«Se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios
bajaba como una paloma y se posaba sobre él.
Y vino una voz del cielo que decía:
‘Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto’.»

 

A TODAS LAS MISIONERAS AGUSTINAS RECOLETAS

Queridas hermanas:

Reciban un cariñoso saludo en este día conmemorativo del 73º aniversario de  la erección canónica de nuestra congregación. Damos gracias a Dios por tantos dones recibidos, especialmente por este carisma que el Espíritu Santo donó a la Iglesia en la persona e inspiración de nuestros fundadores. En el Decreto del 31 de octubre de 1983, el Cardenal Pironio nos exhorta a las misioneras agustinas recoletas  a que, “fieles al espíritu de San Agustín y de sus fundadores, y viviendo entre sí una sola alma y un solo corazón dirigidos hacia Dios, vivan, con generoso empeño, la misión que la Iglesia les ha confiado.”

En el marco del impulso misionero que el papa Francisco quiere darle a la Iglesia a través de todos los fieles, habiendo tenido ya un mes de preparación con el Mes Misionero Extraordinario (octubre 2019) y encontrándonos en un proceso de reestructuración y revitalización para el fortalecimiento del carisma, consideramos necesario e importante desde el gobierno general dar un nuevo impulso a la misión tal como lo indica la primera determinación emanada del XII Capítulo General.

Para ello decretamos el año 2020 como AÑO MISIONERO DE LA CONGREGACIÓN ¿Qué nos proponemos lograr? Queremos simplemente volver nuestra mirada a Jesús, el enviado del Padre, que en el Bautismo recibió el Espíritu Santo que lo llevó a realizar la misión del Padre, hasta la entrega total de su vida por la salvación de los hombres. Después de su Bautismo, se retiró al desierto para madurar su tarea mesiánica de liberación del pueblo. El Espíritu Santo y la Palabra es la chispa que enciende el fuego de la misión de Jesús. Es en su pueblo donde revela su programa misionero a través del profeta Isaías. Ha venido para dar la buena noticia a los pobres;  para anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner la libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor (Lc 4, 18-19); es el ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando porque Dios estaba con El (Hch 10,38).

Después escogió a sus discípulos y los convirtió en apóstoles que continuaran su tarea. Por nuestro bautismo, todos participamos de la misma misión de Cristo y tenemos su Espíritu para realizarla. Cristo es la misión y el Espíritu Santo es el protagonista que obra este impulso en nosotras por la gracia y el amor derramados en nuestra profesión religiosa. En la fórmula de nuestra profesión todas prometimos estar dispuestas “a servir únicamente a Dios, con el propósito de consagrarnos totalmente a Él, siguiendo a Cristo más de cerca, apoyándonos en la gracia del Espíritu Santo…” (CC 40).

Actualmente, la Iglesia  está recuperando la visión trinitaria de la Misión: Dios Padre, que envió a su Hijo al mundo y que acogió la misión del Hijo, completada en la cruz, nos sigue enviando desde el día de Pascua y de Pentecostés el Espíritu Santo. Estamos en el tiempo de la misión del Espíritu Santo, que hace memoria y lleva a culminación histórica y escatológica la misión de Jesús.

A fin de responder a los llamados continuos de la Iglesia a una revitalización desde la misión y “nacidas por carisma propio para una necesidad de evangelización, estamos comprometidas con nuevo vínculo al misterio de la iglesia en su misión salvífica, dentro del espíritu misionero agustino recoleto (CC76).

El papa Francisco nos insiste que “hoy sigue siendo importante renovar el compromiso misionero de la Iglesia, impulsar evangélicamente su misión de anunciar y llevar al mundo la salvación de Jesucristo, muerto y resucitado” .

Por ello, propongo que este Año Misionero se viva profundizando y vivenciando con mayor radicalidad los principios de nuestra acción misionera:

CC.77: la unión vital con Cristo en la oración como fuente de nuestro dinamismo misionero, la vivencia comunitaria de todo nuestro ser y las necesidades que descubrimos en cada realidad concreta (Eucaristía, la Palabra de Dios, la oración personal y comunitaria).

CC.78: El testimonio de unidad y caridad, dentro de nuestra comunidad, como primer campo de evangelización y con toda la congregación.

CC.79: el anuncio explícito de Cristo puesto que no hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazareth, hijo de Dios.

CC.80: La sensibilidad ante las diferentes culturas para impregnarlas de espíritu evangélico.

CC.81: El reconocimiento de nuestra pobreza y pecado personal y comunitario, que nos ayude a asumir nuestra realidad con espíritu de humildad y convencidas de que en nuestra evangelización no nos anunciamos a nosotras mismas sino a Cristo Jesús, en la alegría del don recibido y conscientes de que somos evangelizadas y evangelizadoras en la medida que compartimos nuestra fe.

  1. 82: Nuestra acción evangelizadora contribuya a crear iglesia, y con nuestra acción convoquemos a los demás (tengamos en cuenta la formación misionera a través de la escritura, catequesis, espiritualidad, educación de la fe, la caridad misionera).

CC 83. Con nuestra acción misionera y con nuestro amor a la Iglesia y a la congregación, suscitaremos, acogeremos y cultivaremos toda clase de vocaciones eclesiales mediante el testimonio y la manifestación expresa de los valores significados por la vida consagrada.

Solicito que de alguna manera queden reflejados los compromisos de estas acciones en nuestros proyectos de secretariados, de comunidades y de misión, para que cada hermana, según sus posibilidades, pueda vivirlos a plenitud.

Que el Señor nos conceda la gracia de ser fieles a este propósito  y Ntra. Madre de Consolación nos preceda en este caminar.

Reciban mi abrazo fraterno y ruego se unan a esta oración:

Santa Trinidad, Abbá, Hijo y Espíritu Santo, gracias por concedernos una conciencia renovada de misión, que guíe y anime todo lo que somos y hacemos.

Somos como una carta tuya a la humanidad: en cada uno de nosotros pones tu Palabra que da vida.

Jesús, hermano nuestro, nos invitas constantemente a servir, como buenos samaritanos, a los demás, a dialogar con todos, a mostrarles amor, aprecio, acogida y perdón sin límites. Que tú, Jesús, seas transparente en nosotros, tu comunidad, tu cuerpo; que tu misión sea nuestra misión. Que tu Espíritu nos lo conceda.

Espíritu Santo, tener conciencia de tu protagonismo en la misión hoy, nos libera de nuestros agobios, nerviosismos y protagonismos excesivos. Eres tú, quien llevas adelante el proyecto del Abbá, el sueño de la venida del Reino por el que Jesús dio la vida en la Cruz. Tú, Santo Espíritu, has sido enviado a la tierra y estás en nosotros, penetrándolo todo y actuando de la forma más misteriosa. Acógenos en tu misión, queremos colaborar con el carisma y capacidad de servicio que nos has concedido. Libéranos de malos espíritus que nos vuelven intolerantes, orgullosos, egoístas, individualistas en la misión. Concédenos el arte de saber actuar en misión compartida, en diálogo de verdadero amor con los diferentes, de auténtica credibilidad. Cuando estamos en comunión contigo, Santo Espíritu, tenemos el mejor tesoro, aunque lo llevemos en vasijas de barro.

¡Gracias, ¡Santa Trinidad!, por tanta gracia!

 

Cariacica, 14 de enero de 2020

Nieves María Castro Pertíñez
Superiora general