Para nuestra vida religiosa lo fundamental consiste en ir creciendo en autenticidad, sinceridad, lealtad con Dios y consigo mismo. Es importante querer ser personas libres, abiertas, transparentes en nuestras relaciones y en la relación con el Señor, para poder aceptar la realidad personal y dejarnos conducir por él.

Cuando no somos conscientes de nuestras debilidades personales, cuando pensamos y fingimos que todo está bien, es no asumir la propia realidad. Somos personas en constante acompañamiento, por eso es importante la apertura y confianza para dejarse ser acompañadas mutuamente.

Dios no ha hecho a su imagen y semejanza, salimos de su corazón y sus manos, pero a pesar de esta semejanza somos diferentes y necesitamos conocerle, por eso nos ayudamos de su Revelación y la observación directa y atenta de nosotros mismos. La Revelación nos ayudará a tener una FE auténtica, para la esperanza y el amor hacia Aquel que nos engendró y que nos llama a ser sus hijos y vivir en una a relación profunda. El conocernos y observarnos a nosotros mismos, nos hace caer en cuenta de la semejanza que tenemos marcada por el AMOR.

¿Y cómo somos nosotras?

Reconozcamos que somos seres que no pueden vivir sin relación concreta de Amor con Dios, que no podemos vivir sin amar y ser amadas. El Señor, nos dice que nuestra primera misión ha de ser “amarlo con todo el corazón y con todas nuestras fuerzas y amar al prójimo como a nosotros mismos.” Es muy claro que Dios nos ha hecho para amarnos y amar a nuestros hermanos.

En la comunidad el religioso crece, se forma y se alimenta de amor fraterno, que se revela por una vida de comunidad auténtica fundamentada en sentimientos de solidaridad, fraternidad, con espíritu de familia, que son la base de la vida comunitaria. Desde la comunidad salimos para comunicar la grandeza o la miseria, porque cada uno sólo puede dar lo que posee, si no estamos en comunión con los hermanos de comunidad no podremos llevar ningún mensaje de amor y de paz.

Secretariado de Formación