“Solo el corazón que ha amado y sufrido, es rico como el mar y grande como el mundo Madre Esperanza Ayerbe de la Cruz

Ante esta frase, mi primer pensamiento ha ido directamente a la experiencia que hoy viven tantas familias, especialmente los padres, las madres o abuelos que pasan por el dolor de tener en el seno de sus familias un hijo/a drogadicto o adictos a tantas formas de esclavitud, que anulan su dignidad humana, que les hace tan frágiles y vulnerables, en medio de un mundo de confort, de comodidad, en el que todo vale y que termina hundiéndoles en la más terrible de las desgracias: la dependencia.

Son muchos los jóvenes que han caído en la cuneta de los vicios y se hallan atados, sin poder salir, chicos y chicas que, por sus condiciones y posibilidades humanas, hubiesen podido ser personas extraordinarias, emprendedoras, creativas, estupendos padres y madres de familia, pero, por una decisión poco acertada o por influencias negativas, no encontraron o no supieron descubrir a tiempo, el valor de una verdadera amistad, de un buen amigo/a que les hubiese ayudado.

Cuando todo esto aparece en el ambiente familiar, empieza por ser un problema que avergüenza y que, por lo tanto, hay que ocultar, disimular o sencillamente rechazar y alejar del entorno familiar. Es entonces, cuando brota el calvario del dolor y la desesperación de los padres y de la familia: peleas, incomprensiones, gritos, riñas, discusiones, conflictos, malos tratos e insultos, sufrimiento, impotencia, etc.

Y es ahí, cuando al contemplar el corazón destrozado de los padres de familia, esta sencilla reflexión encuentra sentido, porque “Solo el corazón que ha amado y sufrido, es rico como el mar y grande como el mundo”.

Hna. María Clara Crespo