+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan                           13, 31-33a. 34-35

Después que Judas salió, Jesús dijo:

«Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto.
Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes.

Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros.» Palabra del Señor.

¿QUÉ DICE EL TEXTO?

“Gloria/glorificación” es, tanto en el AT como en el NT, una palabra técnica. Referida a Dios, significa su revelación a través de una nueva actuación salvadora. Manifestar la gloria de Dios es, pues, revelar y hacer patente su ser, su intimidad, su amor. Referida al hombre, es aparecer en su plenitud y total identidad. Sólo Dios puede conocer y revelar la gloria del hombre.

En este pasaje, la gloria de Dios y la gloria de Jesús se confunden en una. La gloria/amor de Jesús se manifiesta al dar su vida, y revela así la gloria/amor de Dios al ser humano. La de Dios se manifiesta en la aceptación de la vida de Jesús y en el don del Espíritu, revelando la verdadera identidad de Jesús. La frase con la que comienza la perícopa, “cuando salió Judas” (v.31), hace referencia a que Jesús acepta su muerte: ha puesto libremente su vida “a la intemperie” por amor a los hombres. Es así como es fiel al querer de Dios y revela su gloria.

También hoy todo hombre y mujer que realiza el proyecto de Dios manifiesta su gloria/amor: Dios se le revela, él descubre su propia identidad como persona y se convierte, así, en testigo de Dios.

El mandamiento de Jesús da existencia a su grupo, lo constituye. Éste se encuentra en medio del mundo como alternativa de vida frente a la muerte, de dignidad y libertad frente a la esclavitud y la humillación, de amor frente a la Ley, y es el ofrecimiento permanente del amor de Dios a la humanidad. Jesús es el centro de ese grupo humano, por ser el dador de la vida que comparten sus miembros y de su posibilidad de amar. Dicha comunidad ejerce el servicio a toda persona, al igual que ella se siente amada por Jesús: “El amor mutuo será el distintivo por el que todo el mundo os reconocerá como discípulos míos” (Ulibarri, F).

SAN AGUSTÍN COMENTA

Jn 13, 31-33a. 34-35: El amor dulce y saludable vínculo de las mentes sin el que es rico es pobre y con el que el pobre es rico.

Quien tiene su corazón lleno de amor, hermanos míos, comprende sin error y mantiene sin esfuerzo la variada, abundante y vastísima doctrina de las Sagradas Escrituras, según las palabras del Apóstol: La plenitud de la ley es el amor; y en otro lugar: El fin del precepto es el amor que surge de un corazón puro, de una conciencia recta y de una fe no fingida. ¿Cuál es el fin del precepto sino el cumplimiento del mismo? ¿Y qué es el cumplimiento del precepto sino la plenitud de la ley? Lo que dijo en un lugar: La plenitud de la ley es el amor, es lo mismo que dijo en el otro: El fin del precepto es el amor. No puede dudarse en modo alguno que el hombre en el que habita el amor sea templo de Dios, pues dice también Juan: Dios es amor. (…)

El amor por el que amamos a Dios y al prójimo posee confiado toda la magnitud y latitud de las palabras divinas, El único maestro, el celestial, nos enseña y dice: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos pende toda la ley y los profetas. Si, pues, no dispones de tiempo para escudriñar todas las páginas santas, para quitar todos los velos a sus palabras y penetrar en todos los secretos de las Escrituras, mantente en el amor, del que pende todo; así tendrás lo que allí aprendiste e incluso lo que aún no has aprendido. (…)

Por tanto, hermanos, perseguid el amor, el dulce y saludable vínculo de las mentes, sin el que el rico es pobre y con el que el pobre es rico. El amor da resistencia en las adversidades y moderación en la prosperidad; es fuerte en las pruebas duras, alegre en las buenas obras; confiado en la tentación, generoso en la hospitalidad; alegre entre los verdaderos hermanos, pacientísimo entre los falsos. Grato en Abel por su sacrificio, seguro en Noé por el diluvio, lleno de fidelidad en las peregrinaciones de Abrahán, suavísimo en medio de injurias en Moisés, mansísimo frente a las tribulaciones en David. En los tres niños espera con inocencia las blandas llamas, en los Macabeos tolera con fortaleza los fuegos atroces; es casto en Susana con respecto a su marido, en Ana después de muerto su marido, en María sin marido. Es libre en Pablo para argüir, humilde en Pedro para obedecer, humano en los cristianos para confesarle, divino en Cristo para perdonar.

