá nuestra vida de comunión (CC IV) y así seremos co-creadoras. Y las invito en esta Cuaresma a pasearnos por este capítulo IV de las constituciones cuya identidad carismática hunde sus raíces en la comunión. Hermosamente nos dice el número 53 parafraseando a san Agustín, que Dios, Verdad universal y Bien común, ha unido nuestros entendimientos y voluntades en su conocimiento y amor y su contemplación tiene fuerza de unión y es, de por sí, comunitaria.

Evaluar nuestras relaciones interpersonales es una tarea pendiente y diaria, puesto que la caridad es el fundamento sobre el que se construye la comunidad (cf. CC 55), y nada más lejos de la teoría que la práctica que nos habla el número 54 de este capítulo. Por eso, el ayuno que debemos hacer tiene mucho que ver con nuestra forma de relacionarnos, expresarnos, tratarnos. No exista entre nosotras la crítica destructiva, la murmuración, la mala educación en nuestras respuestas, la negación de la palabra ante un conflicto, la no aceptación de la corrección fraterna, la soberbia y el orgullo, la indiferencia y el olvido de la hermana que tenemos cerca o sabemos que está necesitada, el prejuicio y el juicio con que muchas veces nos expresamos, en fin, se podrían señalar más actitudes contrarias a la belleza y santidad que configura una persona caritativa y hermana de la Verdad.

Oración y ayuno para que Dios `purifique nuestro corazón y al   compartir la vida permitamos que todo sea común (solidarias), y no antepongamos nada a la comunidad, al amor preferencial a Cristo y a los hermanos. El pan de la eucaristía nos compromete a vivir en unidad. La fuerza que en él se simboliza es la unidad, para que, agregados a su cuerpo, hechos miembros suyos, seamos lo que recibimos. Entonces será efectivamente nuestro pan de cada día, nos dirá san Agustín (s.57,7))  y podremos vivir como proyecto de vida la oración del padre nuestro.

Termino con estas preguntas, pudieran ser muchas más, pero ojalá que cada una al tomar sus Constituciones y el evangelio pueda hacérselas y permitir al Espíritu que las responda con su acción misericordiosa.

¿Vivo haciendo oración continua por mi deseo de Dios o estoy dispersa y fuera de mí misma, olvidada de Dios? ¿Cómo rezo la Liturgia de las Horas? ¿Procuro sentir con el corazón lo que dicen mis labios o he caído en la rutina y hago del rezo una repetición mecánica? ¿Prolongo en mi oración personal la oración litúrgica o la vivo solo como un cumplimento que tengo que hacer pero que no tiene ninguna incidencia en mi vida? ¿Es para mí la Palabra de Dios mi pan de cada día o se ha vuelto algo rutinario que no me dice nada ni me comunica nada? ¿Soy paciente con mis hermanas y veo en ello una forma de santificación y mortificación o me dejo llevar por la impaciencia y el inconformismo? ¿Cómo son mis palabras dentro de la comunidad? ¿Son una bendición que trae ánimo y esperanza o todo lo contrario? ¿Cómo afronto el mal que hay en mi comunidad? ¿Uso el mismo mal o combato el mal con la fuerza del bien? ¿Estoy convencida de la fuerza del amor o he perdido la fe en él y busco otras soluciones para mis problemas y los de mi comunidad? ¿Es el amor el motivo y la causa que mueve mi vida y mis obras o me dejo guiar por los intereses personales y mundanos? Dentro de mi comunidad, ¿me pongo al servicio de las hermanas o estoy siempre esperando a que me sirvan las demás, escapándome de todo tipo de servicio y responsabilidad frente a la comunidad? ¿Mi fe me lleva a reconocer a Jesús en cada una de mis hermanas? ¿Reconozco con humildad mis culpas y faltas en la comunidad o simplemente me dedico a echarle la culpa siempre a los demás?

Vivamos esta cuaresma con intensidad, sumergidas en el silencio de Dios que siempre habla y acrisolemos nuestro apostolado, que empieza en la comunidad, con el fuego de la caridad.

 

Reciban un cariñoso saludo y fraterno.

Leganés, 4 de marzo de 2019

 

Hna. Nieves María Castro Pertíñez

Superiora General