UNA RESPUESTA LLENA DE FE
Hace tiempo, decidí volver a ser catequista, a estar nuevamente con los niños, aquellos que siempre me han gustado y con los que he disfrutado profundamente. Hoy, respondí a la llamada de Dios con fe, alegría y esperanza, a pesar de mis limitaciones. Sé que Él actúa en mí y me guía en cada paso.
Al principio no fue fácil. Por diversas razones, algunos niños del grupo no aparecieron y, con el tiempo, la asistencia comenzó a disminuir. Me lo tomé de manera personal, preguntándome si tal vez ya no era capaz de dar catequesis. Sin embargo, decidí continuar. Somos un grupo pequeño, pero unido, con el deseo firme de seguir adelante, aprendiendo y creciendo juntos en la fe.
Todo ha cambiado tanto… Los niños son muy distintos a como los conocía, pero lo que sigue siendo constante es que el catequista tiene la oportunidad de compartir su propia experiencia de fe y de guiar a los niños en la vivencia del Misterio.
Los niños siempre nos enseñan cosas importantes. Con ellos, realmente comprendo lo que significa el «ser como niños» que nos enseña Jesús en el Evangelio: ser como niños no significa ser inmaduros, sino tener una mirada inocente, confiada y optimista hacia la vida.
Ser catequista es haber respondido al llamado del Señor, ¡es un verdadero don! Desde el momento del bautismo, somos sacerdotes, profetas y reyes junto a Cristo, llamados a transmitir su mensaje de salvación. Dios nos da la gracia para vivir esta vocación cada día, con dedicación y amor.
La espiritualidad es clave en el perfil de un catequista. Como dice San Pablo: “Por la gracia de Dios soy lo que soy” (1 Cor 15, 10). El Espíritu de Dios es el verdadero protagonista de nuestro ministerio; Él nos acompaña, nos guía y nos fortalece para que nos comprometamos más cada día con nuestra misión.
En esta misión, nuestra fe debe traducirse en obras, en acciones concretas que nos lleven a pensar, sentir y decidir cómo podemos contribuir a una vida más humana, más justa, especialmente para los más vulnerables. No podemos ignorar ni ser indiferentes ante la pobreza que nos rodea.
Lo que considero más importante en mi vocación de catequista es enseñarles a los niños a conocer y amar a Jesús, a querer parecerse a Él, y a ver a Jesús en cada persona. En última instancia, esto es lo que significa amar a Dios y al prójimo.
Como conclusión, puedo decir con certeza que tengo una verdadera vocación de catequista y me siento inmensamente agradecida por tener la suerte de vivirla cada día.
Hermana Teresa Diaz
Comunidad Las Gabias