Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos;

de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. (Mt 6,1)

A TODAS LAS MISIONERAS AGUSTINAS RECOLETAS

Queridas hermanas:

Reciban mi abrazo fraterno en este inicio de Cuaresma que nos remite a cuarenta, a cuarentena, con referencia a hechos del antiguo y nuevo testamentos, marcados con el número 40. Jesús se retiró 40 días después de ser bautizado. Moisés aguardó 40 días antes de subir al Sinaí, Elías caminó 40 días antes de llegar al Horeb. Los judíos caminaron 40 años antes de entrar a la tierra prometida. Los ninivitas hicieron ayuno y penitencia durante 40 días al escuchar a Jonás.

A pesar de ello, el valor en sí mismo del número 40 no nos interesa sino el contenido de cada hecho, la evocación y lo que se manifiesta en cada uno de los acontecimientos.  Es un tiempo de prueba para los israelitas y para Jesús en el desierto; tiempo de oración y ayuno para Elías  y para Moisés; tiempo de penitencia y conversión para los habitantes de Nínive.

El tiempo de cuaresma surge en el siglo IV cuando se da la tendencia de constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la iglesia con la práctica del ayuno y de la abstinencia. A lo largo del tiempo se mantiene ese deseo de conservar un espíritu de penitencia y de conversión. Se inicia con el miércoles de ceniza, que es un día de ayuno y abstinencia como el viernes santo.

El miércoles de ceniza es un día muy importante para tomar conciencia del tiempo en que nos vamos a adentrar: la cuaresma.

La liturgia de la Palaba nos acompañará durante este tiempo para sostener nuestra vida de fe.

Es un tiempo penitencial, pero también es un tiempo de gracia, de luz, de oportunidad. Va unida a la Pascua, y a Jesús resucitado. Es tiempo de preparación para algo muy grande como un noviazgo para la boda.

¿Cómo prepararnos? Nos invita a hacer más oración de lo normal, no tanto oración vocal sino entablar una relación profunda con el Señor, que nos transforme. En la oración nos viene la luz y ella nos ilumina. Es un tiempo para hacer una revisión de vida, de conocimiento propio y de conocimiento de Dios, viendo también cuales son las motivaciones profundas de mi vida. Preguntarnos si detrás de las acciones de nuestra vida está más el servir a Dios o el exhibirme, ser aceptada o buscar algún tipo de gratificación. Es tiempo de verdad, de humildad. Las lecturas de hoy nos ayudan para saber cómo vivir este tiempo. El evangelio nos habla de tres actitudes básicas de la cuaresma: la limosna, la oración y el ayuno.

Nos dice hoy Jesús que lo hagamos en secreto, que sea algo entre Él y yo (tu). Que nuestra oración brote desde dentro, que sea sincera, entregándole tiempo al Señor, postrándonos delante de Él, tal y como somos, con nuestros defectos y con nuestros dones. Debemos ayunar de comida si ello nos ayuda a cambiar nuestro corazón, pero sobre todo debemos ayunar de aquello que nos impide acercarnos a la hermana/o. Demos limosna de aquello que nos duela, de aquello a lo que vemos que estamos apegadas. Lo importante en este tiempo es liberarnos y hacer más grande nuestro corazón. En una palabra, es tiempo de volver a Cristo, de redescubrirlo, de abandonarnos en él, de orar en secreto con el Señor; de dar limosna sin que nadie nos vea, de perfumarnos y levantar la cabeza e ir por la vida con una sonrisa abierta para todos.

Hoy empezamos con la ceniza, que resulta de la quema de los ramos del Domingo de Ramos. La ceniza nos enseña que hoy podemos tener un día de gloria, pero mañana de críticas y humillaciones, por eso debemos poner nuestra confianza en Dios. Él debe ser nuestra roca. La ceniza nos recuerda nuestra condición frágil y débil, nos invita a reconocer aquello que no hacemos bien, aquello en lo que fallamos, pero siempre con el sentido de llegar a apreciar lo que tenemos, a nuestras hermanas, nuestra familia, amigos, la suerte que tenemos de que Dios siempre nos perdone y nos dé una oportunidad más.

Siempre podemos empezar de nuevo con la ayuda y la gracia de Dios. La ceniza es símbolo de cambio; podemos cambiar nuestra vida. Podemos hacerlo con la ayuda de este Dios compasivo y misericordioso que nos quiere regalar un corazón y una mirada nueva para que podamos ver lo maravilloso de la vida, para que podamos apreciar el misterio de la Pascua.

Que esta cuaresma no sea una más, que nos preparemos para todo lo que Él nos quiera regalar, que nos ayude a no quedarnos en nuestros egoísmos y apegos y ser capaces de abrirnos a su mirada misericordiosa y que nos abramos al perdón. No nos cansemos de recibir el amor de Dios.

Termino con estas palabras de M. Esperanza: “hacer de todos mis actos y de toda mi vida una continua oración por la unión de mi espíritu con Dios o el deseo de estar unida a El”. Hermanas: en estos tiempos de crisis, de guerra, de fractura y división, ante tantas insistencias de la Iglesia para que oremos por nuestra humanidad sufriente, apelemos a estas palabras de nuestra fundadora, para vivir este tiempo de gracia y conversión.

Nuestra Madre de Consolación interceda por nosotras y por toda la humanidad.

Leganés, 2 de marzo de 2022

Nieves María Castro Pertíñez

Superiora general