PERTENECIENTES A UNA FAMILIA

Alguna vez nos hemos preguntado cómo es que creamos vínculos grandes aquí en esta tierra en que habitamos. Son vínculos de tierra y de cielo. Nuestra peregrinación está llena de sorpresas incluso donde creemos que la tierra es inerte y que el asfalto ha llegado a terminar con la vida de las flores y el verde que inunda la vista generando vida. Necesitamos caminar con los pies descalzos, con los oídos pegados al corazón y con las manos listas, para acoger con espíritu de sencillez.
Cuando creamos lazos familiares con los que menos nos esperamos, es todavía la sorpresa inédita de lo que sucede cuando Dios en su Hijo Jesucristo nos regala, sin más, porque así es el Señor, cuando quiere sorprendernos, dejándonos claro que todo depende de él y que nosotros quedamos estupefactos ante su grandeza en medio de la nada y en medio de la pequeñez.

Si alguna vez nos hemos sentido tan vinculadas a nuestra familia de sangre, la vinculación con los hijos,  que Dios regala, se vuelve tan fuerte como la sangre misma. Es un misterio la vinculación que Dios nos ha regalado con nuestros hermanos de las “Vías”, que tienen nombre propio, realidad propia, ellos forman parte de esta comunidad eclesial y religiosa. Nos consideran sus hermanas que acompañan, escuchan, que les acogen sin prejuicios.

El amor trinitario, nos enseña que la humildad nos ayuda a compartir, que la humildad nos alcanza la presencia de Jesús en el hermano abatido por la pobreza, juntos buscamos la verdad, juntos buscamos al Hijo de Dios que nos hace hermanos, que nos vincula a través del amor, de la confianza, la amistad va creciendo y se torna en la visita esperada que nos capacita para vivir la fe mutuamente. En esta relación de encuentro, vivimos la experiencia de Dios, porque él está presente en ellos.

Desde aquí, nace la inquietud de pertenecer a la gran familia de Dios, por medio del bautismo, la comunión y la confirmación. Sacramentos que ahora piden nuestros hermanos para ser hijos de Dios como ellos dicen. Acoger es nuestra misión de hermanas, estrechar manos sucias por el trabajo, porque nuestro Dios es relación, comunión, encuentro, salida de uno mismo, cuando nos desvivimos por el otro, quien actúa es el amor trinitario que se torna familia en la tierra. Y en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu, anunciamos al Dios que es amor, esas son sus huellas y las que seguimos y vamos dejando en medio de la humanidad. No hacemos más que compartir y mostrar a Jesús vivificador.
En esta familia, vamos creando apretura y comunión, porque cuenta con cada una de sus criaturas y se manifiesta en ellas, se presenta y nos vincula como familia trinitaria en el mundo, vínculos indestructibles que perduran en el tiempo, sin invadir, sin anular, comunicando y formar un nosotros formando sueños juntos como hijos y hermanos que se encuentra en un mismo Dios.

Comunidad de la ciudad de México