El curso de la escuela de formadores ESFOR que ocupó cinco meses del primer semestre del año, comenzó el 28 de febrero y concluyó el 21 de julio como estaba previsto en la programación. Fuimos 10 los integrantes del grupo, de diferentes congregaciones y nacionalidades; desde el primer día todos llegamos con muchas expectativas.

Al presentarnos cada uno, compartimos nuestros anhelos y lo que esperábamos del curso, y puedo decir, que esta experiencia ha sido de gran enriquecimiento a nivel personal, grupal y también comunitario. En lo posible he compartido aquello que iba recibiendo, con la comunidad, ya sea en el comedor o en momentos comunitarios. Hemos hecho vivenciales algunas experiencias, me siento agradecida con la comunidad, por permitirme hacer este curso, agradecida con cada una de las hermanas y novicias, por asumir mis responsabilidades, mientras yo estaba en clases y por darme la oportunidad de poner en práctica algunos talleres recibidos; agradecida también con cada uno de mis compañeros del grupo, sacerdotes, hermanos y religiosas; de cada uno de ellos he aprendido desde la vivencia y el compartir experiencias

Durante el curso hemos recibido cuatro diplomados:

DIPLOMADO I: Dinámica del ser y bases humanas para la vida comunitaria.

DIPLOMADO II: Estrategias, instrumentos y técnicas de acompañamiento para los procesos formativos

DIPLOMADO III: Realidad social y eclesial y sus incidencias en los procesos formativos de la vida religiosa

DIPLOMADO IV: Fortalecimiento en aspectos teológicos y espirituales de la vida religiosa y su incidencia en los procesos formativos.

Esta experiencia y los temas que hemos visto y trabajado, me han llevado al autoconocimiento, al autodistanciamiento, a la autocomprensión, a la autoaceptación y a la trascendencia, es decir a un conocimiento integral, que abarca las dimensiones del ser humano; ha sido una experiencia de confrontación y crecimiento al mismo tiempo, en la teoría y en la práctica; me ha llevado a conocerme en mis limitaciones y asertividades, en mis temores y confianzas, en mis debilidades y fortalezas, ver de dónde surgen mis alegrías y tristezas y hacia donde me llevan. Junto al conocimiento y crecimiento humano está lo espiritual, sin el cual no hay discernimiento de un verdadero seguimiento a Cristo. Encontrarme conmigo misma es encontrarme con Cristo, que es el maestro interior donde habita Dios

La vida está llena de cosas sencillas, pero significativas, que dan sentido a mi existencia y por ende a mi vocación religiosa; en cada experiencia hay una huella de sentido, que es aquello que me anima a seguir en este camino. Cuando se pierde el sentido de la vida, se pierda la vocación.

“Vivir con sentido y trabajar con un propósito significa comprometerse y no simplemente permanecer. Con el tiempo nos puede pasar, cuando nos dormimos, cuando nos acomodamos, creyendo cosas sin sentirlas (por qué lo externo nos determina) obedeciendo sin estar realmente convencidos y caminando como borregos y no como quien se suma a una causa que considera legitima para sí”. La vida es una historia que se escribe cada día, nadie la puede vivir por nosotros, aún a pesar de las malas decisiones (si estamos distraídos, nos falta de coraje, tenemos miedo de quedar mal) siempre tendremos la posibilidad de apropiarnos de nuestro personaje y comenzar a escribir un nuevo capítulo reconociendo los límites de lo que es posible ético y responsable. Apostarle a una vida propia llena de sentido, una vida responsable y no esperar a que pase el tiempo y nos estemos quejando, culpando y desaprovechando este breve espacio que es la vida  (Efrén Martínez).

La experiencia de Dios está en aquello que para mí tiene sentido, en cada vivencia, en cada acontecimiento, en pequeñas o grandes cosas, que construyen vida. La vida comunitaria, está llena de detalles y momentos para disfrutar, pero a veces por estar centradas en nosotras mismas, por quejarnos de lo que nos hace falta, dejamos de disfrutar de lo que tenemos. Esta experiencia me ha llevado a vivir con más conciencia, las vivencias comunitarias, los detalles de cada hermana, y lo que yo puedo  hacer por cada una de ellas, en medio de mis limitaciones y desaciertos, pero al conocerme, valorarme y aceptarme, me quejo menos y disfruto más de cada experiencia; ver cada momento de la vida como una oportunidad de crecimiento aún en las adversidades, eso es para mí  un crecimiento en todas las dimensiones como  persona, y al mismo tiempo un crecimiento en la vida espiritual. Cuando me encuentro conmigo misma, y con mis hermanas, me encuentro con Dios, por tanto la experiencia de Dios se basa en lo humano, él conoce nuestras miserias y nuestros deseos más profundos, pero no se fija en eso, sino en el corazón. Por eso Jesús llamó y sigue llamando a cada uno por su nombre, porque confía en cada hermana, en cada joven que quiere seguirlo, y el compromiso de los acompañantes es caminar junto con los acompañados, sin perder la mirada en Jesús que es él quien llama, a él no le importa nuestras limitaciones, sino el sueño que él tiene para cada persona.

