Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 9, 2-10

Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor.

Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: «Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo». De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos.

Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significará «resucitar de entre los muertos». Palabra del Señor.

¿QUÉ DICE EL TEXTO?

Tras la doble crisis que se percibe en los textos anteriores -la de Jesús en torno a su identidad y práctica, y la de los discípulos que siguen sin entender a un Mesías no triunfal-, es Dios mismo quien habla para confirmar a Jesús en el camino que ha elegido.

Él, el conflictivo e incomprendido, el tachado de blasfemo, de endemoniado, de loco en la primera parte del evangelio, pero que se ha hecho responsable de la suerte del pueblo -que es la causa de Dios y del Reino-, es reconocido aquí (9,7), nuevamente, como el hijo amado que aparece en el bautismo (1,11). “Este”, que predica un Reino que va resultando molesto porque rompe muchos intereses establecidos, intereses civiles, religiosos y económicos de los grandes, “este”, que tan claramente habla de padecer mucho, y a quien sus discípulos no entienden y quieren hacerle cambiar de rumbo, pero se enfrenta a ellos, “este”, y no otro, es el hijo amado. No se trata del Mesías que Pedro piensa (8,27-33), sino del que Jesús describe en su primer anuncio de la pasión (8,31-33).

La transfiguración es la confirmación del Padre a Jesús, en un momento de crisis, de su filiación e identidad y de la práctica llevada a cabo en su caminar. ¡Lo que ha realizado es lo que el Padre quería y quiere! El padre lo reconoce como el hijo amado, revalida el camino que sigue y enseña, y lo pone como norma de vida y de seguimiento para todos, por encima de Moisés y Elías (de la Ley y los Profetas): “Escuchadlo!” (v.7).

Se trata de un relato análogo al del bautismo, de una epifanía o manifestación de Dios. Pero en esta nueva revelación hay algo novedoso respecto al bautismo:

-Allí la revelación es hecha sólo a Jesús. Aquí, la revelación es hecha también a los discípulos.

-La filiación de Jesús, su identidad y su camino de Mesías, no es una simple revelación de conocimiento, sino que se convierte en norma de vida: ¡Escuchadlo! Toda revelación cristiana tiene incidencia en la vida; si no, no es revelación liberadora! (Ulibarri, F).

SAN AGUSTÍN COMENTA

Mc 9, 2-10: Desciende, Pedro, a trabajar a la tierra, a servir en la tierra

Ve esto Pedro y, juzgando lo humano al modo humano, dice: Señor, es bueno estarnos aquí. Hastiado de la muchedumbre, había encontrado la soledad de la montaña. Allí tenía a Cristo, pan para el espíritu. ¿Para qué salir de allí hacia las fatigas y los dolores, si poseía amores santos cuyo objeto era Dios y, por tanto, buenas costumbres? Quería que le fuera bien; por eso añadió Si quieres, hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Nada respondió a esto el Señor, pero Pedro recibió una respuesta. Pues, mientras decía esto, vino una nube refulgente y los cubrió. Él buscaba tres tiendas. La respuesta del cielo manifestó que para nosotros es una sola cosa lo que el criterio humano quería separar. Cristo es la Palabra de Dios: Palabra de Dios en la ley, Palabra de Dios en los profetas. (…)

Así, pues, al cubrirlos a todos la nube y haciendo en cierto modo una sola tienda para ellos, sonó también desde la nube una voz que decía: Este es mi Hijo amado. Allí estaba Moisés, allí Elías. (…) Este es —dice— mi hijo amado, en quien me he complacido; escuchadle, puesto que es él a quien habéis escuchado en los Profetas y en la Ley. Y ¿dónde no le oísteis a él? Al oír esto, ellos cayeron a tierra. Ya se nos manifiesta en la Iglesia el reino de Dios. Aquí está el Señor, aquí la Ley y los Profetas; el Señor, en cuanto Señor; la Ley, personificada en Moisés, la Profecía, personificada en Elías. Pero estos en condición de siervos, de ministros. Ellos, como vasos; él, como fuente. Moisés y los profetas hablaban y escribían, pero cuanto fluía de ellos, de él lo tomaban.

(…) Desciende, Pedro. Querías descansar en la montaña: desciende, predica la palabra, insta a tiempo y a destiempo, arguye, exhorta, reprende con toda longanimidad y doctrina. Fatígate, suda, sufre algunos tormentos para poseer en la caridad, por la blancura y la belleza de las buenas obras, lo simbolizado en las blancas vestiduras del Señor. (…) ¿rehúsas fatigarte tú? No busques tus cosas. Ten caridad, predica la verdad; entonces llegarás a la eternidad, donde encontrarás seguridad». Sermón 78, 3-6

¿QUÉ ME DICE A MI EL TEXTO?

Subir a la montaña. Hacer ese ejercicio físico. Saber lo que es sufrir y gozar; sudar y descansar; sentirse a la intemperie y sentirse seguro. Contemplar. Abrirse a los sonidos, los ruidos, el silencio…Orar en la cima. Abrirse a Dios, despojado de barreras y preocupaciones. Darle tiempo y espacio a Dios.

Dejarme llevar por Jesús. Aceptar el reto. Subir con él a la montaña. Contemplarle. No dormirme, y recibir la manifestación del Padre.

Creer en Jesús, en su vida y palabras. Ver si todavía sigo sin entenderle, si todavía me resisto a creerle y seguirle, si todavía quiero hacerlo a mi medida…Aceptar el escándalo de la cruz. Aceptar la oscuridad, la duda, el fracaso…Prendarme del Maestro.

Revivir las manifestaciones de Dios en mi vida. Mis experiencias más profundas de él, las más cercanas, las más reiteradas, las que me han dejado huella, las que ahora afloran con más fuerza.

Ver si Dios se me hace presente en el corazón del mundo, en medio de los conflictos de la historia, o lo busco en otros lugares y realidades. No cambiar los lugares evangélicos de la manifestación de Dios. Acercarme a ellos, frecuentarlos…

Prendarse del Maestro y olvidarse de sí. Orar es eso: ilusionarse cada vez más de Jesús, aunque no lo entienda o sus caminos me parezcan absurdos; y olvidarme de mí mismo/a aunque mis proyectos me parezcan excelentes. Ponerse a caminar y escuchar una y mil veces: “Este es mi Hijo, a quien yo quiero, ¡escuchadlo!

¿QUÉ ME HACE DECIR EL TEXTO A DIOS?

Hay que subir, subir a la montaña y olvidar ya los tristes sentimientos.  Tenemos que rezar. Serán momentos de encender esas luces que no engañan.

Y el monte se encendió: de sus entrañas, la luz y el fuego, la palabra, el viento, la nube de la gloria, con tormento de ese Dios que te quema y que no daña.

La presencia de Dios, su cercanía, el roce electrizante de su gloria; la noche convertida en mediodía y lo eterno rozando nuestra historia; el gozo y el temblor, ¡teofanía!, y una voz resonando en la memoria. (Anónimo).

Oración

Padre santo,
que nos mandaste  escuchar a tu hijo amado,
alimenta nuestro espíritu con tu palabra,
para que, después de haber purificado nuestra mirada interior,
podamos contemplar gozosos la gloria de tu rostro.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo…