¿Qué significa?

 Un recorrido por la riqueza de su simbología podría ayudarnos a entender “bíblicamente” y más a fondo por qué comenzamos la Cuaresma de esta manera y a proyectar este tiempo tan especial de una manera diferente.

1. La ceniza es el resultado del fuego que arde
La ceniza es el polvo que resulta de un proceso de descomposición total que ha pasado por el fuego: algo estaba entero y ha sido quemado. De ahí su simbología. Así también se deshace nuestro cuerpo

Como el árbol exuberante, verde y frondoso, que una vez abatido y quemado se hace ceniza, así ocurre con nuestro cuerpo al volver a la tierra. El profeta Jeremías contempla el cementerio que está en las afueras de Jerusalén como “el valle de los cadáveres y de la ceniza” (31, 40).

Somos como una casa “que se desmorona” (2 Cor 5, 1) “hasta el suelo del que fuimos formados”, como le dice el Creador a Adán: “Porque eres polvo y al polvo tornarás” (Gn 3, 19).
Tomando conciencia de nuestra mortalidad percibimos las dos caras de la moneda: nuestro ensoñador deseo de infinito y la realidad dolorosa de nuestras fragilidades. Fuimos creados para la vida pero nos chocamos con absurdos que desmienten nuestras ilusiones de felicidad y llegamos a decir como Job: “Me derribó en el lodo y soy semejante al polvo y a la ceniza” (30, 19).
Así también nos presentamos ante Dios

Sabiendo quiénes somos nos abandonamos como creaturas en las manos amorosas del Creador, como Abraham ante Dios en su oración: “Mira que soy polvo y ceniza” (Gn 18, 27).

2. Con la ceniza nos hacemos solidarios con tanto dolor que nos circunda

Para la Biblia “ponerse la ceniza” quiere decir que uno está sintiendo un gran dolor, que está de luto por la muerte o la desgracia de otros y también por las propias. Es imagen cruda del sufrimiento: “Ceniza en vez de pan, mezclo mi bebida con lágrimas” (Sal 102, 10). La ceniza simboliza aquello que fue y ya no es, un vacío, una pérdida.

En los rituales de duelo, el sufriente se vestía con ropa desgarrada, se ponía de rodillas o se arrojaba al suelo así como la ceniza o el polvo esparcido…

…Como cuando Tamar fue violada por su hermano y, peor, no la tomaron en serio cuando lo contó. Entonces, “Tamar se echó ceniza sobre la cabeza, rasgó la túnica de mangas que llevaba, puso sus manos sobre la cabeza y se fue gritando mientras caminaba” (2 Samuel 13, 19).

…Como cuando el rey Asuero emitió un decreto de exterminio del pueblo hebreo: “Apenas Mardoqueo supo lo que pasaba, rasgó sus vestidos, se vistió de sayal y ceniza y salió por la ciudad lanzando grandes gemidos” (Ester 4, 1).

…Como cuando llega la desgracia de la invasión de Israel: “Capital de mi pueblo, cíñete de sayal, revuélcate en ceniza, haz duelo como por hijo único” (Jer 26, 6).

…Como cuando el pueblo hace su lamentación por la ciudad santa arrasada: “En tierra se sientan, en silencio, los ancianos de Sión, la capital; se han echado polvo en la cabeza y se han ceñido de sayal” (Lam 3, 10).

…Así, incluso, se describe un rostro atormentado que se ve pasar por la calle (Is 61, 3).

3. Con la ceniza la suciedad se limpia

Paradójicamente la ceniza en la Biblia también hacía parte de los ritos de purificación en el Templo (Ex 23, 3). El sacerdote ponía aparte las cenizas del animal sacrificado y quemado en el altar: “las depositará a un lado del altar. Después se quitará las vestiduras y se pondrá otras para llevar las cenizas fuera del campamento a un lugar puro” (Lv 6, 3-5).

Quien presidía la liturgia tenía que estar puro y de la misma forma el lugar donde se guardaba la ceniza. La Ley establecía que estas cenizas “servirán a la comunidad de los israelitas para el rito de agua lustral: es un sacrificio por el pecado” (Nm 19,  9). Enseguida el rito del lavado con agua/ceniza se describe con detalle (ver Nm 19, 17-22).

Las cenizas del altar eran tan preciadas que un signo pavoroso para el Israel dividido fue: “El altar se hará pedazos y las cenizas que hay sobre él quedarán esparcidas” (1 Re 13, 3).

El Señor anuncia que el “Día de su venida” purificará con la “lejía de lavandero” a sus sacerdotes para que puedan presentar dignamente el sacrificio del altar: “Será como fuego de fundidor y lejía de lavandero. Se sentará para fundir y purgar” (Mlq 3, 2-3).