Conocer quién soy y quién voy siendo, me da la base para una vida plena, con sentido. “Quien tiene un qué, encontrará el cómo”. Vicktor Frankl

También hemos visto la realidad del mundo actual, las amenazas que se presentan, a nivel social, tecnológico, ecológico, entre otros; el mundo de los jóvenes, conocer su cultura, su lenguaje, sus anhelos, las formas de comunicación. ¿Dónde están los jóvenes hoy?  es una pregunta que nos hacemos las comunidades religiosas; sabemos que a nivel general hay un descenso de vocaciones, ¿será que no hay vocaciones?, ¿o que el Señor no sigue llamando como antes? Vocaciones si las hay y el Señor no se cansa de llamar e invitar a trabajar en su mies, solo hay que saber buscar esas vocaciones y acompañarlas; los tiempos han cambiado y nosotros también tenemos que cambiar, son otras las maneras de buscar y cultivar las vocaciones, es un reto, pero tenemos que arriesgarnos a asumir las nuevas exigencias del mundo actual.

Estamos llamadas a dar respuesta a los tiempos de hoy, eso implica cambio de mentalidad, cambio para realizar una pastoral vocacional renovada, que muestre a los jóvenes el compromiso de nuestra consagración. Los jóvenes de hoy son sensibles a las necesidades, al cuidado de la naturaleza, pero hay que acercarse a ellos y acompañarlos, ayudarlos para que saquen a flote sus capacidades, sabiendo que no son de compromisos a largo plazo porque son hijos de su cultura y de su tiempo, pero sí tienen mucho que dar. Sabemos que el mundo de los jóvenes son las redes sociales, que emigran de unas a otras, pero no son solo eso, también tienen sueños y deseos.

Estamos llamadas a caminar junto con ellos, a discernir juntos las nuevas llamadas del Espíritu, para dar respuesta a las nuevas realidades.

Ante esta realidad, me surge un interrogante: ¿Qué estoy dispuesta a dar? Me la hago a mí pero también incluyo a cada hermana MAR, ¿Qué estamos dispuestas a dar para seguir trabajando en la pastoral vocacional? Todas somos responsables de todo, la edad y las limitaciones físicas, no nos pueden llevar a decir que ya se ha trabajado y ya no hay nada que hacer, cada una desde su realidad, sigue siendo responsable de la congregación, y la congregación la hacemos todas, y desde donde nos encontramos podemos aportar, con la oración, con la animación a la comunidad y sobre todo con la animación y el cuidado de la propia vocación y la vocación de cada hermana.

Hay que cuidar de las vocaciones que ya están dentro, las que están fuera se animarán a vivir nuestro carisma si damos testimonio, de lo contrario no somos atrayentes para los jóvenes; aquí podemos preguntarnos, ¿qué testimonio doy en mi comunidad y fuera de ella, de la vocación a la que él Señor me ha llamado y yo he querido responder? ¿Soy feliz dónde estoy? ¿Los demás ven en mi esa felicidad de SER lo que soy? Cuando los jóvenes me ven, ¿quieren vivir lo que yo vivo? Son preguntas que me surgen frente a la pastoral vocacional, basadas en las temáticas recibidas, y que es una realidad la que estamos viviendo, el descenso de vocaciones. Ante esto el Señor nos sigue haciendo nuevos llamados a revisar qué es lo que tenemos que cambiar en nosotros y qué hay que renovar y cuáles seguir cultivando; es una invitación a la revisión de vida personal y congregacional.

Mi vocación es una llamada a vivir en un “camino con corazón”.

La vocación involucra los talentos y mi deseo por ellos; la vocación me permite usar mis dones para la co-creación del mundo. Vivir en la vocación da sentido y nos procura felicidad.

Pero no hay que desanimarse, si confiamos; el Señor no desconfía de nosotros. Tenemos como intercesora a María, que fue madre y discípula de su Hijo, y aún en medio de las adversidades siguió respondiendo y confiando en el Señor; gracias a ella tenemos al Redentor. Él prometió estar con nosotros todos los días hasta el fin de los tiempos; creamos en esa promesa de Jesús, pero seamos conscientes que también nos invita a la renovación y al cambio.

Nereyda Díaz Verástegui, mar