Y a los que desde el principio destinó, también los llamó; a  los que llamó, los puso en camino de salvación, y a quienes puso  en camino de salvación, les comunicó su gloria” (Rm 8,30).

 A TODAS LAS MISIONERAS AGUSTINAS RECOLETAS 

 Queridas hermanas, en este 18 de enero de 2022, me dirijo a toda la Congregación para compartir nuestra acción de gracias por estos 75 años, Caminando con Esperanza, como reza el lema que se ha seleccionado para esta efeméride.

“Cristo, ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, fundó su Iglesia como sacramento universal de salvación y envió a los apóstoles al mundo entero para predicar el Reino de Dios como él mismo había sido enviado por el Padre” (CC 75).

Brotamos las Misioneras Agustinas Recoletas de un impulso apostólico que nuestro fundador fray Francisco J. Ochoa sintió dentro de su ser a favor de las Misiones de China. Somos, pues, misioneras de nacimiento. Fuimos enviadas por Dios a trabajar en su viña. Nacimos a la vida desde el silencio fecundo del claustro. Venimos de lo interior a lo exterior, de lo contemplativo a lo activo. Estamos enraizadas por la fuerza del árbol en la familia agustiniana. Somos Misioneras Agustinas Recoletas. En nuestro nombre se condensa nuestra identidad[i].

Nuestros fundadores dieron el empuje de salida para que naciera nuestra congregación. A ellos debemos abundantes gracias por su tesón misionero, por su disponibilidad, por su entrega incansable, pero, sobre todo, por su fidelidad a Dios. Ellos fueron, en palabras de madre Esperanza: “¡Apóstoles del Sagrado Corazón de Jesús! (…) operarios según su divino Corazón.

Nosotras somos herederas de este proyecto que todavía continúa, donde a través del tiempo, muchas hermanas cooperaron en la construcción de esta gran familia que es la congregación MAR; muchas hermanas que con sus acciones y gestos proféticos han dejado profunda huella; muchas hermanas que, desde su fidelidad a la llamada de Dios, como consagradas, en silencio, se dejaron edificar, porque se acercaron a él, la piedra viva, rechazada por los hombres, pero elegida y preciosa a los ojos de Dios… a manera de piedras vivas… edificadas como una casa espiritual (1 Pe 2,4-5). A él la gloria por los siglos” (Rom 11,36).

Jesús, nuestro modelo y norma de vida, echó para adelante con esta Iglesia. Él fue la piedra angular, donde se ensambla todo el edificio (Mt 21,42) y conociendo la pobreza de sus discípulos y de su fracaso aparente, no dudó jamás de que “todo lo que se le confió procedía del Padre (Jn 17,7). Así nosotras, sabiéndonos débiles y frágiles, pero llamadas por la voz del Maestro a seguirle, tenemos la certeza, como la tuvieron nuestros fundadores, que todo procede de Dios, y en sus manos estamos. Nuestra acción de gracias, por tanto, debe ser rebosante, alegre, llena de esperanza y gratitud, ante un Dios providente que nos mira desde el origen con misericordia, que toca nuestros corazones y potencia el espíritu misionero que recibimos en el Bautismo.

Nuestra esperanza está puesta en Él; no la podemos poner en nuestras fuerzas, ni en nuestras obras, ni en nuestras capacidades, ni siquiera en nuestras limitaciones. “Ya conocen el camino para ir a donde yo voy” (Jn 14,4). Yo soy el Camino, nos dice Jesús. Caminamos con esperanza porque ella emana del Espíritu Santo, que Dios ha derramado en nuestros corazones”, y por ello, no defrauda (Romanos 5,5). Seamos, pues, esas mujeres apasionadas por Cristo y el Evangelio, seamos con nuestra forma de amar y entregarnos cada día, memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús; seamos contemplativas en la acción, para que nuestro dinamismo misionero surja no del hacer sino del ser en Dios, vivir en Dios, alegrarse en Dios, buscarlo en los hermanos, encontrarlo cada día en su Palabra, cultivando el silencio y la escucha amorosa a su voluntad.

Por tanto amor recibido y por nuestras inconsistencias para ofrecerlo a los hermanos, tendremos que pedir también perdón. Y pedir perdón por lo que no fue hecho según el querer de Dios, por lo que no supimos discernir, por nuestra falta de fidelidad al Espíritu Santo en estos años, y nuestros descuidos para vivir en plenitud esta vocación.

Hagamos vida durante este año, interiorizándolas en nuestro corazón, las palabras de Madre Carmela: “Si nos esforzamos por conservar nuestro espíritu misionero, bien en los lugares de misiones tales, bien a través de nuestras obras donde quiera que estemos, y tenemos aquella humildad, fraternidad, sencillez y alegría que nos caracterizó desde el principio, seremos las auténticas misioneras que nos propusimos fundar.

Demos gracias a Dios por caminar todos estos años de su mano y pidámosle que nos lleve por los caminos del Espíritu para adaptarnos a estos tiempos, renovando nuestra mente y corazón de todo aquello que nos impida esa libertad interior que necesitamos para secundar su acción en nosotras.

Con san Agustín podemos proclamar: “Gracias sean dadas a aquel a quien hemos cantado con corazón y voz devota: ¡Oh Dios!, ¿quién hay semejante a ti?, porque experimentamos su santo amor incrustado en nuestros corazones; porque le teméis como a Señor y le amáis como a Padre. Gracias a él, que se hace desear antes de dejarse ver, y a quien, al mismo tiempo que se le experimenta como presente, se le espera como al que ha de llegar. Gracias a él, cuyo temor no aleja el amor, cuyo amor no es obstáculo para el temor” (s 24,1).

Nuestra Madre de Consolación y Madre del Camino, nos regale cada día su Esperanza.

¡Feliz Año Aniversario!

Leganés, 10 de enero de 2022

Nieves María Castro Pertíñez

Superiora general

 

 

[i] CASTRO P, Nieves María. El carisma de las Misioneras Agustinas Recoletas en la familia Agustiniana. Pensamiento Agustiniano XIV, Jornadas Internacionales de Agustinología. UCAB; Caracas, 1999.