+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas   3, 10-18

Dios dirigió su palabra a Juan Bautista, el hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Este comenzó a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.

La gente le preguntaba: «¿Qué debemos hacer entonces?»

El les respondía: «El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto.»

Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer?»

El les respondió: «No exijan más de lo estipulado.»

A su vez, unos soldados le preguntaron: «Y nosotros, ¿qué debemos hacer?»

Juan les respondió: «No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo.»

Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: «Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible.»

Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia. Palabra del Señor.

¿QUÉ DICE EL TEXTO?

En este pasaje evangélico podemos distinguir tres escenas: la predicación de Juan Bautista (vv.7-14), la pregunta del pueblo sobre su identidad (vv. 15-17) y el episodio de su encarcelamiento, consecuencia de su predicación (vv.18-20).

Juan, acostumbrado a la vida ruda del desierto, alejado de los centros poblados y cultos, habla a la gente en un lenguaje directo y simple, sin rodeos. Puesto en pie, sobre alguna roca, con voz poderosa y gesto austero, es el exponente del hombre convencido de su misión, sin miedo, de pocas palabras y hechos claros. Las palabras del Bautista, conservadas en los relatos evangélicos, son un encendido alegato contra las injusticias y el estado de corrupción del país, empezando por el propio Herodes, a quien critica en público. Por otra parte, Juan entiende su misión como una labor de preparación a la llegada del Mesías, el cual inaugurará un mundo nuevo, basado en la igualdad de todas las personas y en la soberanía de Dios.

Para preparar este mundo nuevo, además de sus proclamas y discursos, Juan usaba un rito que se hizo muy popular: el bautismo. La gente venía a escucharle, confesaba sus pecados y él la hundía en las aguas del Jordán. Era un símbolo de limpieza; el agua purifica lo sucio. Y también de renacimiento, de empezar de nuevo, dejando atrás el mundo antiguo del fatalismo y de las injusticias: del agua nace la vida. Las masas populares -principalmente los pobres de Israel- se adherían al mensaje de Juan y entraban en el río, preparando así la llegada del Mesías. Este bautismo de Juan no era un rito mágico. De nada servía, si no había cambio real en las actitudes de los que se bautizaban.

Juan Bautista no se arroga falsas identidades. No es el Mesías. Reconoce lo que es: “Una voz que grita en el desierto”. Carece de investidura oficial y de títulos. Él sólo “bautiza con agua” , y no se considera digno de desatar la correa del que viene detrás de él. Pero su debilidad y humildad no lo quitan fuerza ni le hacen acobardarse. Proclama lo que tiene que anunciar, gusto o no guste. Por eso termina, como muchos de sus predecesores, encarcelado por fidelidad a su misión. Este encarcelamiento, aunque Lucas no lo cuente en su evangelio, terminó en muerte violenta, pues fue degollado por mandato de Herodes (cf. Mt 14,1-12).

La verdadera conversión se manifiesta ante todo en los frutos. Y los frutos que aquí se piden están todos relacionados con la justicia interhumana y, en consecuencia, con el compartir los bienes. Si nos fijamos en lo que pide a cada grupo social, nos daremos cuenta de que todo hace referencia al comportamiento con el prójimo. Y lo pedido es claro, concreto y contundente (Ulibarri, F).

SAN AGUSTÍN COMENTA

Lc 3,10-18: Cristo es tanto nuestro como de ellos

«¡Pero este soldado me ha hecho tanto mal!» Quisiera saber si no harías tú lo mismo si fueses soldado como él. Tampoco yo quiero que los soldados hagan cosas tales como afligir a los pobres; no lo quiero; quiero que también ellos escuchen el evangelio. El hacer bien no lo prohíbe la milicia, sino la malicia. Llegando unos soldados al bautismo de Juan, le preguntaron: —Y nosotros, ¿qué hemos de hacer? Juan les responde: —No hagáis extorsión a nadie ni denunciéis falsamente; básteos vuestro salario. Así ha de ser, hermanos; si los soldados fuesen así, sería dichoso hasta el Estado; pero a condición de que también el recaudador de impuestos fuese como indica el evangelio. Le preguntaron los publícanos, es decir, los recaudadores de impuestos: «Y nosotros, ¿qué hemos de hacer?» Se les respondió: No cobréis más de lo que tenéis establecido. Fue aleccionado el soldado, fue aleccionado el recaudador; séanlo también los tributarios. Tienes una exhortación dirigida a todos: ¿Qué haremos todos? Quien tenga dos túnicas, dé una a quien no la tiene; haga lo mismo quien tiene alimentos. Quiero que oigan los soldados lo que ordenó Cristo; oigámoslo también nosotros, pues Cristo es tanto nuestro como de ellos, y Dios lo es de ellos y nuestro al mismo tiempo. Escuchémoslo todos y vivamos concordes en la paz. Sermón 302, 15

¿QUÉ ME DICE A MI EL TEXTO?

Amigo, debemos preguntarnos sinceramente cómo este texto está dirigido directamente a nosotros. Hoy vivimos un mundo donde hay muchas confusiones y muchos hablan de la Palabra de Dios. Algunos dicen cosas muy distintas de lo que está escrito en el Evangelio. Nosotros queremos conocer a Jesús y lo que Él nos dice a nosotros.

  1. Lucas sitúa este texto donde Juan el Bautista está hablando. ¿Yo también quisiera preguntar qué debo hacer?
  2. ¿Qué significaría hoy, en mi vida si tengo algo material compartirlo? ¿Qué es lo que tengo para compartir?
  3. ¿Cómo puedo yo hoy ser una persona que se caracterice por compartir?
  4. ¿Cómo puedo yo hoy vivir los valores que dice Juan a los demás, como por ejemplo ser honesto, no exigir más, no maltratar a nadie y contentarme con lo que tengo? ¿En qué medida esto me toca a mí? ¿Cómo puedo hacer para reparar las cosas que estoy haciendo mal?
  5. ¿Estoy en actitud de espera del Mesías? ¿Deseo fervientemente encontrarme con Jesús? ¿Entiendo que en este encuentro Jesús será exigente conmigo?
  6. ¿Qué hago concretamente yo para anunciar la Buena Noticia? ¿Cómo colaboro con la Iglesia para esto? ¿Apoyo a los misioneros?
  7. ¿Me doy cuenta que este texto me habla directamente a mí?
  8. Este texto tan importante ¿Qué te lleva a pensar? ¿Cuál sería tu conclusión personal?

 ¿QUÉ ME HACE DECIR EL TEXTO A DIOS?

Abre Señor mi corazón, para que sepa compartir. Muchas veces en la dureza de mis actitudes estoy acaparando mucho, y no sé compartir. Te pido que me ayudes a ser generoso, a compartir mi vida, mi tiempo y las cosas que me permites administrar.

Deseo ser tu discípulo, y entiendo que, para seguirte, debo tener una actitud con las cosas en forma diferente.

Toma mi vida, soy un discípulo que está queriendo recorrer un nuevo camino hacia el anuncio de tu Reino.

Oración colecta

Dios y Padre nuestro,
que acompañas bondadosamente a tu pueblo
en la fiel espera de nacimiento de tu Hijo,
concédenos festejar con alegría su venida
y alcanzar el gozo que nos da su salvación.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.