Sermón 350

¿QUÉ ME DICE A MI EL TEXTO?

Qué gran responsabilidad nos confía hoy el Señor. Nos dice que la gente conocerá a los discípulos de Jesús por cómo se aman entre ellos. En otras palabras, el amor es el documento de identidad del cristiano, es el único «documento» válido para ser reconocidos como discípulos de Jesús. Si este documento caduca y no se renueva continuamente, dejamos de ser testigos del Maestro (Papa Francisco).

Miremos al Señor, que es insuperable en generosidad…. Nos regala su amistad fiel, que no la retirará jamás. Está siempre junto a ti y está contento de estar contigo… Como hizo con sus discípulos, te mira a los ojos y te llama para seguirlo, para «remar mar a dentro» y «echar las redes» confiando en su palabra; es decir, poner en juego tus talentos en la vida, junto a él, sin miedo. Jesús te espera pacientemente, atiente una respuesta, aguarda tu «sí» (Papa Francisco).

No existe amor verdadero si no es libre. Esa libertad que el Señor nos da cuando nos ama… pero existe la tentación de contaminar el amor con la pretensión instintiva de tomar, de «poseer» y esto es egoísmo. Si escucháis la voz del Señor, os revelará el secreto de la ternura: interesarse por otra persona, quiere decir respetarla, protegerla, esperarla, amarla. Y esta es la manifestación de la ternura y del amor (Papa Francisco).

Ante todo, amar es el camino para ser felices. Pero no es fácil, es desafiante, supone esfuerzo… amar quiere decir dar, no sólo algo material, sino algo de uno mismo: el tiempo personal, la propia amistad, las capacidades personales. El amor se alimenta de confianza, de respeto y de perdón. El amor no surge porque hablemos de él, sino cuando se vive… es una opción de vida que se ha de poner en práctica (Papa Francisco).

¿Cómo podemos crecer en el amor? El secreto está en el Señor: Jesús se nos da a sí mismo en la Santa Misa, nos ofrece el perdón y la paz en la Confesión. Allí aprendemos a acoger su amor, hacerlo nuestro, y a difundirlo en el mundo. Y cuando amar parece algo arduo, cuando es difícil decir no a lo que es falso, mirad la cruz del Señor, abrazarla y no dejar su mano, que os lleva hacia lo alto y os levanta cuando caéis (Papa Francisco).

Estáis llamados a construir así el futuro: junto con los otros y por los otros, pero jamás contra alguien… Que vuestro programa cotidiano sea las obras de misericordia: Entrenaos con entusiasmo en ellas para ser campeones de vida, campeones de amor. Así seréis conocidos como discípulos de Jesús. Así tendréis el documento de identidad de cristianos. Y os aseguro: vuestra alegría será plena (Papa Francisco).

¿QUÉ ME HACE DECIR EL TEXTO A DIOS?

Haznos, Señor, instrumentos dóciles de tu Palabra.

Donde haya oscuridad, pongamos la luz de tu Palabra.
Donde haya discordia, sembremos el amor de tu Palabra.

Donde haya envidia, aportemos el perdón de tu Palabra.
Donde haya egoísmo, celebremos la generosidad de tu Palabra.

Donde haya desunión, plantemos la fraternidad de tu Palabra. .
Donde haya cobardía, llevemos la fortaleza de tu Palabra.

Donde haya desilusión, renazcamos la esperanza de tu Palabra.

Oración

Dios omnipotente y eterno,
realiza plenamente en nosotros el misterio pascual,
para que, renacidos por el santo bautismo,
con tu ayuda demos fruto abundante
y alcancemos la alegría de la vida eterna.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.