¿Qué pienso y puedo decir de esta hermana, con la que casi no compartí y cuyo tono de voz no recuerdo?

Desde su martirio, en muchas ocasiones me he preguntado sobre ella; a veces ligeramente, otras con calma meditando y reflexionando, me he dejado cuestionar por lo que Dios a través de ella me muestra y me dice.  Y en la situación actual que vive el mundo, la vida de esta hermana: su entrega, servicio y donación total me motiva a encontrar respuestas desde la fe, a lo que me puede o nos puede esperar si de verdad hoy soy o somos seguidoras de quien padeció, murió y resucitó por alcanzarnos a todos, la Salvación Eterna.

Hoy vivimos una situación similar o quizá peor que en los días de Cleusa: los seguidores de Jesús, como dice el Evangelio, incomodan, no son bien vistos, son perseguidos y hasta se les amenaza con la muerte (Jn.15,19). Constatamos el martirio de numerosos hermanos, por razón de su fe. ¿Qué están haciendo en Nicaragua, Venezuela, el Salvador, China, etc.? Más de una vez me he preguntado: ¿Qué haría si me encontrara en situaciones críticas, en las que están de por medio mi fe y mi compromiso religioso? Sentimientos encontrados vienen a mí que me llevan a dirigirme al Señor para suplicarle acreciente mi fe, me llene de fortaleza ante mi debilidad y de alegría ante su infinito amor. Pienso que el ser testigo de Jesús hasta darlo todo para que sólo Él sea amado y reconocido, no se improvisa; tantos testimonios que tenemos como el de Cleusa, me hacen pensar que esta entrega se va preparando con las pequeñas renuncias que, en el día a día, vamos haciendo únicamente por amor a Dios, así los demás no lo vean, y en dejarnos ir haciendo por el Espíritu Santo según el querer del Señor. ¿Fácil? ¿Quién lo dice? Para nosotros imposible, pero para quienes confíen en Dios, todo es posible. Creo que lo que llevó a Cleusa a no desistir de su misión ante críticas y mal entendidos, y a no echarse para atrás al pensar lo que le podía suceder, fue su vida de relación con Dios, los momentos o las horas que gastó en compañía de Jesús contemplando lo que le implicó su fidelidad al Padre y su amor por nosotros.

En Hch. 4,23-31 encontramos la oración que elevaron los discípulos de Jesús, después de escuchar a Pedro y Juan lo que habían dicho a los sumos sacerdotes y ancianos cuando les prohibieron hablar de Jesús. Al final de la oración, me llama la atención que ellos le dicen al Señor se fije en las amenazas de los judíos, no para librarlos de ellas, sino para concederles predicar su Palabra con valentía; y le piden realice curaciones, signos y prodigios por el nombre de Jesús. Y… esto, ¿para qué? Únicamente, para que Jesús sea conocido por el mundo entero. Los discípulos de Jesús tuvieron que dejar de pensar en sí mismos, dejar el egoísmo de querer ser los primeros, de sentirse los prepotentes que todo lo podían, los valientes que perseveraban hasta el final…, para pensar en predicar y hasta realizar signos y prodigios, sólo por el nombre de Jesús, sin tener en cuenta lo que esto implicaría para ellos: burlas, cárcel y hasta la muerte.

Hermanas, no conocemos el futuro ni lo que Dios tenga para nosotras. No estamos libres de persecuciones ni de amenazas de muerte por creer en el Dios fiel, misericordioso y paciente con cada una de nosotras. Jn.15,20 nos dice que, si somos sus seguidores, corremos la misma suerte que Aquel a quien seguimos. Y en Mt.28,20 Jesús nos dice que estará con nosotros hasta el fin del mundo. ¿Creemos? ¿Confío, confiamos en el amor compasivo de quien nos creó y que sabe de lo que somos capaces con Él y sin Él? Dios que conoce nuestra más íntima realidad y sabe lo que somos y podemos, solamente permitirá aquello que no nos separe de su amor y gracia. De esto estoy segura pues Él nos quiere a su lado para siempre. ¿Cómo va a permitir algo que nos aparte de su lado? Además, es su gracia la que nos anima, sostiene y lleva a buen fin. Que nuestra plegaria sea por todos los que son acosados, hostigados por la fe en Jesucristo; por cuantos, en medio de sufrimientos, perseveran esperando que llegue el momento de su entrega definitiva en los brazos de Jesús. Supliquemos también, para nosotras y la humanidad entera, la gracia de la fe; que nada ni nadie nos separe del amor a Dios.

Gracias y alabado seas Señor, por el don de tener en nuestra Congregación una hermana, a quien le regalaste la gracia del martirio por amor a Ti en los hermanos.

Cali, 19 de abril de 2023

Ana Joaquina Mariño Wiswell

 Misionera Agustina Recoleta