+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo                            28, 16-20

Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron.

Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo.»

Palabra del Señor.

¿QUÉ DICE EL TEXTO?

Mateo concluye su evangelio con un relato de encuentro, envío y promesa de Jesús a sus discípulos. La presencia de Dios en el mundo, una vez que los cielos se han abierto y Jesús se ha encarnado, es definitiva, pues su nombre es “Emmanuel”, es decir, “Dios-con-nosotros”.

El encuentro final de Jesús con sus discípulos tiene lugar en un escenario significativo: en Galilea, donde él comenzó la misión; y en un monte, como cuando Dios congregó a su pueblo en el Sinaí. Es la iniciativa de Jesús la que hace posible el encuentro: los once van donde él les había citado. Este encuentro es un momento decisivo: en él Jesús constituye al nuevo pueblo mesiánico que continúa su misión. Es el momento del nacimiento de la Iglesia. Sorprendentemente, Mateo recuerda aquí la duda: “Al verlo, se postraron ante él los mismos que habían dudado” (v. 17) En otras palabras, la actitud de los discípulos expresa la fe; sin ella no hay fundamento para el nuevo pueblo, para la Iglesia, para la misión. Pero una fe que ha estado, está y estará mezclada con la duda, que es compañera inseparable de la fe itinerante. Como siempre: fe y vacilación, claridad y desconcierto.

La Trinidad no sólo es el ideal y modelo de unión, diversidad y comunión que la Iglesia debe intentar realizar entre sus miembros; es también la fuente de nuestra vida e identidad Cristian. Dios, en su misterio más íntimo y en su revelación más honda, no es soledad sino familia; lleva en sí y nos comunidad paternidad/maternidad, filiación y amor vivo y creativo. La Trinidad es la mejor expresión para comprender nuestra vida cristiana como encuentro, envío, promesa, presencia y paciencia. Romper nuestros muros, para seguir a Jesús; ir al mundo y encarnarnos, para descubrir lo que somos y lo que estamos llamados a ser; consagrarnos al Dios de Jesús, para experimentar su revelación y compañía (Ulibarri, F.).

SAN AGUSTÍN COMENTA

Señor y Dios mío, en ti creo, Padre, Hijo y Espíritu Santo. No diría la Verdad: Id, a todas las gentes en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mt 28, 19), si no fueras Trinidad. Y no mandarías a tus siervos ser bautizados, mi Dios y Señor, en el nombre de quien no es Dios y Señor. Y si Vos, Señor, no fuerais al mismo tiempo Trinidad y un solo Dios y Señor, no diría la palabra divina: Escucha, Israel; el Señor, tu Dios, es un Dios único (Dt 6, 4). Y Si tú mismo fueras Dios Padre y fueras también Hijo, tu palabra Jesucristo, y el Espíritu Santo fuera vuestro Don, no leeríamos en las Escrituras canónicas: Envió Dios a su Hijo (Gál 4, 4; Jn 3, 17); ni tú, ¡oh Unigénito!, dirías del Espíritu Santo: Que el Padre enviará en mi nombre (Jn 14, 26); y que yo os enviaré de parte del Padre (Jn 15, 26).

Fija la mirada de mi atención en esta regla de fe, te he buscado según mis fuerzas y en la medida que tú me hiciste poder, y anhelé ver con mi inteligencia lo que creía mi fe, y disputé y me afané en demasía. Señor y Dios mío, mi única esperanza, óyeme para que no sucumba al desaliento y deje de buscarte; ansíe siempre tu rostro con ardor. Dame fuerzas para la búsqueda, tú que hiciste te encontrara y me has dado esperanzas de un conocimiento más perfecto. Ante ti está mi firmeza y mi debilidad: sana ésta, conserva aquélla. Ante ti está mi ciencia y mi ignorancia; si me abres, recibe al que entra; si me cierras el postigo, abre al que llama. Haz que me acuerde de ti, te comprenda y te ame. Acrecienta en mí estos dones hasta mi reforma completa.

(…) Señor, Dios uno y Dios Trinidad, cuanto con tu auxilio queda dicho en estos mis libros conózcanlo los tuyos; si algo hay en ellos de mi cosecha, perdóname tú, Señor, y perdónenme los tuyos. Así sea (La Trinidad, XV, 51).

¿QUÉ ME DICE A MI EL TEXTO?

Introducirse en la escena. Soy un discípulo/a más entre los once. He sido citado/a por Jesús. ¿dónde me cita? ¡Dónde me reúno con él? ¡Por qué en unos lugares y no en otros? Medito y asumo la importancia que tienen los lugares de encuentro en mi vida.

Experimentar el encuentro con él. También hoy nos llama y cita a Galilea, a los márgenes. Me llama y cita a mí. Si deseo y anhelo el encuentro con él tengo que moverme, tengo que ir a encrucijadas y márgenes, al corazón del mundo donde estuvo él y donde sigue estando.

Sentir su envío lleno de generosidad y amor. Sentir su confianza depositada en mí. Me cita porque me ama y confía. Me cita porque me cree digno de su promesa. Me envía porque cree que puedo hacer discípulos suyos. Ver si su envío me llena de alegría e ilusión, o si lo siento como carga y obligación.

Creer en su promesa. Acoger la utopía. Gustar la buena noticia. Saborear las primicias del Reino. Sentirme agraciado. Cultivar la paciencia…

Santiguarse. Empezar la oración haciendo la señal de la cruz, y acabarla de la misma forma. Y no sólo la oración, sino cualquier actividad o proyecto. He aquí algo que podemos hacer y que está lleno de sentido. Con ella marcamos nuestra orientación y camino diario, nuestra actividad y nuestro reposo, nuestra salida y encuentro, nuestros dolores y nuestros gozos, nuestra identidad y nuestra esperanza.

Recordar la pila bautismal. Recordar el día en que fui bautizado/a. Contemplar la pila en la que me bautizaron con cariño y amor. Sentirme hijo/a y hermano/a, parte de la comunidad cristiana y de la familia de Dios. Hacer memoria de los que hicieron posible mi bautismo, y también de los que hoy me ayudan a mantenerme como cristiano/a, religioso/a. Adorar, agradecer, gozar, responsabilizarme. Renovar las promesas bautismales.

¿QUÉ ME HACE DECIR EL TEXTO A DIOS?

¡Oh eterna verdad, y verdadera caridad, y amada eternidad! Tú eres mí Dios; por ti suspiro día y noche, y cuando por vez primera te conocí, tú me tomaste para que viese que existía lo que había de ver y que aún no estaba en condiciones de ver. Y reverberaste la debilidad de mi vista, dirigiendo tus rayos con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de horror”. Y advertí que me hallaba lejos de ti en la región de la desemejanza, como si oyera tu voz de lo alto: Manjar soy de grandes: crece y me comerás. Ni tú me mudarás en ti como al manjar de tu carne, sino tú te mudarás en mí (Conf. VII,16).

ORACIÓN

Dios Padre, que revelaste a los hombres tu misterio admirable
al enviar al mundo la Palabra de verdad y el Espíritu santificador;
te pedimos que, en la profesión de la fe verdadera,
podamos conocer la gloria de la eterna Trinidad
y adorar al único Dios todopoderoso.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.