Pero la purificación completa la realiza Jesús crucificado, sumo y eterno sacerdote, su sangre obra aquello que representaba la ceniza: “Pues si la sangre de machos cabríos y toros y la ceniza de una becerra santifican… ¡Cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto al Dios vivo!” (Hb 9, 13-14).

4. Con la ceniza emprendemos el camino de regreso a Dios

En la Escritura la ceniza no sólo es signo de la santidad que Dios concede sino también de la actitud penitencial. Ella representa externamente la contrición del pecador quien, humilde (o humillado) como la ceniza, vuelve a los brazos de su Señor que es Creador y Juez: “Me dirigí hacia el Señor Dios, implorándole con oraciones y súplicas, con ayuno, saco y ceniza… Y le hice esta confesión…” (Dn 9, 3-4). La ceniza indica, entonces, que se le ha puesto punto final a una situación de pecado: esta ya no tiene valor, la desechamos, la aborrecemos.

Todos recordamos el gesto escénico del rey de Nínive que, ante la predicación de Jonás, decretó un tiempo de penitencia para implorar la misericordia de Dios, cómo fue él quien dio el primer paso: “El rey de Nínive se levantó, se despojó de su vestido, se cubrió de cilicio y se sentó sobre ceniza” (Jon 3, 6).

O también la figura desgreñada de Job que se rinde ante Dios después del litigio y pronuncia estás últimas palabras: “Sólo de oídas te conocía, pero ahora te han visto mis ojos. Por eso me retracto y me arrepiento echado en el polvo y la ceniza” (Job 42, 5-6).

Pero si la ceniza no va acompañada de voluntad de cambio –conversión– no tiene sentido, se vuelve acto vacío y pantomima religiosa. Es precisamente lo que advierte Isaías: “¿Creéis que ése es el ayuno que deseo, que el hombre se humille todo el día, agachado como un junco la cabeza, tumbado en un saco entre ceniza?” (58, 5).

Implica también la apertura a la buena noticia de Jesús, el dejar de lado las resistencias propias de quien ya se considera religioso: “¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en

Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, cubiertos de sayal y sentados sobre ceniza” (Lc 10, 13).

5. La ceniza es una parábola actuada de la existencia cristiana: está destinada a la resurrección que es una “nueva creación”

La ceniza que nos recuerda el final de nuestra vida nos remite también a un comienzo nuevo cuyo referente es nuestro encuentro con Jesús.

En la Iglesia católica el rito de la imposición de la ceniza ha enriquecido su significado con las palabras de Jesús al comienzo de su predicación: “Conviértete y cree en el Evangelio” (Mc 1, 15). Se trata de un volver al amor primero que nos ha elegido y, en el seguimiento de Jesús, recorrer el camino que tiene como cumbre la victoria sobre la ceniza, ¡la resurrección! ¡la manifestación de Hombre Nuevo, Pleno y Definitivo”

En nuestra Pascua esta carne renacerá y la misericordia de Dios como fuego consumirá en la muerte nuestros pecados. Nos enseña Pablo que…
– “Del mismo modo que por Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo”…
– “Se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza”…
– “Seremos transformados. En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad” (1 Cor 15, 22. 43. 52-53).
– “Él transfigurará nuestro pobre cuerpo a imagen de su cuerpo glorioso, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas” (Flp 3, 21).

Al aceptar la ceniza invitamos al fuego del amor de Dios para que venga sobre nosotros, consuma nuestro pecado y haga surgir el hombre nuevo (cf. 2 Cor 4, 6):
– Si ponemos la ceniza en nuestras manos entenderemos que el peso de nuestros pecados, consumados por la misericordia de Dios, deja de pesar.
– Si la ponemos ante nuestros ojos proclamaremos nuestra fe pascual: seremos ceniza, sí, pero destinada a la resurrección.
–  Y si hacemos esto invocando el Espíritu Santo, entonces se impregnará en nuestro cuerpo y hasta el corazón, porque la conversión, al fin y al cabo, es más su obra que la nuestra.

En fin…

La cuaresma comienza con este sencillísimo signo, ¡pero qué riqueza de contenido el que tiene! Al tiempo que reconocemos que somos creatura frágil pero destinada a la plenitud, declaramos que aceptamos con fe el gran regalo de ser reconciliados con Dios por Jesucristo y avivamos nuestra esperanza de ser resucitados un día con Él para la vida eterna, cuando el amor no tendrá fin.

El miércoles “de ceniza” es el anuncio de la Pascua de cada uno de nosotros, el día en que el Señor nos “dará diadema en vez de ceniza” (Is 61, 3).
 
P. Fidel Oñoro, cjm