Algunos días previos a la Navidad recibí una invitación inesperada,  consistía en  una  experiencia de “Misión Navideña”; la realizaría en la Casa Madre en Monteagudo Navarra en la comunidad de hermanas “mayores” (hago énfasis en lo inesperado, ya que las hermanas de esta comunidad estaban recuperándose de la muy complicada situación de COVID-19), cosa que en un principio me parecía un poco arriesgado e inadecuado ¿viajar para allá por lo mismo de la situación sanitaria?…, pero una vez en la comunidad  y el compartir con las hermanas, me hicieron recordar de que Dios no se equivoca en lo que pide y en el momento que pide la realización de sus designios.

En casa de Monteagudo, con el paso de los días, iba experimentando la presencia amorosa y misericordiosa de Dios para con nosotras, pues muy a pesar de la situación compleja por la que atravesaba la comunidad y las secuelas que el virus había dejaba a su paso en cada una de las hermanas, se respiraba un ambiente de paz, sosiego y confianza plena en Dios tanto por parte de las hermanas y de las personas que con delicado empeño y entrega cariñosa, cuidaban y atendían a cada una de las hermanas.

Gracias a la convivencia y el compartir pude descubrir que son mujeres con mucha fortaleza humana y espiritual, mujeres resilientes que sacaban lo mejor de lo vivido, valorando el don de la vida, de los Sacramentos y el sentido profundamente  comunitario de nuestra congregación después de estar aisladas un poco más de dos meces sin compartir y reunirse como normalmente solemos hacer en todas las comunidades de la congregación.

Ciertamente en un primer momento yo fui enviada para colaborar con la situación por la que estaban atravesando las hermanas, pero ahora  hago una mirada retrospectiva y veo que han sido cada una ellas las que, de cierta manera, me han ayudado a mí, en mi crecimiento personal y espiritual, y no me queda más que agradecer a Dios por esta experiencia de tocar con mi propia vida la situación de los más “vulnerables” y en este caso de mis hermanas de congregación, que han sido “mi regalo de Navidad, de año nuevo y de Reyes” que Dios ha querido otorgarme estos últimos días en la comunidad de Monteagudo.

Gloria Hernández. Juniora mar