+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 9,29-36

Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará». Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.

Llegaron a Cafarnaúm y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: «¿De qué hablaban en el camino?». Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.

Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos». Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: «El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado».  Palabra del Señor

¿QUÉ DICE EL TEXTO?

Estos versículos forman parte de una sección más amplia del evangelio de Marcos (9,11-10,52) que los técnicos llaman “instrucción a los discípulos” o “criterios de la comunidad alternativa”. El evangelista recoge en ella una serie de palabras que, por su estilo, tienen muchos visos de haber sido pronunciadas por el Jesús histórico. Unas son respuesta a preguntas planteadas por los discípulos; otras, correcciones que hace a una práctica equivocada de éstos y, a veces, Jesús toma la iniciativa y hace aclaraciones no pedidas. Con ellas Marcos compone una instrucción o enseñanza para los discípulos de todos los tiempos. El texto íntegro nos ofrece las bases de la comunidad alternativa que Jesús propone y trae. Al mismo tiempo, el evangelista retrata en él a las comunidades cristianas de su tiempo que ya empezaban a preocuparse, peligrosamente, por el rango de sus miembros, el prestigio, el poder y la posesión de la verdad; preocupaciones que, si se leen a la sombra del crucificado, resultan vergonzosas.

Los incidentes que sirven de base a la instrucción muestran que Jesús, para anunciar y hacer visible el Reino, no escogió “ángeles” sino “personas”, discípulos muy humanos que tienen sus defectos, que nunca acaban de comprender, ni en los momentos en los que él se vuelca hacia ellos.

Este pasaje evangélico consta de dos perícopas: 1) segundo anuncio de su muerte y resurrección (vv30-32), instrucción sobre el poder y el servicio en la comunidad (vv 33-37).

Como en el primer anuncio, no aparece el título de Mesías, sino que éste es sustituido por otro más arcaico y menos cargado de connotaciones políticas y triunfalistas inmediatas. Habla del “Hijo del Hombre” o de “este Hombre”, título que en la tradición expresaba al mismo tiempo exaltación y humillación.

La exigencia de ser el último y servidor de todos contradice ciertamente la historia de la convivencia humana a través de los siglos. Pero constituye la auténtica liberación en la lucha incesante de los seres humanos entre sí y en la guerra por el dominio y el poder.

La referencia a los niños, bien entendida, tiene una enorme carga social, pues el niño, en aquella cultura, representaba algo pequeño, indefenso y socialmente irrelevante. Pero al mismo tiempo era un ser entrañable, puro y abierto a la esperanza de un futuro nuevo y mejor. Es el símbolo de los miembros de la nueva comunidad.

SAN AGUSTÍN COMENTA

Mc 9,30-37: Tomar el medicamento de la humildad

(…) Quien, pues, esté hinchado, no se tenga por grande; deshínchese para ser de grandeza auténtica y sólida. No ambicione estas cosas de acá; no le ufane la pompa esta de las cosas huidizas y corruptibles; oiga la voz del que dijo: Entrad por la puerta angosta; y también: Yo soy el camino. Como si el tímido le preguntase: «¿Por dónde voy a entrar?», le responde: «Yo soy el camino, entra por mí». Para entrar por esta puerta tienes que andar por este camino; porque si dijo: Yo soy el camino, dijo también: Yo soy la puerta. ¿Qué te preocupas del por dónde volver, a dónde volver y por dónde entrar? Para que no andes descarriado, él se hizo todo eso para ti: camino y entrada. En dos palabras lo dice: Sé humilde, sé manso.

Pues bien, Cristo, dice el Apóstol, murió en beneficio de los impíos. ¿Acaso merecía el impío ser amado? Ruégote me digas qué merecía el impío. La condenación, respondes tú. Pues, con todo eso, Cristo murió por los impíos. Ahí ves lo que hizo por ti cuando impío; ¿qué reserva para el pío? ¿Qué se hizo a favor del impío? Por los impíos murió Cristo. Tú, que deseabas poseerlo todo, ahí tienes modo de hallarlo todo; no lo busques por el camino de la avaricia, búscalo por el camino de la piedad. Si por ahí vas, lo poseerás, porque poseerás al Hacedor de todas las cosas, y, poseyéndole a él, todo con él será tuyo. Sermón 142,5-6

¿QUÉ ME DICE A MI EL TEXTO?

Sentirme como en casa. Para dialogar y profundizar, para revisar y dejarse interpelar, para que las cosas posen, hay que sentirse como en casa. Y para orar también. El evangelio de hoy nos dice que Jesús pregunta e interpela a sus discípulos cuando llegan a casa, cuando están más serenos, cuando se sienten en su sitio, cuando ya se hallan a gusto.

Mirar a Jesús. Capar y acoger sus gestos, sus palabras, sus sentimientos. Él habla desde la propia experiencia. En lo que dice, no sólo nos está transmitiendo algo; se nos está revelando y dando. Rumiar sus palabras; revivir escenas de su vida acordes con el mensaje de sus palabras; descubrir la hondura de sus gestos; entrar en la corriente de sus sentimientos; dejarme desconcertar por sus criterios…

Tomar conciencia de cómo ando en cuestión de servicio. Mirar mi vida, sobre todo el último período. Ver cuáles son mis anhelos más grandes y a qué proyectos o causas dedico tiempo, energía, ilusión. Ver si son proyectos de servicio y de entrega a los demás, o busco en ellos otros intereses: quedar bien, qué dirán, imagen….Descubrir cuántos pequeños, pobres y marginados hay realmente en mi corazón, en mi camino, en mi mesa…

Dejarme dar un repaso por Jesús. Dejarme interpelar y revisar. Dejar que él alumbre con su luz todo mi ser, mis entrañas y mi oración; que me analice, me diagnostique y me sugiera. No esconderme, no esquivarlo, no callar. Orar es exponerse, aceptar el cara a cara sabiendo que vamos a recuperar la identidad…

No pasar factura. En una sociedad en la que todo se compra o vende, en la que el precio es algo primordial, vivir sin pasar factura es crear desconcierto, pero es también adentrarse por sendas evangélicas y comunitarias. La oración puede y debe llevarnos al compromiso de no pasar factura a nadie: ni a Dios, ni a los amigos, ni a la familia, no a los desconocidos, ni a los enemigos, ni a nosotros mismos.

¿QUÉ ME HACE DECIR EL TEXTO A DIOS?

No caigas en el error de que sólo se hacen méritos con los grandes trabajos. Hay pequeños servicios que nos hacen grandes: poner una mesa, ordenar unos libros, peinar una niña…el servir no es una faena de seres inferiores. Dios, que es el fruto y la luz, sirve. Y mi pregunta cada día: ¿Serviste hoy? (Fuertes, Gloria).

Oración

Dios nuestro,
que estableciste el fundamento de la  ley divina
en el amor a ti y al prójimo,
concédenos que cumpliendo lo que mandas,
merezcamos alcanzar la vida eterna.

Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.