Vivir en la comunidad MAR
La palabra de Dios, cuando es percibida y acogida como tal, ilumina el camino hacia la Verdad, porque como dice Jesús en Jn 18,37: “todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Pues respondiendo a la llamada de Jesús, llegamos hasta Ecuador, con la tranquilidad y la fortaleza de saber que estamos en el camino que Dios tiene iluminado para nosotros. Pero antes, tendría que resaltar la emotiva despedida que mis compañeros del Colegio Ntra. Sra. de la Consolación me regalaron, en el envío misionero que realizamos en nuestra capilla. Sería imposible agradecer las palabras de afecto que me dirigieron, e incluso días antes, cuando se enteraron que iba a realizar esta experiencia, se acercaron allí dónde yo estaba para felicitarme y desearme todo lo mejor. El recuerdo de ese abrazo sincero y palabras de cariño es imposible que se me pueda olvidar.
Posiblemente la fuerza de ese envío que llevaba el respaldo de toda la comunidad educativa, hizo que en el mismo aeropuerto de Quito, se unieran en comunidad una china (Inés), una mejicana (Marisol) y un español (Alejandro, el mismo que escribe estas palabras). Carisma de la comunidad o gracia personal, no lo sé, pero el caso es que desde el primer momento en el que nos vimos hablábamos con total naturalidad, y así con todas las hermanas que fui conociendo.
En la casa de Quito nos esperaban las hermanas: Marujita, Lolita e Inés. Allí, tenemos un Colegio cuyas dependencias me enseñaron al día siguiente. La verdad que éste necesitaría alguna que otra reforma pero la economía de esta comunidad no da para mucho. ¡Qué diferentes son nuestras realidades!
Después de dos días en la casa de Quito, partimos Marisol y yo para Guamote, allí nos esperan las hermanas: Olga y Nereida. Curiosamente esta primera es colombiana y la segunda peruana, por lo tanto, formamos una comunidad de cuatro personas con cuatro nacionalidades. Pero al igual que en la casa de Quito, o desde que me reuní con Marisol e Inés en el aeropuerto, el recibimiento que me regalan es tan fraterno que parece que ya nos conocíamos. En muy plausible, el vivir día a día con las hermanas en la comunidad haya sido lo que más me ha llenado de gozo; desde el rezo de Laudes al comenzar el día, hasta finalizarlo con el rezo de Completas y entre medias muchas actividades compartidas, intercambio de opiniones, risas, momentos de recogimiento personal… y todo ello como uno más dentro de la comunidad. Efectivamente me ha hecho sentir que vivía en familia. Una familia mixta no por las distintas nacionalidades sino por cómo han convivido, en la única Verdad que es Cristo, un laico y unas religiosas consagradas. Y todos formando parte de las Misioneras Agustinas Recoletas.
ALEJANDRO CONTRERAS
I parte, leer, aquí
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