La comunidad del noviciado, no es una comunidad perfecta. Todas somos diferentes, pensamos diferente, tenemos diferentes gustos. Ni siquiera nos vestimos igual. Pero también hay muchas cosas en común. Somos personas disponibles. Nos encontramos aquí porque Dios quiso reunirnos, estamos contentas, y si nos necesitan en otro lugar, estamos dispuestas. Acogemos con cariño y alegría a las jóvenes que vienen, haciendo de la diversidad una riqueza; Dios nos ha regalado una mirada de fe, una mirada respetuosa y llena de compasión, por los hermanos.

Algunas son más hábiles y abiertas para conocer lo que pasa en el mundo, lo comparten y todas estamos atentas para saber, sentir y luego orar por un mundo mejor. En este tiempo de pandemia, no ha faltado la oración por los enfermos, por los médicos, por las familias y hemos sido cuidadosas cumpliendo los protocolos.

Por la edad, no todas podemos desplazarnos a un lugar de misión en los tiempos fuertes, pero apoyamos a quien puede acompañar, animamos en los ratos de recreación o en la sobremesa; contamos experiencias de misión. Se nota que somos misioneras, que amamos la misión y hemos disfrutado en los lugares de frontera donde hemos estado. Cuando hemos podido acompañar, hemos sido testimonio de adaptación y acogida del lugar y de las personas, sin importar la comida o el lugar de descanso, o las largas caminatas.

Nos sentimos comunidad, nos interesa cada hermana. La casa la consideramos “nuestra”. Nos preocupamos las unas por las otras. Las formandas (cuando hay), aprenden a valorar y servir a todas, están dispuestas a acompañar al médico, a buscar las medicinas y servir en otras necesidades, pero también las mayores, dispuestas, en lo posible, a acompañar o atender a las jóvenes.

Se abren espacios para conocer la cultura de cada una, saber de sus familias y de sus intereses o gustos personales. Celebramos los cumpleaños, las fiestas y surgen para estas ocasiones: declamadoras, cantantes, poetisas, artistas, payasos…

Hay respeto. A veces surgen desavenencias por las distintas formas de ver o entender alguna cosa, pero gracias a Dios, los malos entendidos no rompen la armonía de la comunidad. No se ven malas caras o silencios incómodos. Se comparte bastante y se escucha a cada una con interés.

Nos alegramos con las buenas noticias que recibe cada hermana o con sus éxitos; y sentimos dolor cuando hay alguna dificultad o sufrimiento para alguna. Sabemos de sus familias y nos interesamos por ellas.

Intentamos cultivar el sentido del humor, la alegría, la celebración.

Planeamos algunas actividades comunes por ejemplo: limpieza de la cocina, arreglo del mercado, una salida.

La Eucaristía es centro de nuestra vida interior. Somos amantes de la Palabra. Ella nos cuestiona, nos anima, nos ayuda a estar en la tónica de la conversión. La compartimos con frecuencia. Nos preocupamos por la preparación de la liturgia y si no es por causas de fuerza mayor, siempre estamos todas.  Celebramos las fiestas con liturgia especial, signos y tratando de profundizar en su sentido. Oramos por las necesidades del mundo, por nuestras hermanas y manifestamos nuestro deseo de ser fieles al Señor.

Como decía al comienzo, no somos una comunidad perfecta, somos una comunidad en búsqueda, una comunidad que desea seguir trabajando la unidad, la fraternidad, la entrega al Señor, que desea dar testimonio de su fe y de su llamada.

Hna. Elsa Gómez