El documento sobre la sinodalidad: “Jornada mundial de la vida consagrada – 2022”, me ha interpelado. Por una parte, dice que los consagrados somos: “buscadores y testigos apasionados de Dios”.

Entonces soy buscadora de Dios como San Agustín: “Haz Señor que te desee y deseándote te busque y….”.  Pero no solo estoy llamada a ser buscadora, sino testigo apasionado de Dios.  ¿Cómo puedo ser testigo apasionado de Dios?  Y el documento me dice: La vida consagrada nace de la escucha de la Palabra y acoge el Evangelio como norma de vida y de esta manera viene a ser como “encarnación” de la misma palabra de Dios, escuchada, meditada, interiorizada, hecha vida.

Y alimentada con la oración, que es como el aire que necesitan nuestros pulmones. La verdadera escucha nos lleva a abrirnos de corazón al otro, con respeto, con compasión, con misericordia, con amor. Estamos atentas a la voz de Dios y al grito de los débiles.

Nos recuerda que estamos llamados a ser “expertos en comunión”, comunión con Dios y con los hermanos. Como misioneras, caminamos juntas en la misión, disfrutamos juntas el gozo de comunicar el Evangelio sintiéndonos todas corresponsables y disponibles, sea cual sea el lugar donde nos encontremos: la parroquia, la habitación de un hospital, el colegio, la casa de hermanas mayores, etc.

Es importante lo que se hace, pero más importante es el SER. Aunque no pueda moverme, soy MAR y, por tanto, me encuentro con el Señor cada día y estoy con él todo el día, orando por las necesidades del mundo; estoy atenta a mis hermanos y hermanas y trato de hacer la vida agradable y fraterna; solo Dios sabe los milagros que hace, lo que podemos lograr con nuestra oración y nuestro silencio lleno de amor.

Bien nos dicen también que es urgente un cambio de actitud –“un deseo de conversión personal y comunitario”. Es necesario que aprendamos a escuchar, en todos los ámbitos, empezando por el más cercano: la comunidad.  Hay que aprender a escuchar los silencios; ahora que muchas hermanas son mayores y limitadas, es importante la compasión, la acogida con sus propias pobrezas; es como escuchar el clamor de los pobres, eso son los mayores.

También hay hermanas jóvenes que necesitan nuestra escucha y comprensión. Pensamos diferente porque nuestra mentalidad es diferente.

“Hay que pedir la gracia de saber buscar a Jesús en los hermanos y en las hermanas que hemos recibido”. Y, por otra parte, hay que tener la mirada compasiva de Jesús que no condena, que no exige, sino que anima, libera y consuela.

Actualmente toda la humanidad tiene necesidad de cuidado.

Cuidar es más que un acto, es una actitud. Por lo tanto, abarca más que un momento de atención, de celo y de desvelo. Representa una actitud de ocupación, preocupación, de responsabilidad y de compromiso emocional con el otro.

La Vida Consagrada es profecía de misericordia, y esa profecía se hace testimonio y se torna en la pregunta más necesaria para todos los hombres y mujeres: “¿Qué quieres que haga por ti?”

Es necesario cuidar nuestras casas, realizarles el mantenimiento necesario. Pero las casas no son la congregación. Más importantes que las casas, son las personas, las que realmente forman la congregación.  Cuidar a una persona es cuidar la congregación. Por eso cada día debemos trabajar la acogida, la compasión, la misericordia.

Las cosas, se cuidan, se valoran, pero más importante es el amor, el respeto, el cariño, la ternura, y sin buscarlo, todo esto es testimonio del amor misericordioso de Dios, que hace creíble nuestro amor y nuestra entrega.

Por otra parte, ¿cómo ayudarnos, todas, mayores y no mayores, a reavivar nuestra entrega, nuestro agradecimiento, nuestra alegría, nuestro amor? ¿No será necesario un buen mantenimiento espiritual, más cuidadoso, que a lo mejor puede suponer una inversión pero que puede lograr un despertar más vivo y comprometido?

Elsa Gómez Galindo, MAR