En nuestra pastoral vocacional, tenemos claro que, vamos a acompañar a los niños para conocer a Jesús, y a jóvenes y adultos, en una tarea importante, la de descubrir qué quiere Dios en sus vidas, cuál es el camino a seguir como compromiso para siempre, que da plenitud.  Algunos estarán llamados al matrimonio, otros a la vida consagrada o sacerdotal, otros a la vida célibe, otros a revitalizar su vida cristiana. ¡Claro, se supone que ya de alguna manera conocen a Dios creador y padre, y a su hijo Jesucristo!.

Pero esas llamadas o invitaciones, son las “grandes”. Así diría yo. Pero las invitaciones de Dios no solo son esas. Él nos invita cada día, nos invita a cada momento. Cuando algo no tan loable vas a realizar, está la invitación a través de tu conciencia. En otros momentos la invitación es a través de la Palabra. También las sugerencias de alguna persona.

Y esto que digo, es para todos, grandes y chicos, sacerdotes, religiosas, casados, solteros. Y es lógico, lo digo especialmente para quienes de alguna manera estamos vinculadas a la pastoral vocacional. Si le vamos a enseñar al niño o al joven que Dios invita, que Dios llama, que hay que estar atento a escucharlo porque muchas veces al día, con mucho amor nos hace invitaciones, las primeras que debemos ser expertas en escuchar al Señor somos nosotras.

¿Cómo podría enseñar lo que no conozco, lo que no practico, aquello a lo que no le doy importancia?  ¿Vivo aquello a lo que invito?¿Invito según el querer de Dios o según lo que a mí me parece? ¿Estoy dispuesta a invitar a morir a todo aquello que no es del agrado de Dios, sabiendo que esto es lo que no permite vivir?

La voz de Dios es la guía y ayuda interna que induce a lo bueno, y se vuelve más y más sencillo escucharla si me mantengo fiel y la obedezco.

Escuchar a Dios va a depender de la actitud y la disponibilidad que tengamos en la oración. Debemos estar preparados para escucharlo. Es una decisión nuestra, porque el Señor siempre está dispuesto a hablarnos, a invitarnos.

Actitud: Tener el corazón alegre y abierto, confiando que él nos dará el deseo de encontrarnos con él.

Disponibilidad: En la oración, dejar a un lado las preocupaciones y avivar el deseo de encontrarnos con él. Ser conscientes de que ese tiempo es para él. De que estamos ante él que nos conoce tal y como somos. Podemos contarle nuestros problemas, nuestras equivocaciones, nuestros pecados, nuestros deseos, y preguntarnos qué deseará decirnos en ese momento. Si hemos leído la Palabra, ¿qué quiere el Señor que acojamos de su Palabra, en qué nos hemos sentido confrontadas, como invitación a cambiar, a ser más misericordiosas y fraternas con los demás?

Pero no es solo en la oración donde escuchamos a Dios. Si estamos atentas, lo escuchamos a lo largo del día. Siempre nos invita a escuchar al otro, a servir, a ser pacientes, a ser creativas y proporcionar alegría a los demás, a hacer la vida de los demás más llevadera.

Escuchar a Dios no significa llevar una vida aburrida, ni cargar solos con nuestros problemas. En Mateo 11:28 leemos, “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”. Por una parte, no cargamos solos con nuestros dolores, pero por otra parte, podemos estar seguros de que siempre contamos con alguien que nos ama de verdad. Eso es una gran alegría. Y ese Alguien nos invita a amar a los demás como él nos ama. Y el amor, no es aburrido, ni recibirlo, ni darlo. El amor nos llena de satisfacción y despierta nuestra creatividad para proporcionar alegría a los demás.

Elsa Gómez Galindo