Querida Yéssica, recuerda:

El hábito es símbolo de consagración, de vida sin ataduras, de entrega total y confianza plena en el Dios del amor y de la misericordia.

La palabra “consagración” hace referencia a santificar, separar. Separar para el Señor, para nuestro Dios. Ya no nos pertenecemos a nosotras mismas, pertenecemos a Dios.

Estamos consagradas, desde el bautismo. El religioso trata de vivir la consagración bautismal en toda su radicalidad. Es el que vive en total disponibilidad, de forma permanente, los consejos evangélicos. En la profesión hace un compromiso público y definitivo de conformar la propia vida con la de Cristo virgen, pobre y obediente.

Tal vez uses el hábito de vez en cuando, y debes respetarlo y recordar lo que significa. Pero más importante es el vestido interior que debe mostrarse al exterior. Debemos revestirnos de Nuestro Señor Jesucristo. Con hábito o sin hábito, se nos debe conocer por nuestros modales, nuestra cercanía, nuestra sensibilidad, nuestra solidaridad.

San Pablo decía a los primeros cristianos: Revestíos de nuestro Señor Jesucristo (Rom 13,14ª). Revestíos del hombre nuevo. (Col, 3, 9…)

Para poder revestirnos exteriormente de Cristo es necesario primero conocerle interiormente. Cristo debe ser recibido en el corazón por la fe, antes de poder manifestarse en la vida por la santidad. Lo exterior y visible debe estar inspirado por lo interior y lo invisible, de suerte que el mundo no pueda negar que eres hija amada de Dios. “No basta que sea Cristo vuestro alimento, el pan que sostiene el hombre interior: es también necesario que sea el vestido que cubre al hombre exterior”.

“Revestíos del Señor Jesucristo”, es decir: Que en todo tiempo estemos vestidos del Señor Jesucristo; revestidos de Él de tal manera que nos confundan con Cristo y que Cristo sea identificado con nuestra persona.

Revestíos…es decir, vivan en una comunicación tan íntima con Cristo, que su personalidad sea, reproducida en cada uno. Si nos revestimos de Cristo, nuestra vida será escondida en Él; ya no viviremos nosotros, sino que vivirá él en nosotros. Nuestra voluntad será conformada con la suya. Nuestra vida estará animada con su Espíritu, compenetrada de su dulzura, impregnada de su amor.

“Vestíos, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de benignidad. Vestíos de mansedumbre y humildad, de caridad”.

Y recordando el Cantar de los Cantares:

¡Pónganse el vestido de bodas, ustedes, esposas del Cordero, y pónganselo de inmediato, pues he aquí que Él viene! ¡Apresúrense, vírgenes adormiladas! ¡Levántense y despabilen sus lámparas! Pónganse sus ropas, y estén listas para contemplar su gloria y para participar en ella. Salgan a recibirlo con gozo y alegría, llevándolo a Él mismo como su hermoso ropaje, apto para las hijas de un Rey.

¿Cuál es el vestido de boda que te hará digna de ir al encuentro de Cristo y participar de su triunfo? Es Cristo mismo. Si aquí en este mundo Él es tu adorno y tu hermosura, puedes estar segura de que Él será tu gloria durante la eternidad. Si aquí encuentras placer en Jesús, Él tendrá su placer en tí cuando recoja sus elegidos en las nubes del cielo.

Elsa Gómez Galindo